Risperdal

Estuve tres meses en la UCI. Cuando me subieron a planta dicen que hacía semanas que ella había dejado de aparecer por el hospital, también dijeron que nunca podré volver a pronunciar correctamente la palabra televisor y algunas otras igual de corrientes. De aquellos tres meses no guardo apenas recuerdos, olía a desinfectante, tenía los pelos pegados a la almohada y un respirador eléctrico me mantenía vivo. Al mes y medio abrí los párpados por primera vez desde el accidente. Llamaron al médico. Cuando se presentó le echó un vistazo a mis constantes, me apuntó directamente con una luz en los ojos y palmeó con fuerza el bulto que formaba mi pierna derecha bajo de la sabana. Dijo que había tenido suerte. Los dos íbamos en el coche.

Ella se había empeñado en conducir los últimos cien kilómetros del trayecto de vuelta. Paramos a repostar y cuando volví de pagar ya estaba en el asiento del piloto con la primera metida. El atestado de la Guardia civil de tráfico dice que el accidente se produjo por una distracción, también dice que gracias a la rápida intervención del equipo de bomberos y a la cercanía del hospital se pudo salvar la vida del copiloto.

La habitación que me tocó en suerte estaba frente a la sala de rehabilitación. La comida era escasa y apestosa, amén de que necesitaba un asistente para llevarme la cuchara a la boca. Entre unas cosas y otras perdí unos treinta kilos. Daba pena verme. Aún sigue dándola. Con estas costillas tan pegadas a la piel, estas piernas tan huesudas, tan delgadas, y la cicatriz de la cara. Son cosas que pasan. Los nervios tampoco ayudan a coger peso.

Al poco empecé con la rehabilitación. Aprender a hablar de nuevo, a reconocer ciertos objetos, a tragar... No puedes dejar tus articulaciones quietas aunque sean completamente inservibles, no puedes dejar de querer que dejen de movértelas.



Y ahí andaba yo un día, bueno lo de andar es un decir, en la sala de ejercicios. Arrastrando mis pies por el suelo mientras mis brazos tiraban de toda la parte baja de mi cuerpo haciendo fuerza contra las barras paralelas. Odiaba esas sesiones. Y cuando ella abrió la puerta las odié aún más.
Podría decir que me miró con una leve sonrisa dibujada en la cara pero, además de ser demasiado kitsch, estaría mintiendo. Porque se partió el culo al verme. He de reconocer que yo también lo habría hecho en su situación, si bien lo habría hecho una vez en casa o así. Realmente la imagen debió de ser patética.

Dijo que me veía muy bien mientras me pasaba la mano por detrás de la cabeza. También dijo que se iba a casar en agosto y que aunque le gustaría que fuera al convite y tal, pues no creía que los médicos.
Cuando se fue había dejado dicho que el tío le hacía muy feliz, también dejó dicho que había vendido nuestra casa y que al parecer mi parte no daba para pagar el total del importe de las facturas del hospital.

La enfermera que vinó a por mi después de esto dijo que si me hubiera sujetado bien a las paralelas mi fémur no se abría partido, también dijo que era una estupidez que me hubiera negado a llevar pañales desde el principio.

El verano aquel

Todo esto ocurre en el verano en que aprendí que los olores fuertes no tienen por qué ser desagradables. Fue el verano que mi padre se tiró metido en el sótano de la casa de la playa, en Torrevieja, buscando no se qué señales de los extraterrestres en las portadas de todos los periódicos de tirada local. El mismo verano que mi madre tuvo su primer brotre del síndrome de Ana Obregón. Mi hermano mayor se había ido a Alemania con una teutona que había conocido en un campamento de semana santa y mi hermana, la pequeña, estaba en Madrid contando los días para traer al mundo a mi sobrino.

Si no te gusta lo que has leído hasta aquí no sigas. Todo es peor desde este punto.


¿Crees que el agua de mar cura las heridas de verdad? ¿O es solo un invento de los padres?
Yo no supe qué contestar. Podría haber dicho: lo cierto es que escuece. Como si curara.


Mirábamos el horizonte, con los pies clavados en la arena, como si nos conociéramos de toda la vida, como si no fuera la primera vez que nos veíamos. Como si buscáramos una respuesta en él. No me digas cuál era la pregunta por qué no lo sé.


