¡Hasta nunca!

La primera vez que la vi, y de esto hace ya bastante, me quedé atontado con su mirada a lo Brigitte Bardot con esos ojos oscuros flanqueados por maquillaje más oscuro aún, su risa sempiterna y sus andares chulescos y fuertes. Pasó a mi lado y mi cuello se torcía poco a poco, siguiendo cada uno de sus pasos. Cuando me quise dar cuenta tenia la nuca donde debería estar mi cara que seguía, entonces, el movimiento acompasado de sus nalgas embutidas en una minifalda vaquera. Lo curioso es que no me dolía. La visión me anestesiaba los músculos.

Pasaron unos cuantos días hasta que coincidimos de nuevo. Estábamos sentados bastante cerca en un bar de jazz. Y entonces descubrí su boca y su lengua. Esa apetitosa lengua que sólo se dejaba ver cuando abría su preciosa boca de almendra. Un par de dientes minimamente separados. Y cuando me habló (por fin) yo ya estaba enamorado de ella. Aunque hacía tantísimo tiempo que había dejado de creer en el amor que lo único que hice fue reírle las gracias. Y la verdad es que hizo unas cuantas la jodia. Me lo pasé bien, todo hay que decirlo.

Al poco empezamos a quedar. Borracheras. Cines. Restaurantes. Drogas duras y para dormir, blandas. Más borracheras. Y muchas, muchas risas. Al día siguiente siempre teníamos, aún, agujetas en la tripa y aún así no podíamos parar de reírnos. Poco contaba de su vida, practicamente nada. Pero me daba igual. Era divertido. Eso es lo importante ¿no?. No sé, eso decía ella. Su lema Carpe diem. En mi opinión poco adecuado (la rosa de su juventud había empezado ya a marchitarse). Pero lo que ella dijese era palabra de Dios. Amen.

Creí estar enamorado, creí que me quería. Incluso llegue a saber que yo a ella, si. Como un ciervo en celo gritaba a los cuatro vientos mi amor por ella. La gente me miraba extrañada. Pero me daba igual. La quería. Ella entre borrachera, resaca y alguna que otra humillación busco piso por internet y nos vimos viviendo en un cuchitril del centro. No habían pasado ni dos meses desde que la conocí. Pero creí que mi vida había llegado a su cima. La quería. La amaba. La necesitaba a mi lado.

Sabía que no era correspondido, ya te digo si lo sabía, cualquiera que nos conociera lo sabía. Pero me daba igual que ella negara lo nuestro, me importaba un comino que me insultara, me daban más ganas de luchar por lo nuestro cada vez que me amenazaba con irse con otros (solo ella sabe si lo hizo).

Supuse que era normal que hablara mal de mi a sus amigas. Yo qué sé a Bibi, por ejemplo, la solía decir lo mal que me comportaba con ella y Bibi, aun sin conocerme, me ponía verde oscuro a mis espaldas, entonces ya estaba seguro de que si nos encontrábamos por la calle no sería capaz de reconocer mi cara pero cuando tuve que ir a su casa a poner un cerrojo de dos martillazos (no fuera ella a romperse las uñas) acudí con mi mono de faena y todas mis escasas, por no decir nulas, aptitudes para el bricolaje. Todo por mi Dulcinea de Chamberí. Por demostrar que mi vida era suya, que yo era suyo, que era su esclavo, su padre, su caballero andante capaz de perecer en cualquier batalla o humillarme de rodillas ante cualquier siervo leproso con tal de que ella me lanzara una sola mirada de amor. Amor compasivo. Amor fugaz. Amor, coño, amor.

Pero ni amor, ni hostias en vinagre. De ella no salía nada. Por más que le regalara una flor diferente cada día(un jardín para mi hada), la dejara notas de amor en la almohada cuando yo me iba a trabajar y ella aun roncaba burbujas de vodka, recogiera la casa antes de irme dejando su cojín del sofá mullido y sin restos de tabaco, hubiera comprado el pan y hecho la comida y hubiera dejado preparada la cena y al camello avisado de que iría a hacerle una visita a eso de las seis de la tarde. Todo daba igual. Pensé en ponerla una estatua en la plaza de cascorro pero es que mi esquilmada economía no me hubiera permitido hacerla ni de plastelina.

