Cazador de dragones

Erase una vez un cazador de dragones en paro desde el siglo XIV cuando acabo con un enorme y escamoso cabezahumo morado. Desde entonces nada, ni un toc-toc a su puerta de un aldeano asustado tras encontrar uno en las tierras de labranza, ningún rey que necesite que salven a su hija de las garras de la bestia, ni un solo viaje a tierras lejanas donde nadie se atreva con el escupefuego, ni una llamada al móvil venticuatro horas y ningún aviso en la pagina web que puso hace unos meses.
Se le acaban los ahorros y necesita urgentemente encontrar un buen bicharraco fundiendo un castillo para poder llevarse algo a la boca. Y no sólo eso, es que los enseres de entrenamiento son difíciles de encontrar y extremadamente caros. Cada vez que ha viajado a Zipango a recurtir su espesa armadura de piel de quimera ha tenido que vender una fanega de tierras, regalos terrenales de aristócratas y clérigos agradecidos, y ya sólo le queda una cabaña, ofrenda de un pastor que no perdió sus ovejas, lo justo para guardar sus enseres de trabajo (véase cota de malla, espada de alabastro y escudo ignífugo).
Pero, ¡ah!, no vive del aire, como todo mortal, y las tripas gritan, y los niños lloran, y las ubres no dan leche, y las bocas salivan ante los olores de los guisos de los vecinos, y el pan está demasiado rancio y demasiado caro, y no quiere empeñar su útiles en ningún museo, y su mujer le pide dinero para la peluquería, y sus hijos para libros de caligrafía, y le embargan la cuenta de caja rural, y el maldito teléfono sigue sin sonar.
Y ete aquí que nuestro vivaz y aventurero atrapa lagartos alados tiene que ir al INEM a ver si encuentra algo, pero nada la cosa esta muy mala y pese a tener una enorme experiencia en el ámbito del cuidado de los reptiles ningún zoo le quiere contratar ya que ni tiene títulos, ni tiene enchufes.
Y en casa la misma murga: quiero comer, quiero ropa nueva, quiero una xbox360, quiero que pagues los recibos de telefónica, quiero que mi madre se venga con nosotros, quiero un pony, quiero un iphone, quiero irme de intercambio a Honolulú. Quiero, quiero, quiero. Maldita palabra.
Y decide llamar a su cuñado que antes fue negrero y ahora tiene una ETT y por fín consigue algo y empieza en un call-center y al menos deja de escuchar deseos familiares durante doce cortísimas horas (pagadas a cuarenta horas semanales).
Ahora y después de vender su cabaña, sus armas, su alma al diablo y después de tres divorcios largísimos y carísimos, es un mandamenos más con su casco pegado a la oreja medio día y su ojo mirando su iphone de urgencias, por si le da por sonar.

FIN

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