Lo mejor cuando estas en levante es ducharte muchas veces. Así te quitas esa costra mezcla de sudor, sal y brisa marina que se forma encima de la piel. Como una armadura.
Si te duchas en la playa no gastas agua en casa. Y si tu madre está en la sección de niños del zara intentando meterse en un top talla 11-12 y tu padre cree que mañana vienen a buscarle desde Tatooine, esperas la cola de la ducha por si alaguen lleva jabón y te deja una nuez de Lactovit. En casa no hay.

Si a todo esto unimos que te acompaña la única persona que se ha fijado en tus patillas pintadas en boli negro en todo el verano lo que esperas, entonces, es que se corte el agua y que su madre no la llame para comer paella o boquerones o lo que quiera que comiesen las familias aquel verano. Todo con tal de no ir a casa. O de estar con ella. Supongo que viene a ser lo mismo. No sé.


¿Crees que el agua potable es significativamente diferente en composición al agua no potable?, ¿O es otra gran mentira de los mayores?

Tampoco supe qué decir, podría haber dicho: lo cierto es qué si bebes la mala te puede entrar diarrea. Pero tampoco estaba seguro.

Y el agua de la ducha estaba fría. Fría como para acostumbrarse a lo que viene después: frió y más frió. Una ducha en compañía con agua fría, la piel erizada y sus pezones de punta, daban ganas de aullar al sol. Llamando al resto de la manada como si uno de nosotros estuviera en peligro. Un poco de miedo si qué había la verdad. Y su mirada era tan familiar, tan cercana, tan amenazante. Decía algo así como: déjame matarte, te gustara. O algo así.

Si no me hiciste caso antes, házmelo ahora. Porque esto se acaba y el final no te gustará.


Cuando vuelves a casa no huele a ensalada campera ni a huevos cocidos. Huele más a pis de perro o al de tu propio padre que esta en bañador frotándose con la mano derecha, muy fuerte, el pelo completamente desgreñado. "Hoy es el día, hoy es el día". Es lo único que dice mientras pasea por la sala de espera que es ahora el pasillo encendiendo otro cigarrillo y abriendo otra lata de cerveza. "Hoy es el día, hoy es el día". ¿Cómo te quedas?. Te quedas quieto comiendo palomitas y buscas su mirada por la casa, pero ella ya no está. Jurarías haber entrado con ella. Pero ya no está. Incluso miras debajo de la cama y sales al descansillo. Pero sólo ves a tu padre desaparecer camino de Coruscant o de Naboo. "Hoy es el día, hoy es el día"

¿Crees que somos el único planeta con vida del universo? ¿O que es una mentira más?

Podría haber contestado pero, bueno, mi padre vivía en otro planeta dentro de este y ella, en ese momento, me enseñaba otro diferente. Más húmedo, más corto y mucho menos frío.

"Hoy es el día, hoy es el día" seguía diciendo cuando entró en su habitación y nos vio.

No le he vuelto a ver, se lo llevaron a otro planeta. Lo último que escuché de ella es que aún sigue haciéndose preguntas sin respuesta. Bueno y que finalmente consiguió meterse en un top talla 11-12.

No digáis que no os avisé.

El líder

En los grupos de desintoxicación intentan enseñarte muchas cosas. Todas ellas ya te son conocidas cuando has entrado por la puerta, pero vas porque lo interesante es que las cuente otro. Sentirse acompañado y tal.

Todos ellos, sin excepción, los imparte un exfarlopero. El líder. Todos hemos querido ser él.