En esta situación me encontraba: el veneno de su indiferencia corría por mis venas y un enorme tumor crecía en mi sistema amatorio. Sé que tuve que poner fin mucho antes de lo que ella lo hizo pero necesitaba más de esa mierda. Más ponzoña para que mi cerebro se autofustigara echándose la culpa de todo (¿qué todo?). Era adicto a ella. A su mandanga mal cortada. Intenté dejarlo varías veces pero siempre volvía a caer, amistades comunes, lugares habituales, vicios compartidos y esa jodida mirada que me volvía más loco que una drag queen el día del orgullo.

La última vez que la vi era miércoles. Un miércoles soleado y de libranza. El perfecto miércoles en que, en mi anterior vida, habría dado un gran paseo por el retiro antes de irme de cañas por lavapiés y terminar borracho como una cuba con cualquier fresquilla que se ofreciera a compartir catre conmigo. Pero aquel miércoles de los infiernos bajé a por el pan y El Jueves esperando una tarde "en familia" haciendo recaditos para mi amargo amorcito -!tráeme unas natillas!, ¡Baja a por chuches!, ¡Vete a la habitación, déjame sola un rato!, ¡Hazme un masaje en los pies!, ¡Pon una peli!, ¡Liame un canuto!. Joder eran las tres de la tarde y tenía un cansancio digno de una rave. Y aún me quedaba otro día de tortura. Y la tarde. Y la noche. Y ya quería cagarme en Dios.

Ella se quedo dormida después de comer. La casa desprendía un magnifico olor a sueño que me llevo a planchar un poco la orejilla en mi sofá, ya que ella no quiso que me tumbara con ella. Pese a no esta abrazado a ella los diez minutos que duró la pestañica fueron muy reparadores. Me despertó la melodía de su móvil. A ella también. Cogió el teléfono mientras se quitaba las legañas y se fue al baño a hablar. Aún no sé quién la llamó, alguno de sus amigos internautas de las múltiples páginas de contactos a las que era ciberadicta.

-Me voy. Tengo que hacer unas cosas- soltó nada más colgar mientras se vestía y se atusaba.

-¿A dónde?- ingenuo de mi.

-A ti que te importa- Y soltó su maliciosa sonrisilla de putilla en celo que me sacaba de quicio.- Jijiji-

-Pierdes tú. No yo.-esto sólo me lo dije a mi mismo.

Cogió la puerta y se piró. Supuse que me iba a costar más. Pero no sé, igual había llegado ya al límite de mis fuerzas, o, igual, me daba por vencido, puede, incluso, que hiciera tiempo que ya no quisiera más basura en el cubo de la ropa sucia. Puede que la hubiera dejado de querer hacía ya. ¿A la primera?. Igual nunca la quise y sólo necesitaba sentirme querido por ella. No tengo ni idea. El caso es que me dormí sin problema. Me desperté a eso de las ocho de la noche. Sólo. En el salón de la despedida.

La llame pero su móvil estaba apagado. Siempre hacía lo mismo. Huir. Huir. Huir.

La mandé un mensaje: "asta nunk".

Aquella noche de miércoles hice mi petate. Dejé las llaves encima de la mesa y me fui a dormir a casa de unos amigos. Los mismos amigos que había dejado de ver desde que me quede prendado de aquellos ojos. Tan oscuros como faltos de humanidad. De vez en cuando recibo una llamada suya. Supongo que no tiene otro plan y dejo el móvil en silencio. La última vez que hable con ella, si es que a sus rebuznos se les puede encontrar algún sentido de la comunicación, lo único que repetía es que era un cobarde.

