La vida sin Ella

Me despierto a eso de las cinco de la tarde. Hace meses que suspendí la tertulia literaria en el bar de la esquina con los chavales. No tengo ganas de escribir, nunca las tuve. Ahora sólo tengo ganas de que Ella me responda a alguna llamada, nunca las tuve.

Abro la ventana y hace un frió que me pone los pezones como escarpias. Enciendo un cigarrillo y aspiro al son de mis botezos (humo directo a los bronquiolos). Esputo un mocarro verde aceituna en su lado de la almohada, sin querer, ahí ya no duerme nadie. Desayuno un trozo de pizza mohoso y repugnante de hace unos días, retiro la parte mordida por el gato.

Me lavo los dientes con un poco de mistol y aún así no sale toda la mierda de los huequecillos de entre las muelas superiores. Por qué seguiré con esa puta manía es una gran pregunta; hace meses que no salgo de casa, no recibo visitas, hago la compra por Internet, mi planta de maría me da la autosuficiencia porril necesaria como para no tener que bajar a pillar en una buena temporada, hace meses que no veo la televisión, me como los mocos de vez en cuando y, a veces, hasta me pongo pañales. Pero sigo lavándome los malditos dientes. Por si las moscas, por si Ella vuelve.

Mi enorme panza sigue creciendo a buen ritmo. Ahora hago menos deporte aún, ya ni el polvete de las mañanas, no tengo ganas ni de pelármela ni, dinero para putas. Me introduzco a duras penas el segundo cigarro por el anticulo. Mi boca ya solo es lo opuesto a mi culo, huele igual de mal, solo la abro para expulsar gases o solidos en forma de vómitos y no quiero que nadie acerque sus labios a ella, salvo Ella. Anticulo. Antisocial. Antitodo. Antídoto. Antianti. Eso si, dientes blanco nuclear. Sonrisa Profident.

La mañana sigue su ritmo, el ritmo que alguien quiso dar a sus horas. Largas y lentas. Sesenta minutos que duran veinticuatro horas. Me sorprendo mirando el vació de su ropa en el armario, la soledad de mis calzoncillos desde que no están sus tangas, los pelos enganchados a su esponja en el baño. Solo queda su maquillaje. Algún día tendrá que venir a buscarlo. Soledad, maldito tesoro.
Me miro al espejo y no me reconozco; barba de nosecuantos días, ojeras hasta media cara, mi nariz es enorme y esta roja (creo que ayer me caí por las escaleras), el pelo me tapa las orejas (de todas formas no quiero escuchar a nadie), mis piños a juego con mis ojos. Necesito más tabaco. Llamo al telepizza y pido la pizza más barata y un paquete de Nobel, no saldría de casa ni por un desahucio.

Me echo la siesta. El sueño es turbio e intranquilo. Me despierto cada poco. Me tomo un Orfidal y mañana espero que sea otro día.
Una vez redespertado de mi sueño narcótico me sorprendo, de nuevo en el espejo. Me he afeitado media cara y me he pintado como ella solía hacerlo.

Por fin hablo con ella, con su cara, con sus ojos arrimelados, con su boca de fresa. Sociabilidad.
La pido perdón pero aún así sigue sin responderme, sin mirarme de verdad, sin atender a mis llamadas. Me lleno un vaso de whiskey con agua del grifo y brindo con ella en el espejo. Unas lágrimas recorren su rostro reflejado en el cristal.
Me bebo varios vasos, vacío la botella y abro una cerveza caliente. La beso en el espejo.

Suena el teléfono y no lo cojo, y salta el contestador y la escucho "por favor, deja de llamarme", y corro hacía el teléfono, y ya ha colgado, y lo arranco de la pared y lo tiro por la ventana.

La miro una vez más en el espejo, desesperado, la beso con pasión e intento abrazarla. Me lavo la cara.
Cada día soy más gilipollas.

Apretón de manos

¿Qué si soy un fantasma?, es curioso que me haga esa pregunta pues yo también la formulé hace tiempo en esta misma estancia, en esta misma biblioteca. De las misma forma que ahora usted hace conmigo. Se ve que llegó mi hora. No creo equivocarme si digo que esa decisión suya a la hora de abordar una pregunta tan compleja me hace creer firmemente en usted. ¿Busca la verdad?. Yo también lo hacía. Por eso estoy aquí.



Quizá la historia que le contaré a continuación pueda parecerle extraña. Para mi también lo fue la única vez que la escuche. Entiendo que pueda turbar sus sentidos y hacerle perder la cabeza por una larga temporada. A mi, ya le digo, me pasó; aunque de eso haga mucho tiempo y muchas almas mortales que pasaron por este mundo estén ya en otros, (mejores o peores) con su envoltorio putrefracto devorado por gusanos y alimañas de ultratumba.




Llegué a este caserón hace cientos de años, como tantos otros, atraído por las leyendas de druidas, alquimistas, filósofos varios, eremitas y bohemios que se contaban en la comarca. Todas sin excepción, en caso de que mi primera apreciación no fuese falsa, le habrán traído hasta aquí.