Todos queríamos darle collejas a los demás o pincharle las ruedas al profesor de lengua. Qué gracioso. Queríamos llevar la batuta en el patio, jugar mejor que nadie al fútbol y pegar el estirón antes que el resto. Ahora, el líder, lleva el pelo peinado con la ralla a un lado tapando sus enormes entradas. Cada vez que habla sus inumerables tics faciales restan importancia a sus palabras. El es primero que nos recuerda que tenemos un problema que nos acompañara el resto de nuestras vidas y todos esos rollos. Se supone que escuchar eso deberia hacernos pensar en por qué estamos aqui y en por qué queremos seguir adelante, supongo que algunos lo hacen, pero la mayoría estamos pensando que ójala el yonqui que tenemos al lado nos invite a un paseo al baño o algo así. Y nos reimos por dentro de los tics del líder. Y se pone nervioso y le empiezan a caer goterones de sudor desde el inicio de su calva hasta en entrecejo. Coge su pañuelo, uno de esos pañuelos de tela, del bolsillo de su traje color pistacho pasado de moda en los años ochenta y lo mete por debajo de su tupé para limpiar su enorme frente. Que oculte su calvicie, que aún se preocupe de su imagén dice mucho de él. Dice que aún cree que vive su momento, que aún cree que es el centro del mundo, que seguramente intente llevarse a la cama, esta misma noche, a la chica que se ha unido hoy al grupo. Todos hemos querido ser como él pero ya no.

El líder siente nuestra más absoluta indiferencia, ve como nos miramos con más malicia a medida que sus tics aumentan y daría lo que fuera por un tirito o cualquier sucedaneo de colocón. Dice, hagamos una pausa, y sale a fumarse un cigarro. Nos da un poco de tiempo para que pensemos. No puede permitir que el grupo se le vaya de las manos. La fundación, la misma que le ayudo a él a salir de su adicción, no le permitiría otro desliz. Otro grupo de preexadictos a la mierda y adiós a las subvenciones. El líder sale a fumar y empieza mi trabajo.

Todos se acercan, con cautela. Ya saben de qué va el rollo. Los que llevan menos tiempo viniendo son los más ansiosos. Sus manos temblorosas, sus ojos rojos pedigüeños. Dan pena. Vienen en busca de ayuda pero lo que quieren es más y más. Muchos de ellos sólo están aqui por mandato judicial, les importa una mierda la rehabilitación. Lo que realmente importa es que en su próximo análisis de orina no haya trazas de opiáceos o metanfetaminas, importa que levanten las medidas cautelares contra ellos, que puedan volver a ver a sus hijos o que levanten sus embargos debidos a sus deudas. Tío, no tengo dinero, dice una yonqui desdentada; tiene los brazos como un colador, las uñas llenas de roña, joder, haré lo que sea. Sin el dinero por delante no hay nada que hacer, posiblemente una mamada con esas encias desdentadas pueda ser muy tentadora, créeme, pero esto no deja de ser un negocio.

Cuando el líder vuelve a entrar, apestando a tabaco negro, la gente ya está de mejor humor, más liberada. Y cuando empieza la ronda de testimonios, el líder sabe que ya ha pasado. No es la primera vez. Con una bolsita de cocaina en el bolsillo derecho del pantalon y con la certeza de que en un par de días recibirá en la casa de sus padres un botecito de orina ajeno es mucho más facil para el tío del pelo grasiento contar como violó a la hija de su novia y después las mató a ambas a martillazos. Es más fácil ponerse en su sitio y sentir lo dificil que han debido ser para él sus años encerrado de juicio en juicio, nos metemos en su piel y habríamos hecho lo mismo en su situación, después de todo esto de reunirse consiste en sentirse acompañado. Para el tío que viste de marca y lleva unas Ray ban acopladas a su craneo es mucho más fácil verse a uno mismo dejando a sus padres en la calle, durmiendo en un coche abandonado, depués de haber vendido hasta el cobre de los cables de su casa. Es mucho más fácil cuando después vas a fumarte un chino del que no quedará ni rastro.

El líder cree que ha recuperado el control, ha dejado de sudar y sus tics son mucho menos marcados. El único pero que le puede poner a la reunión es que la yonqui desdentada no se ha integrado. Tampoco es mucho problema porque esta misma noche cuando esté disfrutando de aquello que yo no quisé, creeme que fue dificil decir no, le importara muy poquito que su ex novio, un chulo playa en sus palabras, fue el que la invitó al primer chute y que ella se dejó llevar. Le importara muy poco que él ahora esté rehabilitado, haciendo de su rehabilitación su forma de vida, yendo de importante y mirando por encima del hombro al resto de infraseres. No le importara, colega, y no lo hara porque mientras se lo cuenta el líder está tumbado en su cama, en pelotas, mientras ella trabaja su pene y él se regodea de su victoria, otro grupo de ayuda viento en popa. De nuevo es el líder, el que lleva la batuta, el triunfador. Todos queremos ser él.