El ojo del huracán

En la plaza de Gibraltar. Parecía que hubiéramos atravesado una frontera de miles de kilómetros. Todo el Sol de la bahía de Algeciras se quedó en la alambrada y sobre nosotros había un nubarrón amenazante enganchado al peñón y otro, sobre nuestra relación. Éste último era el peor de los dos.
Desde hacía meses una tormenta tropical se había instalado en el salón y no había quién la sacara de allí. Llovía tanto. Hacía tanto viento con rachas huracanadas del sur. Arrastraba, tal cantidad de basura y desperdicios. Que vivía esperando los múltiple ojos del huracán (falsos momentos de calma). Oía su voz racheada entre insultos y truenos. Los escombros de las casas derribadas se me clababan en el cuerpo como si fuese una diana y alguien los estuviera tirando con puntería olímpica. Y, en cuanto podía, me limitaba a poner parches en los desperfectos antes de una nueva acometida.
Pues en la plaza se respiraba ese ambiente de calma que siempre precedía a la tempestad y además, esta vez, se adornaba con aquella nube espesa y negra.

-¿Un fish & chips?- pregunté quitándome las gafas de sol y poniéndome el chubasquero.
-Na, prefiero Burguer-king-me respondió mientras miraba la nube y aplacaba la lluvia mañanera.
Asentí. No tenía ganas de jaleo. Sólo quería pasar un buen día. Como ella siempre decía -Lo que nos hace falta son unas vacaciones fuera de España-. En ningún otro lugar de la península había visto fish & chips pero más vale un buen whopper que una discusión sin sentido.

Cambiamos dinero y nos dio la impresión de estar aún más lejos de España. Y su cara expresaba alegría. Y la mía una inmensa tranquilidad. Nos cogimos de la mano. Hacía meses que no lo hacíamos. Estuve a punto de decírselo. Pero no quería problemas.

Nos sentamos a la fresca en la terraza del burguer. Entre guiris en su país y gente, como nosotros, que sólo estaban allí como el que va a un parque temático.

-Luego podemos subir a ver a los monos- propuse. Ya que se la veía de buen humor quería aprovechar.
-Luego ya veremos- Al menos no me insultó.-Quiero comprar tabaco y alguna botella.-dijo mientras deboraba la hamburguesa como si fuera genuinamente inglesa.

La plaza estaba llena de pajaritos. De esos marrones. Lo cierto es que no sé cómo se llaman. Normalmente suelen ser bastante asustadizos. Pero hubo uno que se acerco a la mesa. Se subió por su lado y la dio un susto de muerte (por un instante temí no estar preparado para un embate).
Entonces cogí una patata frita y se la ofrecí al pajarillo que se acerco y empezó a picotearla. Como si estuviera domesticado.

-¡Déjame a mi!-me dijo con esa vocecilla de niña que tanto me gustaba. Ésa que le hacía verse tan desvalida y a mi sentirme útil (no sólo para reparaciones).

Acerqué mi mano a la suya, con sumo cuidado, y ambos le dimos de comer. El chiquitín se iba y venía a nuestra mesa, como llamando a todos sus amigos-¡eh! comida gratis- Cada vez cogía más confianza y nuestras manos estaban más apretadas.
Ya no mirábamos al pájaro. Nos mirábamos. El uno al otro. Como cuando nos conocimos. Y aún no conocíamos el ciclón que se nos venía encima.

-Hoy estás muy guapo- me dijo sonriendo mientras nuestra alada concubina se iba con su ración de fécula.
-Tú siempre lo estás. ¿Qué te daba de comer tu madre de pequeña? Le quiero dar lo mismo a nuestros hijos.-

Nos levantamos. El pájaro estaba empachado y ya no vino más.