No sé decirle por qué siempre tuve esa predisposición al estudio de toda materia cognoscible y una deslumbrante curiosidad por lo no humano, el caso es que finalmente estas malditas obsesiones me hicieron perder la cabeza y la vida en busca de alguna verdad que nunca encontré y que ahora que me llega la hora de dejar esta estancia me doy cuenta de nunca lo haré. Ni estuve cerca de hacerlo. Esto sólo se lo digo para que quedé usted avisado de lo que encontrará aquí.


Llegué. como decía, a lomos de mi caballo y acompañado de varios aldeanos de la zona que sólo accedieron a guiarme hasta aquí después de pagarles una fortuna en doblones y tierras familiares y con la promesa de no hacerles entrar dentro de la hacienda.



Nada más divisar el caserío a lo lejos mi cuerpo se lleno de tristeza. De una tristeza que se respiraba en el ambiente. La cara de todos y cada uno de mis porteadores-guias se tornaron blancas, sus ojos desprendían lágrimas cargadas de miedo y desesperación, sus brazos parecían haber entrado en rigor mortis. Soltaron todo mi equipaje y salieron en busca de las seguridad de sus hogares como poseídos por el demonio.




El caseron señorial, como ya pudo usted observar, es de estilo neoclásico. Seguramente el mejor conservado de la zona (me refiero al edificio en el que no se observa ni una sola grieta o amarilleamiento en sus paredes debido al paso del tiempo fenómeno que no ocurre en este lugar); si bien, como tambien habrá observado, toda la parcela que lo rodea esta en un estado deplorable de ruina y dejadez, como si todos los edificios hubieran sido dejados alli el mismo día en el que tambien dejaron caer el dolmén del claro del bosque. Yo lo observé aquella vez pues antes de aventurarme aqui dentro rodeé el edificio en busca de algún indicio de vida. Poco encontré, la maleza lo rodeaba todo incluso las tumbas del cementerio familiar de la parte trasera, me pareció ver moverse a algún oroscefro pero nunca pude adivinar con certeza si era uno de esos seres o una simple ardilla en busca de algo de comida. Lo que más me llamó la atención fue la negrura del lago que hay más allá del camposanto (yendo hacía el hayedo), visto desde el embarcadero usted no será capaz de ver su cara reflejada en el agua. ¿Agua? o más bien ¿negrura líquida?, a saber, no será capaz de ver el fondo cenagoso o de advertir un sólo pececillo o, incluso, de mojarse los dedos de los pies en su gélida superficie.

Dejando a un lado los detalles de los alrededores, se habrá fijado, tal y como hice yo en su día, de la atmósfera que se respira aquí dentro, el revoltijo de muebles de todas las épocas que solo se podría encontrar en el Metropolitano de Nueva York, las telarañas colgando de cada rincón sin vida, los candelabros sin velas ni luz artificial, los enormes ventanales puntiagudos dejando entrar de vez en cuando una ráfaga de luz que se clava en la retina cual puñalada. Se puede definir de muchas formas la sensación de estar aquí dentro, yo suelo hacerlo con la palabra agobio pero otros, antes de mi, lo hicieron con desidia, dejadez, hastío, intemporalidad... ya tendrá usted la suya propia.

Este olor a anciano que todo lo inunda acabará por formar parte de su propio ser y llegara el día en que no note que es usted el que lo desprende y tenga ganas de quitarse una vida que ya no será suya y, ese día, se dará cuenta que lleva muerto mucho tiempo y sólo esta esperando la llegada de otro amigo de la búsqueda de la verdad absoluta para poder dejarle a él esa ardua tarea y poder irse a descansar eternamente al lago de las almas negras de la desesperación.

Antes de que sé de cuenta usted mismo será la única fuente de ese aroma. Aquí el tiempo no pasa, ya le dije.

Pero hasta que llegue ese momento aun tendrá que pasar años de estudio y desesperación. Aquí en esta misma biblioteca. Aquí donde cada libro es una reliquia. Donde cada incunable descansa desde que es editado hasta el fin de los días. Donde he estado tanto tiempo que puedo recitarle cualquier pasaje de cualquier volumen que usted elija. Aquí donde no hay nada más que hacer.
Sólo buscar la verdad, una vez se entra no se puede salir.



Es extraño; el ente que me dio el relevo a mi mismo, creo recordar, me dijo sentir lo mismo que yo siento ahora mismo: desesperación, incredulidad y ante todo un enorme alivio. ¡Adiós pesadez de hombros ante la falta de respuestas, hasta nunca ojos cansados, olvidate de mi cerebro hiperactivo!. Descanso. Por fin.

Usted, en este instante, estará pensando lo mismo que yo, o algo por el estilo. ¿Cállese carcamal?. Si he llegado hasta aquí es por algo. ¡Vállase de una vez o déjeme buscar mi destino en forma de verdad!, en forma de papel, de libro, de palabra, de verso, de verbo, de Dios, de nada.



Nada me haría más feliz ahora mismo que callarme y dejarle en paz. Hallando qué. Nada. Ya se lo digo. Nada. Vació. Cero. Vaso sin vino. Cigarro sin hachis. Rey sin reino. República con Rey. Absolutamente nada encontrara. Y es mi deber informarle del riesgo que corre.