La suerte llama a su puerta

Llamaban insistentemente. Jon estaba pegado al sofá haciendo círculos con el dedo índice en el borde de un vaso ancho mediado de licor. Subió el volumen del televisor, como demostrando al insistente toc toc que no pensaba despegar su espalda sudorosa del sofá de escai marrón para ver quién se encontraba tras la puerta.

Pegó otro trago al licor que le cayó por el gaznate surcándolo por la mitad en fuego. Encendió un cigarrillo. El pesado del golpe de nudillos no desistía y a medida que Jon subía el volumen del televisor, éste, hacía sus golpes contra la puerta más fuertes y constantes. Jon tenía las mismas intenciones de levantarse a ver quién era como de tirarse desde un vigesimonoveno piso al vacío, es decir, que igual podría estar bien para acabar con todo pero, Dios, que perezón.

Desde la cocina llegaba el aroma ácido del lecho de arena del gato, llevaba ya unos días rebosando, y entre éso y el programa de la televisión que iba por su enésima temporada la sensación de realidad rancia se le clavó en lo alto de la nariz, por dentro, allá donde está la base de los ojos. Pensó en levantarse y poner en el toca discos ese magnífico LP que había encontrado en La metralleta a precio de saldo. Pero aún le quedaban un par de tragos dentro del vaso y se tendría que levantar otra vez una vez agotado el licor. Demasiado esfuerzo. También estaba la posibilidad de dar un trago más largo de lo habitual hasta que llegará a su boca el sabor a licor diluido en hielo, en el último trago descafeinado, y aprovechar la necesidad de rellenar su vaso para darse el capricho de poner la pista número tres. Entonces, y sólo si el pesado que querría venderle algo o convertirle al cristianismo desapareciera, sólo entonces, podría disfrutar plenamente del dolce fare niente en que se había convertido sus días libres.

-¡Oiga! ¡Abra! Sé que está ahí.

La máxima esa que dice que siempre tiene que haber alguien dispuesto a joderte un buen día se cumple por necesidad. Sin duda. Jon pensaba que no era posible que aun habiendo decidido no salir de casa en un día libre, apagar el teléfono y el busca e incluso no hacer la llamada de rigor a su ex mujer para recordarla que le había destrozado la vida, que le había llevado al alcoholismo de los solitarios, que sus hijos ya tenían un padre y no necesitaban otro e incluso hacerla responsable de sus ataques de ira, no era posible, que después de todo esto le intentaran molestar de la manera que lo estaban haciendo. TOC TOC TOC

Pese a ser poco amigo de los tragos largos a cualquier tipo de bebida alcohólica,y muy buen amigo de traguitos cortos que dejen saborear el aroma de éstas, inclinó el vaso hasta que los hielos tocaron sus labios e hicieron de tope y, acto seguido se levantó apartando un poco la mesita del salón con el pie izquierdo. Decidió, al mirar desde la base de la botella el nivel de licor, servirse un buen trago para acabarla. Desde el mueble bar, y quizá debido a que estaba bastante alejado de la puerta de entrada, casi dejó de escuchar los golpes del cansino.

-¡Eh! Soy su suerte. No todos los días la suerte llama a su puerta.

Ni suerte, ni leches. Era su día libre y cuando alguien llama a tu puerta, salvo honrradísimas excepciones, es para meterse en tu vida y joder algún aspecto de ella aunque queden pocos que no estén ya más que podridos. Así que se acercó al toca discos y puso a todo trapo la pista tres. La que más le gusta. "Just a perfect day..." De fondo se escuchaba, cada vez más fuerte, el aporreo de la puerta, de un ligero toque de nudillos inicial sobre la puerta se había pasado a un abofeteo, a un aporreamiento, a un linchamiento. Fuera quién fuese estaba decidido a tirar la puerta abajo.
"Drink sangria in the park..."

-¡Oiga! ¡Abrame! Su vida va a dar un cambio. Sólo ábrame.