Fuimos a una licorería y compramos unos cuantos cartones de tabaco. Apagamos los teléfonos. Nadie se iba a meter en nuestra vida ese día. Nos tomamos unas pintas con unos paisanos gibraltareños que no hablaban ni papa de español. Dimos una vuelta por Mark & Spencer (compramos unos jabones, unos spaghetti precocinado y galletas de mantequilla). Estuvimos apostando en las casas de apuestas de la zona; no teníamos ni idea de qué caballo era favorito en la sexta, ni de qué demonios era la sexta. Nos besábamos en cada esquina en que parábamos. Gritábamos ¡Gibraltar español!. A sabiendas de que si hubiéremos estado en España posiblemente no nos hubiéramos dirigido la palabra en todo el día. Cada vez que pasábamos por la plaza buscábamos a nuestro pajarillo, pero para mi que estaba en la uvi con una obstrucción intestinal.
Subimos a ver a los monos. Y corrimos como gazelas de nuevo al coche una vez empezamos a hacerles un pelín de burla (como corrían los jodios).

No llovió en todo el día. Yo llegué a olvidar las dos borrascas amenazantes. Hicimos el amor en el parking de al lado del aeropuerto.

-Te quiero- me dijo justo antes de dormirse en el coche de vuelta al apartamento en Marbella.
-Y yo a ti. No sabes cuánto- estábamos saliendo de la roca. La lluvia empezaba a caer fuera del coche.

En la frontera nos hicieron parar y nos pidieron los carnés de identidad. Tuve que despertarla.
Entonces ya no solo llovía fuera. Adiós Reino Unido. Hola mar Caribe.

Culturetas

No sé por qué aparecí por allí. Tenía los oidos saturados de escuchar al López todo el día con la misma cantinela. -Tío tienes que venir a la tertulia. No eres cool si no vas por ahí de vez en cuando. Simplemente no formas parte del mundillo cultural-. En fin.

Yo no es que sea un cultureta ni mierdas de esas. De vez en cuando escribo alguna gilipollez que se me ocurre. Por evadirme-pelín de esta realidad monótona en tonos grises y corbatas rojas. De atascos y de cláxones. De putas e hijos de puta malnacidos.

Total que como aquel sábado no tenía mejor plan y había cogido un buen arsenal de polvo nasal contra el aburrimiento me dejé caer por aquel chill-out. Frío como todos los chill-out de media tarde, pero con una carta de cóckteles baratos digna de cualquier mueble bar de cualquier casa de manoteras o alrededores (alcohol barato a granel).

-Ponme un Long Island bien cargado y con poca coca-cola- Le dije a la camarera de las rastas rubias y el pantalon vaquero cagao. No me hubiera importado lo más mínimo quedarme de charleta con ella. Pero López ya venía en mi busca a la barra. Además ella tenía ese aire underground que tantas nauseas me provoca. Si, están muy buenas. Pero su mirada dice soy-pija-gilipollas-integral-y- no-llevas-suficiente-ropa-cara-como-para-que-te coma- el ciruelo.Que la follen-pensé, bueno tambien pensé que si era yo el que lo hacía mucho mejro. Esa putasnob no probaría mi boliviana.

Me acomodé en el único puff que quedaba libre alrededor de la mesa cultural. Bueno acomodarse en un puff es como intentar coger el sueño en una litera de Austwich. Es igual un par de sorbos largos a mi copa y una primera visita al baño y ya estaba como en la cámara de gas. Aturdido, perdido y esperando a ver que se cocía en aquel antro.

Un tal Kolia Jimenez, alemán de nacimiento hijo de un exiliado forzoso y una puta alemana roja y pellejuda con sabor a cerveza de trigo, es el primero en tomar la palabra. Es lo más. Acabo de volverr de la India y como soy fotogrrafo he estado tomando fotos de los pobrres niños que viven entre trrenes y basurra. Eso dice él. Mi padrre me mandó un majgnifico ofjetifo nuefo. Teknolojia alemana. Supongo que ganaré algun prremio. ¡Ala!. Ya soltó el gas. Son todos unos putos nazis. Quien tuvo retuvo que decía mi abuelo. Noté el gasecillo en mi pituitaria y acto seguido ordené otra copilla a la pájara de las rastas que desde lejos parece estar más buena de lo que en realidad esta con ese piercing en el labio inferior y su tatoo en el brazo izquierdo (una carpa koi parece).