Perderá todo. Su vida. Su familia. Su coche. Su misa de domingo. Su niñez. Sus domingos de resaca. Su compañía en las noches de invierno. Su soledad en las, de verano. Su té de por las mañanas. Su embriaguez de los atardeceres. Su olor de despertar. Sus agnosticismo de madrugada. Su, su, su.



En cuanto le de el relevo querrá no haberlo hecho, darme la mano, digo. Es la tradición. En algún tomo encontrará los inicios de esta ¿logia?, ¿tradición?, ¿locura?. Dejémoslo en los inicios. Eso puede que lo encuentre, o crea haberlo encontrado. ¿Sócrates es el inicio?. ¿O Jesucristo?. ¿O Bin Laden?. Qué lio. Qué nudo de Damocles. Qué encrucijada. Qué síndrome de creador.
Se perderá, se lo aseguro, en alfabetos latino, griegos, cirílicos, hebreos, alifatos y jeroglificos.
Se perderá en la razón y el empirismo, entre Alá, , Zeus, Ra, Tutatis, Shiva, Confuncio, Shakiamuni, Cristo, Yavhé, Jehoba, Stalin, la cruz, la luna, el pez, la estrella de seis puntas, Mickey Mouse, Mc Donald´s. Cualquiera es fuente de pérdida

Y si la matemática euclidiana tiene más razon que la descartiana y ningun de estas dos vale una chinita de arena en comparación con la leibtziana.
Y si la física newtoniana queda en agua de borrajas fritas en comparacion con la newtoniana (si es que existe) y, si, además estas dos son un Maneken pis en contra del Empire State de Hawkings.
Y si Darwin no era más que un copiota de su abuelo, y si existiera una historia de verdad y otra de mentira, y si dos y dos son cuatro, y si la raiz de dos pitagórica no existiera, y si esxitiera una humanidad, y si no, y si..........si es el momento de irme.

Su mirada me lo indica. Su temblor de manos. Su quinto cigarrillo. Su mirada perdida en el vacio por una historia sinsentido.

No sé si soy un fantasma, sé que pude ser más humano, no sé si sólo soy fantasma, sé que hice todo lo que pude aqui, no sé si alguna vez seré un fantasma, sé que por fin puedo irme, no sé si estaré entre dos mundos, sé que nunca estuve en ningun mundo, no sé si tengo cuerpo material, sé que una vez sentí algo. Sentí un apretó de manos. Un contrato físico. Deme si mano.
Déjeme ir: Quédese aquí. Ya conoce los riesgos. Pero, la verdad.

Requiem por un trabajo

Recibió la llamada hace unos días: -Grtimm ha muerto- Brret no pudo contener el llanto.

Desde su partida a Chechenia se habían visto poco (practicamente nada). Pero los años de enraizamiento y crecimiento juntos a todas horas habían creado en ellos un vínculo irrompible; seguían enviándose mails con regularidad, alguna llamada y en las mínimas visitas al barrio que Grtimm hacía por navidades, siempre, encontraba un hueco para él. Para sus cosas. Sus cerves. Sus risas. Sus insultos sin sentido. Sus confidencias públicas. Sus discusiones políticas. Su borrachera de Vodka. Sus cierres a todos los bares de la zona.

Desde hace unos meses los mails y las llamadas se habían ido espaciando cada vez más; primero fue uno por semana; al poco, uno cada quincena y en el último mes poco había sabido de Grtimm.
Le habían ascendido. Lo que siempre quiso. Grtimm no fue apollado por nadie cuando decidió irse de corresponsal extranjero al causaco, sus padres no querían que se fuera tan lejos y a un lugar tan peligroso, su mujer le abandono harta de "sus sueños infantiles de pirata", sus jefes no le dieron el paro (les interesaba un mileurista infravalorado más sin afán de prosperar); pero Brret. El ahí estuvo. Se apunto a clases de ruso y checheno para hacerle compañía. Le animo a buscar otro destino (sin intentar convencerle), le pago el billete de avión (tenía un buen trabajo y aún vivía en casa de sus padres), se llenó de moratones el cuerpo en las clases de paintball (simulacro de guerra), le regaló el chaleco antibalas y el casco, le llevó al aeropuerto. Despedida de amigos. Hasta siempre. Hasta nunca.

Ayer fue el entierro. La ex y la madre de Grtimm iban vestidas de plañideras. Su padre, de negro a juego con sus ojos. Sus hermanos no estaban (nunca entendieron su afán de aventura). Todos le miraban con ojos de rencor. Hasta el cura.

-No creo que él hubiera querido un entierro de este tipo- opinó Brret para romper el hielo. Su familia siempre demostró una autentica fobia hacía la jerarquía eclesial.

-No creo que se hubiera ido si tú no le hubieras metido tanta idea gilipollesca es la cabeza, ¿por qué no te fuiste tú?- Respondió la madre con el ceño fruncido sin mirarle ni un instante a los ojos.

-Bueno fue su decisión yo sólo le apoye en s...-no le dejaron terminar la frase

-Tienes gran parte de la culpa. Podría haberse quedado donde estaba. Le podrías haber convencido o incluso metido en tu periódico. Pero nunca tuviste huevos de nada.- Debía ser la primera vez que escuchaba al padre de Grtimm en toda su vida.