Lo único que quería ver abierto en ese momento Jon era la boca de este hombre mientras él introducía en ella su escopeta de caza. Puede que fuese la única forma de disfrutar de su copa, de la magnifica voz rasgada de Lou y, por ende, de su día libre. "Someone else, someone good.."
Su vida no iba a cambiar, por lo menos para bien. Nunca nada malo cambia a mejor, el único cambio probable en algo malo es a peor.
Se recostó de nuevo en el sofá, notando como su espalda se pegaba al escai con ese sonido tan característico, como de vacío, y cerró los ojos con fuerza buscando a su Jon interior, porque cada golpe en la puerta, cada grito de aquel energumeno intentando captar su atención solo le acercaba más al Jon colérico. "Oh, it's such a perfect day..." y lo único que le separaba de un día perfecto era ese toc toc.

-Abra no sea tonto. ¿Y si fuera a regalarle un décimo premiado de la ONCE?

Si así hubiera sido,primero, antes de recibir el premio le habría engrilletado la espinilla derecha a la caseta del perro y así se hubiera quedado hasta el fin de los días. La pista número tres iba llegando a su final y no la había podido disfrutar como hubiera querido. La imagen de la escopeta encima de la chimenea frente a su sofá se va haciendo más grande. Más necesaria. Los cartuchos están, bajo llave, dentro del mueble bar. Terminó su copa y se acordó del licor de patata que le trajo su madre de recuerdo de Galicia.

-¡Eh, Oiga!. No pienso irme de aquí hasta que abra.
-Lárguese de una puta vez. Dejeme en paz.
-¡Abra! Es por su bien se lo aseguro.

Mientras Jon contaba la cantidad de veces que los demás han hecho algo por su propio bien y llegó a la conclusión de que ese estado al que llaman "su propio bien" debe ser una mezcla entre la esclavitud en un algodonal y unas vacaciones de setenta años en un estercolero, pues en ese tiempo decía, ha llenado su copa hasta arriba de licor de patata, ha cogido un cartucho del mueble bar, ha apagado el televisor y el toca discos, ha bajado su escopeta de caza de encima de la chimenea, ha cargado dicha escopeta, se ha bebido de un trago el licor de patata y una arcada le ha recordado que odia los tragos largos y a la gente que no respeta sus días libres.

-Voy a contar hasta cinco. Lárguese o haré algo por mi propio bien.

Jon contó hasta cinco, cada número que salía de su boca iba acompasado por los toc toc y los ¡abra! desde detrás de la puerta hasta que Jon abrió la puerta y, sin mirar ni preguntar, el ¡Pum! de la escopeta acabó con la insistencia del intruso y con la cuenta.

Se acabaron los golpes en la puerta. Jon miró a la cara al intruso, desparramado en el suelo y con un boquete en el abdomen. Era el calvo de la loteria, con su cabeza sin pelo, su abrigo negro manchado de sangre y un décimo en su mano aún cerrado. Jon lo recogió y cerró, de nuevo, la puerta.

Jon se llenó la copa, puso la pista tres a todo volumen, se sentó cerro los ojos y disfruto de lo que quedaba de su día libre a sabiendas de que con el décimo que acababa de recoger todos los días, a partir de entonces, iban a ser un día libre más.

La patata mecánica

¿Y ahora qué? ¿Eh?

Oh hermanos, que gran pregunta. ¿Y ahora qué? Porque una vez tracubamos en esta tortura no somos drugos. Somos mendrugos. Mendrugos de quijotera vacia. Hemos de dejar en el slut la ultraviolencia para más tarde. Pero yo digo, oh queridos hermanos, digo ¿por qué hemos de facerlo? Digo ¿De que bogos sirve?. Mis queridos mendrugos, vosotros lo sabeís, sois medrugos pero tambien sois drugos. Y, hermanos, aunque yo sea el líder, la quijotera pensante, no podré facer nada sin la ayuda de mis drugos.

Si si si. No nos analguemos más en sus pisllas y cerremos los velgos. No no no.
Porque si besoneamos de algo lo cogemos, oh hermanos, sabeís que tengo razón. Como facen todos ellos peremos cogerlo. No seais como esos pelgos con corbata y esas pisiltis con trajes de imitación a feda que creen ser mordos viejos de toda la putavida. Ellos tambien son mendrugos, pero no drugos. No no no. Ellos sólo son mendrugos sin axones. Cojamos para nosotros las ablas de estos mordos. Son nuestras. Ellos solo las foderen porque las videaron antes o porque fascistearon a otro para mantarselo. Esas ablas son nuestras tanto como suyas.