En cuanto tragué el brebaje de los dioses de la islita neoyorquina pregunté:
-¿Dónde te alojaste k o l i a?- sentía mis maliciosos ojos abiertos como platos. No pestañeé mientras le miraba fijamente sintiendo su rechazo completo hacía mi pregunta.

-¿Porg que prreguntas eso?, no crreo que tenga imporrtanncia- repondío mientras sorbía haciendose el tranquilo mientras el tembleque de sus manos derramaba la mitad de su capuchino sobre sus sucios pantalones de pintor.

-Supongo. Y me apuesto mis dos huevos a que estoy en lo cierto que herr papa te pagó un hotelito cinco estrellas para tus vacaciones de hobby. Díme que no es cierto y aqui mismo. Encima de esta mesa en forma de estrella de mar amputada me amputaré yo mismo los cojones.-Reconozco que me pongo un poco violento cuando bebo, esnifo y estoy en una compañía tan guay-chupi-como-molo. Sobre todo por esto último.

-Colega-tercio López-igual estas prejuzgando a la peña-me hizo una seña para ir al baño. De camino paramos en la barra y nos enchufamos unos chupitos de verde absenta.

-Tío tienes razón estuvo bien alojado y bien surtido de pasta. Pero es un artista. ¿Has visto alguna de sus fotos?-López sólo intentaba calmarme e intentaba que no la liara. Despues de todo su única cualidad artistica es la de hacerse pajas a dos manos. Es representante, lo cual le deja en lo más bajo del artistero cultural. Sólo saca tajada de los mamones a los que aguanta y a los que me quiere hacer aguantar a mi.

-Supongo que no tendrán nada que envidiar a las de la comunión de mi prima que hizo mi tío el manco- Replico mientras pinto un par de lineas en la tapa del váter. Cagüenlaputa. Porque le conozco de toda la vida y le tengo más cariño que a mi hamster si no le habría partido la cara en ese mismo instante.


Salí del baño más calmado como si fuera de valium y no de zarpa. López, el pacificador, pidió disculpas de mi parte a lo que respondí:

-Si strujen, tío, perdona. A veces se me va la olla. Eso si: la apuesta sigue en pie-

Me inserto, otra vez, en el jodido puff que encima es de escai y se me pega en las pantorrillas. La rastafari me trae otro té helado alcoholizado y escudriño al resto de frikis.

Había un enano barbudo parecido a Pan, aunque de semidios creo que sólo tenía su propio ego. Decía ser Dj en varios locales de esos que se petan de empastillados con nidos de aguila en la cabeza y poco más dentro de ellas. Lo más cerca que había estado del Parnaso el pequeñin fue en un viaje de tripi que no le debió sentar demasiado bien pues, a veces, se quedaba en babia mirando las colillas apagarse en el cenicero o viendo subir las burbujas de la coca-cola del vaso que sostenía desde que llegué y del que no había bebido ni una gota. Daba muchísima pena ver su cara embobada de malentripado, casi tanta, como ver un bombardeo sobre alguna ciudad del eje del mal.

Un cantante con la voz más cascada que Sabina e infinitamente más joven. Por no hablar de lo superficial de su poesía. Tenía el mismo carisma que Aznar en la fotito de las Azores por lo que en mi mente, y solo en ella, le augure un prometedor futuro de comepollas de algún otro cantante con menos carisma aún pero mucha más pasta familiar.

Había un escritor que una vez público un cuento en la revista de su instituto. Por las entradas que le le llegaban a la coronilla calculé que debía tener unos cincuenta palos. Seguro que estaba escribiendo el novelón del siglo XXI porque desde aquella vez. Nada. Buah cuando saliera ese libraco el Ulises de Joyce a su lado no sería más que un comic de Torrente.