No dejaba de tener razón. Aún así él nunca quiso ser corresponsal de guerra y era jefe de redacción en el periódico local. Estaba bien. Cierto es que en sus años de universidad juntos siempre se mostraron, los dos, trotamundos y curiosos; fueron buenos estudiantes y cuando tuvieron aquella oportunidad de irse a Washington no lo dudaron ni un segundo; cierto es, también, que, una vez allí, cuando pudieron volver a España, sólo consiguieron una plaza y Grtimm prefirió quedarse allí con su recien desposada mujer (una diosa noruega de pelo moreno y ojos verdes de felina egipcia). Sus padres nunca lo entendieron. Y la plaza fue para Brret y poco a poco y tragando mucha mierda consiguió llegar a ser quién era, pero habría dado lo que fuera por tener la vida de Grtimm que una vez conseguida la nacionalidad norteamericana estuvo unos años viajando por todo el mundo, hasta que su mujer se quedó encinta y volvieron a España para estar más cerca de su familia; en aquel entonces Grtimm soñaba con cubrir alguna revolución de no se qué país centroamericano y cuando surgió la oportunidad Brret no dudó ni un segundo en recomendarle. Partió hacía allá y se tiró tres años siguiendo a un subcomandante medioidiota que llevó la revuelta al fracaso y a Grtimm al primer hospital de campaña que pisó en su vida. Balazo en el brazo. Pronóstico leve. La familia nunca perdonó a Brret.

Y entonces. Entonces Grtimm estaba en el ataúd. Cara cérea. Cabeza vendada. Brret pudo dejarle su puesto e ir él mismo a cubrir la guerra ruso-chechena pero el miedo le atenazaba y su buen amigo no dudó en irse a Asia en cuanto se lo propuso. Aún no había estado allí.

En el momento de las despedidas, coronas de compañeros de trabajo, amigos, familiares varios, el gobierno. Brret se acercó y tiró una rosa roja al hoyo. Cayó sobre la cruz de la discordia.

-Good bye, fucking ashole- La ex soltó un gruñido desaprovativo, sabía que era como se llamaban el uno al otro en su epoca USA.

Salieron del cementerio. La familia de Grtimm se dirigía a su casa a darle un último adiós; revisar sus fotos, repartirse recuerdos, llorar todos juntos.

-Es mejor que tú no vengas- dijó la ex con desgana en la voz e ira en la mirada- Mañana es la lectura del testamento. El quería que estuvieras aún no entiendo por qué.

Al día siguiente si aparecieron los hermanos, una herencia es el mejor antidoto del rencor. El albacea empezó a leer las últimas voluntades de Grtimm.

-Esto es para usted- Brret recibió un paquete. Dentro un chaleco antibalas agujereado y una nota: "Gracias. Fucking ashole".

Circus

Caminábamos bajo el calabobos que se metía en nuestros huesos y nos helaba los humores. Su cara rezumaba sensualidad y su pelo se pegaba a sus carrillos. Había un hotel, teníamos poco dinero, muchas ganas de desnudarnos y alguna idea para conseguirlo.

Ella había sido trapecista en El circo del sol. Yo tengo un sombrero. Cerca del hotel había un semáforo, ora verde, ora rojo, minimamente ámbar.
Deshilachamos mi empapado jersey y tejimos una cuerda. Nos llevó un rato bastante ameno entre risas y charcos. Uno de los cabos lo atamos al semáforo; el otro a la rama de un plátano en la otra acera. Arrancamos una rama larga que ella usaría para mantener el equilibrio. Sin red. Sin dinero. Sin vergüenza. Una locura más.

Cada vez llovía más fuerte. Piel que no abriga, que cala. Pensábamos en la ducha caliente en el cuarto piso del hotel. En ponernos a secar al lineal calorcillo de los radiadores del baño. En sacar algo de dinero.
Al poco de que ella se subiera descalza a la cuerda y empezara con su espectáculo funambulista, la multitud se agolpó con sus paraguas a admirar sus piruetas y tirabuzones. Parecía un delfín ágil, mojada y simpática ante su público. Cada parada del semáforo una pirueta, decenas de ojos mirando embobados. Mortales, mortales invertidos, hacía el pino sobre el filo del abismo y, un segundo antes de que el semáforo se tornara en libre, cual Nadia Comanecci, daba tres mortales hacia atrás un tirabuzón y caía con esa gracia única de los olímpicos. Se escuchaban aplausos. Clap clap clap. Yo pasaba el sombrero con una sonrisa de oreja a oreja dando las gracias y reverenciando a la artista.

Pese a admirar el espectáculo bajo la lluvia casi nadie se rascaba los bolsillo y el que lo hacía era para encestar unos céntimos. A ese paso debería hacer millones de piruetas antes de que pudiéramos pagar esa ansiada y rehabilitante habitación.