¿Por qué dejar en el slut la ultraviolencia? Hermanos no hay razón. ¿O es que quereis una putavida tan ralente como la de vuestra querida eme y vuestro benerado pe? No no no. Mis queridos mendrugos. No la quereis. Y si os orejeais un casco e inventais un boncre cada vez que digitaleaís un nuevo filio ya faceis algo. Y si os disfratais de camarçon y meteís los colgantes en la sopa de los sufrientes tambien faceis algo. Y si dispensaís manduca cadusada faceis mucho más de lo que pereís pero no es suficiente. No hermanos. Porque aun así estaís saldeando vuestro tic tac tic tac. Y ya sabeís, hermanos, Dios prefiere al hombre que elige hacer el mal, antes que al hombre que es obligado a hacer el bien. Si, hermanos, es así de cristalino, como el agua de un manantial.
Es cierto cierto cierto que no sois malchicos sólo por eso. No os purupeis. Para ser un malchico como yo mismo, mis queridos hermanos, face falta mucho sudor y torobajo. No vale con embeberse de moloco y cancrillos en el Korova. Lo sé, el mundo no puede estar lleno de gente como yo. No hermanos.

Para ser un malchico, queridos hermanos, hay que portear la ultraviolencia encima y mostrala en nuestras litsas debemos infundir peskor allá donde festemos. Si si si. Un metesaca rápido a una tilsti en un callejón. Bien bien bien. Un trango de aspakara bien dado a la altura del pum pum. Bien bien bien. Un buen dengo de un libroso de biblio. Bien bien bien.
Pero, hermanos, no podemos estorar ahí. No
Fascisteemos a los mordos. Si si si. Póngamos la novena de Ludwing Van bien bolche en sus domos. Si si si. Hágamos un buen metesaca con sus debochcas ante sus vidros. Si si si. No queneramos sus ablas, aunque sean nuestras. No no no. Queremos verlos chlicar, chlicar chlicar. Juas juas juas. ¿Y ahora qué? ¿Eh?. ¿Y ahora qué?
Ahora si malchicos, ahora si. Vamos por buen sendero. Estercoleemos sus persas. Y jironeemos a sus primojamines. Si si si. Donde más forode. Juas juas juas. Tu me forodes. Yo te forodo. Vidrio por vidrio. Y por qué, hermanos, ¿por qué?. Porque nos gusta. Si si si estos mordos no facen ningún por eso mismo. Si si si tenedlo claro, mis drugos. Su esclavajo para algodoneros no dignifica a ningún de vosotros. No no no. Pero después de ésto ¿cómo os videais? Ajajá plentios ¿eh? Si si si. Más forteses. Si si si. ¿Y ellos?. Hermanos mios, ellos no perucan.

Después de ésto, mis queridos hermanos, ya son mismos que nosotros. Si si si. Mendrugos de quijotera vacía. Si si si. Porque sabeís, mis queridos hermanos, el dinero no lo es todo.

Soy un monstruo

A mi no me hace falta la luna llena. Ni la luna, la verdad. Porque yo mismo soy, a ojos del resto, un loco. ¿Un loco? Prefiero que me llamen monstruo pues la locura es un síntoma de alguna disfunción neuronal que yo no tengo. Estoy tan cuerdo como aquel que accionó el mecanismo de la guillotina en La bastilla, como aquel que apuñaló a César o el que le dio la manzana a la gilipollas de Eva.

Si alguien pudiera verme en mis momentos de soledad en mi guarida cuando puedo ser yo mismo, cuando sale de mi el monstruo reprimido que soy, si alguien pudiera verlo no podría contarlo pues no saldría con vida de aquí. Me abalanzaría sobre el intruso dando rienda suelta a mis instintos más bajos. Me tiraría a su cuello y apretaría sobre él mis mandíbulas notando la dulzura de su sangre entrando en mi boca. ¡Aaaahh! dulce elixir de vida que inunda las entrañas humanas ¡entra en mi! ¡poséeme! Apretaría el cuello hasta haber ahogado los sollozos de mi víctima y una vez me hubiera saciado de su sangre apestosa le abriría en canal con mis uñas para comerme sus vísceras crudas. Corazón, hígado, riñones y pulmones. Por ese orden. Son mis favoritas. Me las comería entre gruñidos y aullidos al cielo, como tantas otras veces, sacaría la cabeza por la ventana y aullaría bien fuerte al cielo ¡aaauuuuuuuuhhh! Esperando una contestación de alguien como yo. De un monstruo. No puedo ser el único. Mis vecinos me mirarían con cara de susto, con los ojos como platos y temerosos de mi reacción. Sabiendo que si llaman a la policía me comeré a sus hijos ante sus ojos y les haré tragar sus intestinos llenos de heces a medio digerir. Aahh dulce venganza. Soy un monstruo.