Por último, como no podía faltar, estaba la comebolsas. No se dedicaba a nada. Aparte de a ponerse como las abutardas dia y noche y viceversa. Tenía cara de haberse dejado las bragas en el puticlub sin haber podido dormir ni un sólo minuto despues de su último turno con algún baboso obeso porque sabía que aquí mucho talento no habría pero estimulantes no faltaban. Seguramente era la más lista de todo el grupo. Me seguía al baño cada vez que me levantaba. Pero de mi esa guarrilla nunca en la vida sacaría nada.

De todas formas yo seguía rallado como el canal plus con el bávaro de los huevos. ¡Ui! si como mola ser guay y viajar y hacer fotos a los pobres y dejar pasta en un país donde la peña se muere de hambre y los políticos se la gastan en bombas atómicas, putas y opio a granel. Es lo máximo a lo que puede aspirar un gilipollas como ése. Si por mi fuera le daría para atrás a la maquina del tiempo y le haría crecer entre jeringuillas, parques llenos de zombies heroinómanos y sin ver una cámara de fotos hasta los veinte o en la segunda boda de su viejo con alguna zorra cazafortunas con tres hijos de otro matrimonio dispuestos a chupar de la teta de herr papá.
Estaba callado como una puta en cuaresma. Yo no paraba de mirar su maldito capuchino. Una bebida tan asquerosa como su jodida cara de kartofen. Sólo esperaba que me dijera algo. Claro que un traguito de más igual me hacía olvidar que necesitaba una excusa para meterle su asquerosa cabeza por su culito apretado.

Pedí una más, estaba seguro de que era la última, no aguantaba más esa cháchara de subnormales-viviendo-bajo-las-faldas-de-mamipapi.

La pijarasta me trajó la penul (en ese momento supe que era, como poco, la penúltima). En la bandeja tambien llevaba un cafelito espumoso para el visigodo. Así que, por pura casualidad, estiré mi piernecilla y mi amiga la porrera derramó el contenido de su bandeja sobre él.

Gutentag se levantó como si tuvierá un muelle metido en el culo:

-¡Pero que haces desgraciada este foulard vale más q....PLAKA- no le dió tiempo a terminar porque el muelle de mi ojete es mucho más fuerte que el del suyo. De eso no queda la menor duda. Y mi cabeza mucho más dura que su cartilago nasal.
La mesa se llenó de sangre. Y su foulard de cachemira.

-¿Estas bien colega?-le pregunte a la camarera cuya belleza era en ese momento directamente proporcional al cuezo que yo llevaba.
-Si, tío, gracias. No aguanto a esta gente-

Esta gente se levanto corriendo, todos menos mini-pan que aún se había quedado en lo de mis pelotas y el hotel hindú. Debieron llevar a nuestro colega europeo a algún hospital o algo de eso.

-¿A qué hora sales?- le dije a la agradecida camarera.
-Aún te da tiempo a tomarte un par más. Invita la casa.

Joder que noche. López no me ha vuelto a llamar, me es igual, mi hamster se murió la semana pasada y lo tiré por la taza del retrete. Al final con que mis calzoncillos fueran Kalbin Clein le fue suficiente a aquella camarera piojosa. Eso si mi boliviana ni la cato. El mundo no esta hecho para culturetas sin sentido de la realidad. Es triste pero, esta hecho para los listillos.

Las jodidas parejitas

- De verdad que no sé lo que quieren- me decía Guille mientras se limpiaba la espuma de cerveza del labio superior- en serio. Lleva toda la tarde diciendo las ganas que tenía de venir. Y ahora.- Pega otro trago a su pinta de cerveza, yo no sé cuantas lleva ya.- Ahora se mete en el baño y ¿cuánto tiempo lleva allí?-

- No sé tío. Estará en esos días. O. Vete tu a saber- yo fumaba un cigarrillo y miraba de reojo el televisor del bar. Derbi madrileño. Otro que ganamos. Lo cierto es que me tocaba las pelotas lo que le pasara a Guille y Malena. Siempre estaban igual. Ahora te quiero y no despego mis labios de tu piel y nuestros abrazos son los más mejores de todo el mundo y que guay, como mola, despertarse contigo cada día. Ahora ya no te quiero. Me voy con otro (u otra dependiendo) de vacaciones a las pitiusas, aún no me explico cómo he podido estar junto a tus sobacos y que te pires, no me llames, muérete.