El crepitar de los truenos y la cada vez más escasa presencia de aficionados a los espectáculos circenses callejeros nos hizo ir un poco más lejos. Me subí al cable rojo en que se había convertido mi jersey. Gotas de sangre hacía el suelo. La lluvia lo envolvía todo. No pasaban coches. Sólo teníamos un atento posible donante. Teniamos que hacer el gran número. Nos separariamos lentamente (mi sentido del equilibrio no es muy bueno que digamos). Ella se lanzaría hacía mi en plan Dirty dancing. Yo sólo tenía que impulsarla hacia arriba. Ella haría un carpado quitándose la camiseta a modo de muleta y caería al suelo justo cuando yo me dejara caer en sus brazos. Algo espectacular como fin de función. Lo nunca visto en el Paseo de gracia. Dormiríamos en la misma habitación.
Empezábamos a separarnos y mis rodillas castañeaban. Su mirada segura. Mis ojos entornados con fuerza en las comisuras. La cuerda resbalaba lo justo para hacerme sentir aun más inseguro. Hotel, hotel, hotel. Abrí los ojos y su silueta entraba en ellos a la misma velocidad que la lluvia. Subí los brazos por inercia, sin saber muy bien lo que hacía. Encajó en ellos y extendí mis codos a modo de muelle. Ya estaba quitándose la ropa. Olé. Realizo la cabriola y cayó encima de un charco. Trastabillo. Yo caía sin remedio.

Despertamos en una habitación. Una habitación para nosotros solos. Cálida. Estábamos secos.
Pijamas azules. Ella preciosa con la pierna enyesada en alto. Yo con tres costillas astilladas en los pulmones. Mi sombrero con suficiente dinero para dos noches de hotel. En buena hora.

Analójica

El móvil. ¿Dónde estaba entonces?. Supongo que la cigüeña ya venía de vuelta de París con el invento de las narices en su hatillo. Llegaba tarde.
Hace unos pocos años la puerta de el sol no era muy diferente a hoy en día un sábado a media tarde. Su reloj, sus loteras, su corte inglés, sus hombres anuncio, sus chaperos, su oso y su madroño. Es más que probable que lo único que echáramos en falta, si pudiéramos mirar por un agujerito en el tiempo pasado, fuesen los móviles. Entonces nadie llevaba móvil.
En la puerta del sol, frente a la estatua del símbolo de Madrid (¿por qué un oso? ¿por qué no una zanja ó un político corrupto?, en Madrid hay más de estas dos últimas cosas que osos, seguro). En aquella época, decía, quedábamos siempre allí. Conocías a alguien, te gustaba, le gustabas. Paseo por Preciados, bocadillo de calamares, besos furtivos en los soportales de la Plaza mayor. Si había dinero siempre la llevaría a ver una peli a los cines de callao; y si no, podía intentar robar un disco en Madrid Rock y quedar como un autentico forajido a los ojos tintineantes de ella.
Y esa tarde. Esa tarde no llevaba móvil, recalco que aun no existían. Era La Tarde. Mi primera cita. El reloj anunciaba las seis. Esperaba en la esquina de la calle del carmen apoyado. Miraba al mimo de turno, a la gitana que pedía limosna a gritos. Las mariposas de mi tripa a punto de salir por mi boca. Y diez, los quince minutos de rigor a punto de caducar. El metro funcionaba peor que hoy así que decidí esperar un poco más.
Si hubiera llevado móvil la habría llamado -¿Te queda mucho?, finiquitado; y si no lo hubiera cogido a la cuarta llamada habría vuelto a casa con los ojos llorosos, las mariposas muertas repitiendo en mi garganta y con ganas de cagarme en su puta madre. Pero no llevaba. Y el caso es que aquella chica parecía diferente (como todas). Y media, las citas de los demás van llegando, se besan apasionadamente y se van de la mano hacía cualquier calle de las que empiezan en el kilómetro cero. Y yo esperando. Había unas cuantas cabinas, podría llamar a su casa -¿Está Rocío?- Tan simple como eso, pero si dejaba mi puesto de vigilancia y ella llegaba y no me veía, se iría. Su sonrisa era real y transparente, confiaba en algún imprevisto. Podría haber equivocado la hora, se podría haber quedado dormida o, incluso, se podría haber muerto su abuelo. Las ocho. En el estomago ya sólo tenía cuervos, cuervos deseando sacar los ojos de alguien, el caso es que parecían sinceros. Algunos enamorados fugaces ya volvían de su caminata por las callejuelas con los labios enrojecidos y una sonrisa de pavo petrificada en sus asquerosamente felices caras.
Las loteras recogían, los chaperos se dejaban tocar por viejos verdes, el mimo seguía sin moverse y ella, sin llegar.
A las nueve encendieron las farolas, llegaron algunos vendedores ambulantes. Empecé a pensar en abortar la misión. En casa me esperaban. La cena en la mesa. Un mensaje habría acabado con mi espera ¿a qué número me lo enviaba?. Las diez menos cuarto. Desistí. En la cola del autobús especulaba con su situación: un atasco en la M30, alguien la habría tirado a la vía del metro (lo tendría merecido por impuntual), la habrían detenido por guapa. Estaría con otro. El bus zarpó dejando atrás nuestro lugar de encuentro. Sólo quedaban turistas con cámaras y ladrones sin ellas (aún).
Llegué a casa y no cené, ni dormí, ni volví a quedar con nadie en un lugar tan concurrido.