Cuando era más joven mi condición me atormentaba y me aisló del resto, de los humanos sin necesidad de sangre ni muerte ni odio visceral hacía sus semejantes. Las mamaítas de mis compañeros de colegio no aceptaban mi comportamiento animal como ellas llamaban al desarrollo de mis instintos a mear en las esquinas, a gruñir con un ojo entornado a los niños negros, a mi gusto por oler el culo de sus mascotas, a mis prontos de carrera continua por la avenida del colegio sin venir a qué. Mi mirada de monstruo les daba miedo. Mi mirada fija en sus cuellos y en sus ojos y en todas las parte blandas de su cuerpo. Y ya se sabe que la mirada de un loco, como ellas me llamaban, ha infundido más miedo al mundo que todos el ejercito nazi en Europa central. Sus hijos no se acercaban a mi y cuando lo hacían mi reacción, mis gruñidos, mis labios se flexionaban y enseñaban mis dientes afilados y la saliva me caía por la barbilla. ¡Hambre! Lo pasé mal por entonces. Me escondía en los rincones más oscuros del patio y lloraba a escondidas. Deseaba con toda mi alma encontrar a otro como yo. A otro monstruo. No lo hice y aún no lo he hecho. Y me convertí en invisible a fuerza de esconderme, de estar solo, de sentir el miedo del resto ante mi presencia. Sus pelos de los brazos de punta, su castañeo de dientes, su huida pronta y alborotada. Y aprendí a matar mientras el resto hacía sumas y a buscar las vísceras más sabrosas mientras ellos hacían integrales y derivadas. ¡Aauuuuuhh!. Soy un monstruo.

Me busqué la vida como pude en este mundo que no es el mio. Un mundo donde la no-violencia es la apariencia. Dónde el odio explicito a los semejantes está mal visto y se pena con cárcel y exclusión social. ¿Por qué? ¿Por qué está bien matar a los humanos sin sed de sangre en vida y no matarlos directamente y comérselos? ¿Por qué? ¡Aauuuuuuhh!
No lo entiendo. Soy un monstruo. Aunque no tenga cuernos ni me convierta en lobo a la luz de la luna ni tenga miedo al ajo ni a los crucifijos. Soy un monstruo.
Cómo sobrevivir en un mundo de monstruos con ojos de cordero degollado, con monstruos que se dicen humanos porque niegan sus más bajos instintos, con esos monstruos cuyas vísceras saben a dinero y corrupción. Cuyas vidas no merecen ser vividas y son tan insulsos e insípidos que no merecen ni ser matados por mis dientes, no merecen que los aceche en sus portales para quitarles sus vidas, no merecen que de rienda suelta a mi salvajismo. Pero mi mirada les da miedo. Les acojona. Les hace sentir mi aliento sediento de sus glándulas en la nuca. Y el miedo no sólo hace a esta calaña mojar los pantalones, también me da su respeto.
Y es así como me gano la vida. Infundo miedo. Mi presencia infunde respeto. Miedo. ¡Aauuuuuuhhh! Eso no quita que de vez en cuando me de un capricho un vagabundo, un borrachín, un hijo de algún desalmado. Le quito a la sociedad lo que más le duele. Un espejo en el que comparar su éxito. Su futuro hipócrita.

Soy un monstruo. Pero me encanta.