-Es que no la entiendo. Me vuelve loco con sus niñerias. Ahora otra vez vivimos juntos. Parece que hemos empezado de cero, sin echarnos cosas en cara y tal. ¿Sabes no?. Pero de vez en cuando me trae el desayuno a la cama y, aunque yo nunca como nada por las mañanas, me lo trago con el estómago dado la vuelta y ,otras veces, se despierta y no me habla......[Aquí puse el cerebro en modo hago-como-que-escucho-pero estoy-viendo-el-partido].
"Joe Raúl. Cuanto tiempo lleva siendo un paquete. Ha fallado tres ocasiones clarísimas en menos de diez minutos. Se debería retirar. Partido Homenaje y que se pire coño."

-Shhi, calla, marica, que por ahí viene- le dije. Yo estaba de frente al baño- Maleni pídenos otra ronda, tú que estás de pie anda- Trajo la ronda y unos frutos secos de tapa.
-¡Voy fuera a llamar!. Como odio el fútbol. Al final siempre me lías- Malena le dirigió a su querido novio una mirada afilada que me hizo daños hasta a mí.

En cuanto salió Guille siguió con su monologo. Que si anda mamoneando con otros. Que si está hasta las narices de ser su chacha. Que si esta seguro de que ella no le quiere. Que si esto que si lo otro. Hace tiempo que había decidido no opinar nada sobre esta maravillosa relación, quiero decir, tengo mucho cariño a Guille y a Maleni. Pero. No sé. Creo que sus problemas deberían arreglarlos en casita y no en un bar contándome a mi sus miserias de pareja. Y sin dejarme ver el puto fútbol. Joder, este equipo está para el arrastre. Además cuando se decidiesen de una vez a poner punto y final yo estaré ahí para consolarle a él y para tirarle los tejos a ella (¡Dios qué buena está!). Y él seguía. Que si esta hasta la coronilla de las comidas familiares, de bajar a la farmacía, de peliculas de amor, de todo. Y yo sin poder seguir a gusto el partido.

-¡Joder colega! Deja de quejarte de una puta vez y haz algo. Mándala a tomar por culo- El maldito siete acababa de fallar a puerta vacía y en el contragolpe el atleti había marcado. La cara de Guille tenía la expresión de acabar de ver morir a alguien.
De mis espaldas salió una voz-¡Qué coño estas diciendo? ¡Gilipollas!. Metete en tus putos asuntos y no opines de lo que no sabes-efectivamente era Malenita- Me piro. No aguanto a los metomentodo. ¿Por qué no miras la tele y dejas de meterme en mi vida?.

Guille salió corriendo detrás de ella después de soltar un "ya te vale, tío".

La buena vida

Una vez más de vuelta al tajo. Estoy hasta los cojones. Podría ser un día normal, pero no lo es. Hoy estoy de vuelta de un mes y medio de baja. Tranquilamente. Sin problemas -¡Hijo, las doce!-¡yayaya! zzzz-. Estar dormido, ese gran invento. El colchón de látex.


Entrar a este antro maloliente. Retroceder unos años, estamos en el patio. Sólo la bofetada de sobaquera que bofetea mis orificios nasales me produce unas nauseas. Una tripa grasienta. Un apretón. ¡Al baño!. Buah, regalazo para la de la limpieza. Le he puesto un lacito.

-¿Estas ya mejor?- me pregunta mi superior directo, un tío gordo, bajito, con olor a cebolla pasada saliendo de su boca permanentemente.