Ahora cuando suena el politono de Mélody en mi teléfono y no conozco el número del display suelo pensar que es ella. Y lo cojo. Y no es. Y sigo dándole vueltas; se encontraría a una antigua amiga y no la pudo dar esquinazo, tenía un examen al día siguiente y sus padres no la dejaron salir, estaría castigada. Aún me queda la duda.

Porqués

Oigo tu voz, aún la oigo. La oigo cuando voy camino de la cama, solitaria y oscura y, cuando estoy solo pensando el por qué. Por qué se jodío todo. Por qué se nos fue de las manos algo tan exclusivo como una puesta de sol en la antartida. Y tan frio.

Lo más fácil sería entrar en reproches. Pero por qué hacer eso. Sabes que no me gustan las cosas fáciles, lo sabes bien y sólo tú puedes decir que luché por algo. Y aún oigo tu voz. No lo dejaré de hacer nunca, aunque mis labios besen otros labios con sabores diferentes a los tuyos, aunque mis ojos pesen y escuezan cuando suena en mi habitación tu vocecilla.

En sueños te escucho. Te escucho decirme que me quieres. Sé que lo haces aunque ya no me lo digas, no hace falta que lo hagas, ya no.

Cuando escucho tus palabras, la tristeza, hace mella en mis tripas que se revuelven como para dejar salir un zurullo en forma de ilusiones truncadas, en forma de fracaso absoluto, en forma de mierda. De mierda bien gorda y apestosa. No quiero dejar de escucharlas, no me digas por qué, debe ser por eso que dicen: a veces es mejor cagar que follar.

Nosotros siempre fuimos imprevisibles y alocados, tú más ¡jaja!. Tu con tu sensibilidad absurda. Yo con mi racionalidad fingida. Ying-yang. Aceite y vinagre. Una bomba de relojería bien ajustada. Funcionando perfectamente dentro de su peligrosidad hasta que un día. Pum¡¡¡.

Qué complicaciones más tontas nos hemos buscado, no eres tonta y sabes que llevo razón. Sólo había que dejarse llevar. Coger el tren, como en El viaje de Chihiro, sin saber dónde para, sin querer saberlo, sin necesidad de un destino, ya llegariamos a donde nos llevara. Y nos bajamos en la parada equivocada, nos habían quitado el nombre (maldita vieja) y no sabiamos quién era quién, quién merecía la pena y quién, no. Quién iba a estar siempre a tu lado y quién, no.
Sólo había que dejarse llevar. Nada más. Quién robo mi nombre. Cómo me llamo. Cómo llegamos a esto. A este sinsentido.

Aún escucho tu voz. Lo hago. Lo haré siempre. Lo sabes.
Y es lo que más duele.

Gilipollas

Yo no sé de dónde ha salido ese hombre, de verdad, cómo se puede ser tan gilipollas. El otro día le pillé ojeando el periodico este, el de el idiota ese que anda con la rarita esa de colorines y me mira y me dice -¿No cree que este juez-señala la cara gafosa de un mediático chupapollas- debería dejar en paz a?. No sé a quién coño me dijo porque, la verdad, había cerrado todos mis orificios corporales nada más verle pero el tío seguía hablando, bla, bla, bla, bla. -Me suda los cojones-dije en cuanto dejo de mover los labios, bueno realmente no lo dije pero me habría gustado. Solo moví un poco los hombros hacía arriba en señal de indiferencia o incluso se podría haber dicho que a modo de asentimiento. De cualquier manera con ese mamón es mejor no andarse con respuestas del tipo: A/B, es mejor no caerle demasiado mal. Ni, demasido bien. Invisibilidad: la mejor virtud antes los tocahuevos. Las medias tintas. Ni si, ni no. Templado.

A la hora de comer, de ese mismo día, el comedor estaba hasta la bandera y el único sitio disponible era el de su lado, joder. Y me senté a comerme mi triste tartera piscinera (vease: filetes empanados, tortilla y pimientos verdes fritos). Y el estúpido estaba con su transistor, si un transistor de esos asquerosos, de hace mil años. Le sudaba la polla que los demás no quisieramos escuchar al locutor gangoso, que quisieramos charlar un rato sobre cualquier idiotez, que quisiesemos comer en paz. Es que le mataba. Y no sólo es que tuviera que estar escuchando al mamonazo ese, es que además el capullo este no paraba de jalearle y de pedirme mi opinión sobre temas tan apasionantes como el apareamiento de la abubilla común, la cria del cetaceo lunar en cautividad o la mejor forma de masturbarse analmente, es decir, me la traían floja.
Pero ahí estaba asintiendo como un borreguito más. ¡Beeehhhh! ¡beeehhhh!. Al idiota parece que le hace gracia mi actitud y se crece. Subió el volumen. La gente empezó a mosquearse. Yo pasé de todo, vamos a ver, estaba terminando de comer y me iba a echar mi canutito de sobremesa en el parque. Por mi como si acababan matándose. Ese momento es sagrado. Me deshice de su compañía lo mejor que pude <Lo siento, colega, me estoy jiñando> o algo asi. El caso es que al muy cabronazo le hizo gracia. Se partía la polla. Y ahí se quedó el rebaño, escuchando una amena tertulia política. Con ganas de cagarse en la puta madre del listillo de turno y callados como putas.