Coleccionismo

Así a lo tonto me he ido juntando con una con una considerable colección de botellas y latas de cerveza. Lo que empezó como un, digamos, diario original de mi juventud, se ha convertido, con el paso del tiempo en una obsesión patológica. Porque lo que se dice joven, joven, no soy. Vamos, que hace ya unos años que me jubilé y fue ahí cuando mi hobbie se tornó en obesión. Porque claro con tanto tiempo libre ya se sabe. Hasta que me jubilé no tendría más de trescientas botellas y unas cincuenta latas, no más. Las que había ido juntando desde que me fuí al interrail el año antes de acabar la carrera. Me traje unas cuantas de Amsterdam y Munich, poca cosa que luego todo iba a mi espalda.

Éstas primeras, en la estanteria de la que fue mi habitación, con sólo mirarlas me llevaban allí dónde las había degustado, un Coffe-shop, una carpa del Oktoberfest o la terraza de aquel albergue en Salsburgo. Se me venían a la cabeza conversaciones vividas en un canal de Brujas comiendo unas galletas de mantequilla con los pies colgando o en la segunda planta de la torre Eiffel mientras recuperaba el aliento de setecientos escalones metálicos.


Y claro como siempre estuve tan ocupado entre mis masters, mi trabajo, mis clases de alemán, reuniones de vecinos y los domingos de fútbol, joder, que cualquier momento ocioso ha sido bueno para guardar un pequeño viaje al pasado. Qué no hago daño a nadie. Pero claro desde que me jubilé cualquier momento es ocioso. Y como, precisamente, no he tenido muchos momentos así. En fin que con tanto tiempo libre y tantas piezas que coleccionar. Si yo entiendo el enfado de mi mujer. A ver que cuando decidí que, por falta de espacio, iba a trasladar parte de la colección a la habitación de la niña, yo tampoco lo vi enfermizo ni mi mujer, quiero decir, "como ahora tiene más tiempo libre el pobre" pensó, pues eso que me dediqué a mis cosas. A lo que me interesaba.
Pues me bajaba al bar con el resto y nos echábamos un tute. Y depués otro. Y, ya se sabe, que mejor acompañamitno a una tapa que una buena cerveza. Cosas del maridaje, y tal, que no es que lo diga porque sí. Y con tanto tute y tanta tapa la habitación de la niña se me quedó pequeña y eso que quité la cama y usé el armario a modo de vitrina cerrada. Claro, pues a mi mujer ya no le pareció tan normal. Y no sólo porque le invadiera el cuarto del chaval, que era (entonces), el triste cuarto de la plancha. Es que me dijo "lo tuyo tiene delito". De todo lo que le esuchado a mi mujer en treinta años de matrimoniolo peor es, sin duda, "lo tuyo tiene deito". Y me acojoné un poco e intenté cambiar mi hábitos. Pero es que irme a mirar las obras tampoco solucionaba esta obsesión. Porque con las tiendas de los chinos y esas conversaciones de encofrados, planos, masilla de cemento y recalificación de suelos. Tan interesantes. Que nadie me puede arancar la ilusión de guardar un momento así en una botella. Y yo lo intenté, eso que quede claro, que si es un problema mejor solucionarlo. Lo intento pero es dificil, como dejar el tabaco o acertar quince en una quiniela, no lo consigo por más que ponga de mi parte.

Mi mujer no lo entiende. Y cuando comencé a colgar estanterias en el pasillo, en la cocina, en el salón y hasta en el recibidor. No le sentó muy bien. LLamó a los niños. Joder, lo intenté. No se lo creén pero es así. Que cuando me deshice de todas mis botellas, de todos mis botes, no solo fue por el pastón que me saqué de la colección, que creo que han abierto el museo de Contenedores de cerveza en Austin, Nueva York, además lo hice por que sabía que ella, mi mujer, iba a darse cuenta de que ella me da suficiente. Se iba a dar cuenta de que ella, es mi mejor recuerdo. Que mirarla a ella. Sus arrugas. Sus enormes ojos. Sus patas de gallo. Su mal genio. Su cuarto de la plancha cervecero. Su hipoteca. Sus dos hijos. Su madre. Nuestros veranos en su pueblo, en la manga del mar menor, y la virgen de agosto. ¡Madre! que recuerdos. Si ella supiera. Que ella.

En fin que lo he pasado muy bien hoy. Y que no creo que esta latita de Mahou pueda hacer daño a alguien, una vez terminada digo, pero quién sabe. Yo por mi me la llevaría pero no sé si me entiende. Ya sabe.