-Desde que he entrado aquí me siento otra persona- respondo con cara de psicópata. Es la verdad. Soy otra persona. Alguien con ganas de matar, con ganas de acabar con la opresión del trabajo mental de parecer alguien que no soy, con ganas de dejarle un regalito en la cara a este mamón. Con ganas de Kale borroka en la oficina. Podría quemar los archivos físicos como si fueran cajeros automáticos, volcar las mesas con los ordenadores encima cual autobuses públicos, pegarle un perdigonazo asalivado verde y viscoso a la bigotuda de mi jefa de departamento en la nuca. Podría hacer tantas cosas que creo que me aplicarían la Ley de partidos e ilegalizarian mis ideas sobre esclavitud moderna en oficinas cerradas, malolientes y con cada vez menos gente recogiendo algodón en ellas. Encima pagando su crisis.

Bueno. Al grano. Son ocho horas. Sólo ocho horas. Ocho largísimas y desesperadas horas. Ocho horas que pueden acabar conmigo en la cama reventado de currar, con algún cliente enviando una queja por escrito via mail sobre mi actitud hacia su insignificante problema, con algún compañero en el hospital o incluso con otra visita al medico para prolongar mi periodo de bajaciones forzosas debidas al estrés y la ansiedad que me provoca verme convertido en un número negativo más.

Llevo ya veinte minutos que me han parecido como tres meses. Un par de clientes se han acordado de las tumbas de mis familiares. Otros cuantos de mi santa madre. Y la inmensa mayoría han visto como ponía a toda su familia en un inmenso montón de basura. ¡A la puta mierda!.

Recibo una llamada por linea interna. La bigotuda de mi jefa quiere verme en su despacho. ¡Genial!. Puede que por fin resuelva mi gran duda: ¿Es lesbiana o un transexual no convencido del todo de hacer de su chochito un micropene?. Nunca he estado tan cerca de ella. Huele a tabaco y naftalina. Es una puta polilla con esa tez polvorienta, arrugada, con esos pelos en el bigote más poblado que un campo de refugiados sudaneses y debe comer naftalina pero no palma. Bicho malo nunca muere.

-¿Cuánto tiempo llevas con nosotros, Alberto?- se relame con su lengüecilla de insecto el mostacho que yo no puedo dejar de mirar.

-Demasiado. Supongo.-Contesto mientras me pregunto cuánto tiempo tendría que estar sin afeitarme para lograr tener algo de ese estilo bajo mi nariz. Mucho. Muchísimo.

-Hoy se acaban tus días aquí. Este es tu finiquito y estos los papeles del paro- Me extiende unos impresos que cojo como si estuviera ganando la medalla de oro en la marathon de los Juegos Olímpicos de Atenas. ¡Por fin!. - Creemos que eres una mala influencia para el resto de compañeros, no te lo tomes a mal, todos te tenemos mucho cariño- ¡Joder! y yo a ellos, coño, y yo a ellos. Con toda esta pasta y los dos años de paro que tengo por delante... Tengo ganas de llorar de alegría y hacerla sentir a ésta, o éste, o lo que coño sea que me siento afligido y sin ganas de vivir. Pero no me sale ni una lágrima. Por fin después de años y años encerrado aqui me piro. Me piro con un hijo de madera. Me piro con un cheque de una cantidad de pasta superior a toda la que ha visto mi cuenta corriente jamás y con el subsidio de desempleo esperándome. Por fin me siento valorado. Playa. Montaña. Ciudades imperiales. Subiré a la torre Eiffel y pasearé en un crucero por el Mediterráneo. Iré a todos los parques de mi barrio a beber litros de cerveza. Dejaré de visitar descampados de tres estrellas con mi novia; iremos a hoteles. Veré todos los partidos en cualquier bar. Todo el día rascándome los genitales. Es el día más feliz de mi vida desde mi comunión.

-Supongo que un trocito de mi se queda en está empresa- Le digo a mi, ahora, queridísima jefa. Sonrió un poco y pienso: Por lo menos hasta que limpien los baños.