La tarde estaba muy calmada, parecia un mar sin olas aburrido y parado, los pececillos en sus jodidas camas de arena fina. Todo perfecto. Me estaban pagando por rascarme las pelotas. ¿Puede haber algo mejor?. Si hubiera alguien bajo mi mesa chupándomela podria haberme pasado en el trabajo quince días seguidos en esas condiciones. Pero tuvo que sonar el teléfono, a eso de las cinco y media, justo antes de que me fuera a casa. El gilipollas que quería verme en su asquerosamente grande despacho. Espere a que me bajara la picha que se me había puesto como un bloque de hormigón pensando en la chica nueva de contabilidad y sus enormes pechos.
Entré a aquel despacho, la hostía puta que grande es, sólo había escuchado leyendas urbanas sobre aquel sitio, que si el gilipollas lo usaba de picadero los fines de semana, que si desde aquel enorme ventanal, el gilipollas, había tirado al vacio al chupaculos de Sánchez, que si el gilipollas no salía de él porque era adicto al porno, mil tonterias.

<¿Me llamó?>que pregunta más tonta, por favor, acababa de hablar con él.

Siéntese muchacho!> Ordenó con su habitual educación.<Se preguntará para qué le hice venir> Me importaba lo mismo que el nombre de la nueva puta a la que se estuviera follando el rey.

<La verdad es que si> Mentira. Sólo esperaba que fuera breve.

<Me gustas muchacho, eres eficaz, no te quejas y sabes como hacer que tu jefe se ria, ¿quieres beber algo?-abrió el minibar y me puse bruto pero aguante mis ganas de emborracharme con el gilipollas, podría acabar dándole un buen mantecado-¿no? Tú te lo pierdes, puedo tutearte ¿si?-asentí- ¿Sabes? necesitamos un encargado en tu departamento. He pensado en ti. ¿Qué me dices?

<¿Po-por qué yo?> Me cagué encima. Cómo decirle a este hinchacojones que no quiero un ascenso, ¿¡CÓMO!?.

<Bueno, chaval, no te estreses. Mis decisiones son mias, no tengo por qué dar explicaciones. Simplemente creo que eres el más indicado. Tendrás una subida en tu sueldo y, bueno no te voy a mentir, un poco más de responsabilidad> La relación entre el aumento y las responsabilidades es inversamente proporcional. Si ganara 100euros más (por dar una cifra alta); iba a estar comiendo mierda durante toda mi jornada laboral.

<Como comprenderas somos muchos y aqui todo se mueve por rumores, si alguien no acepta un puesto como el que yo te estoy ofreciendo...digamos que no sería nada bueno para la dirección. Sería como no tener en cuenta la cadena de mandos y, bueno, los empleados se creerian que cualquiera puede hacer lo que le de la gana. No queremos manzanas podridas. ¿Sabes por donde voy?.¿No?> Que cabronazo, por un momento pensé que de gilipollas no tenía un pelo el puto calvo, me la estaba metiendo doblada.

<Piensatelo, te doy diez minutos date una vuelta, aclara tus ideas> Qué coño me voy a pensar.

Me voy a ahorrar los detalles de mi bajada de pantalones una vez volví al infierno que bien se podría llamar despacho anal, no sólo por la alfombra azul, tambien por que me abrieron el ojete pero bien abierto. He estado unas semanas cagando sin apretar.

A la salida, esto es verídico no me estoy tirando el moco, justo en la puerta estaba aparcado su flamante cochecito nuevo, el último modelo de Porsche. Me vino a la cabeza la putada que me acababa de hacer el gilipollas y esta claro, ya me conoces, que no me iba a quedar quieto. Saqué la llave de mi casa. Apoyé la entonces navaja en la aleta trasera izquierda del puto coche. Rallé todo el lateral. Jriiiiiiiiiii¡¡¡. Donde las dan, las toman. Eso le pasa por gilipollas

El otro lado de la mesa

El café se enfría cada día un poquito más. Éstos pasan como trenes a toda velocidad y con un paisaje más que monótono de ordenadores, televisión y ganas de cortarse las venas en vertical. Conversaciones sin sentido y poco pasionales sobre cualquier tontuna. Las noches frías en pleno agosto. Las sábanas ásperas sin restos de amor ni bellos púbicos. El hámster dando vueltas a su rueda giratoria y yo, a mi cabeza loca.

-¿Me sigues queriendo mi amor?- pregunta ella mirando al infinito. Nunca, a mis ojos.

Siempre me lo pienso antes de contestar a una pregunta de este estilo. Siempre son para pillarte. Siempre tienen trampa como las de teórico. ¿Qué es querer?, ¿qué es lo que realmente quiere ella escuchar?, ¿qué es lo que siento yo?. Querer podría ser que se me erizaran los pelos a su contacto y que nuestro cruce de miradas desatara un huracán en el Caribe y que cada minuto sin ella fuera un minuto innecesario en mi vida. Ella, esta claro, quiere escuchar un no, la pregunta sería retórica en caso de que quisiese, un si; compartimos cama, tardes de domingo, mesa y hasta los cigarrillos para qué esperar una respuesta ¿no es eso lo que quieren las mujeres?. Y yo. Yo. ¿Qué cojones quiero yo?. Yo que sé. Quiero que el barça no gane la liga, quiero la PS3, quiero dejar de trabajar, quiero volver a meterme en la cama, quiero esa chupa tan guapa que vi en aquella tienda, quiero tirarme a la cajera del sabeco, quiero que Alaska no saque un solo disco más, quiero que Aznar se quede calvo. Demasiadas idioteces.

- Claro que si mi vida- digo por decir algo (¡joder! son las ocho de la mañana).
- Te lo has pensado demasiado, ¿por qué?- empapa una magdalena en mermelada.
- Es una pregunta demasiado profunda para responder a la ligera, ¿qué coño has soñado?- me rebusco en la nariz una roquita de moco.
- Que me follaba a mi jefe en su despacho. Me gustaba. ¿por qué te lo pensaste? -se limpia los labios con el dorso de la mano.
- ¿Por qué no lo haces? me gusta pensarme las cosas- embolo el mocarro entre mi pulgar y mi índice.
- ¿Quién te dice que no lo hago?- suena su móvil se va a la habitación a hablar. Ojala sea su jefe.

Encesto mi pelota verde en su taza. ¡Tres punto colega!. Enciendo el primer piti del día, tengo que ir al baño, no me gustan los yogures. Me meto la mano en el pijama y me rasco los colgantes con los dedos.
Puto sueño.

- Me voy cariño, reunión de urgencia, vienen los alemanes- me da un beso en la frente. Cierra la puerta con premura- ¡Hasta la noche!

- No, creo que no te quiero- tiro el café por la pila. Esta helado.




Amar en tiempos de nadie

Posiblemente el lector no se lo crea pero yo tampoco lo hubiera hecho. Tiempo atrás era un incrédulo pero ahora. Ahora. ¿Existe el ahora?, o ¿es un estúpido adverbio de tiempo más? No es mi intención entrar en discusiones filosóficas con usted, se lo aseguro. Sólo pretendo contar un pequeño cuento que aconteció hace algún tiempo, no me acuerdo bien de dónde fue si en Gijón, Almeria o Villarrobledo.


Los detalles del principio de este pequeño embrollo realmente puede que interesen pero es que ni los mismos protagonistas se ponen de acuerdo de en qué momento él, ella o el mismísimo Cupido dieron la señal disparando la pistola al aire. Porque aquello fue una carrera, aunque no lo parezca lo fue, se lo aseguro. Una carrera de obstáculos, eso es, larga y cansina como la que más, de ésas que la gente abandona a medio camino o llegan a la meta sudando mentiras y hediendo a falsos sentimientos. Pero ellos llegaron a la meta en plenas condiciones físico-mentales y en edad de merecer. O eso parece ahora cuando les veo con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos buscando avídamente la mirada gilipollesca (para el resto del mundo nunca para ellos) que visten desde que todo se desencadeno.


¿Cómo era su vida antes de conocerse? no tengo ni idea de como era la de ella, pues realmente sólo soy amigo de él. Es más que probable que fuera bastante parecida pues hoy día, o al menos yo lo veo así, no hay muchas diferencias entre unos y otros; la lucha de clases fracasó y se dedicarían a esa forma de esclavitud que los directores generales y los políticos suelen llamar trabajo.

Por las mañanas se levantaban con el culo apretado sabiendo que al final de la tarde se lo habrían abierto unas cuantas veces a razón de unos diez euros la hora. Se irían a casa con la pesadumbre de vida solitaria y sin esperanzas en el horizonte dándole collejas en la nuca con la mano mojada (para que picara aún más). Se echaban la siesta sabiendo que el sofá babeado era uno de los pocos momentos del día en que compartirían su saliva con alguien más que con su propia lengua. Y después él (no sé que haría ella) se metía a internet a masturbarse compulsivamente en cualquier pagina en la que hubiera alguna tonta a las tres en tetas. Veían como Paquirrín se hinchaba a follar y se hartaba de ir de juerga mientras sus vidas se reducían a cuatro paredes estresantes de mañana y otras cuatro, agobiantes y cada vez más pequeñas de tarde. Puta vida. Puto curro. Putas ilusiones de románticos por parte de padres hippies rotas en mil pedazos desde que se les quitó el acné, ella tuvo la menarquia y él se quito su primer y atercipelado bigote.


Estudiaron. Si, lo hicieron. Como todos los nacidos después de que se aprobara la constitución postfranquista y los que pudieron ir a votar se creyeran que algo cambiaría para sus hijos, pero lo único que cambió fue que se podían ilusionar y ya saben: las ilusiones en la mayoría de los casos sólo traen falsas esperanzas. ¿De qué vale estudiar hoy día? En mi humilde opinión de nada. ¿La universidad? seguramente la pasaron, como el noventa por ciento de las personas que crecieron entre Fraggle Rock y Barrio Sésamo, fumando porros y jugando al mus en el pasillo de la facultad sabiendo desde el primer día, desde la primera matrícula, que no tenía ningún sentido estar allí metidos (sus padres no eran ni Zaplana, ni Aguirre, ni nadie que les impulsara a un pelotazo en forma de triquiñuela inmobiliaria).

No tenían ganas de madurar, seguro que no, ¿quién las tiene?. Se emborrachaban los fines de semana y, a veces, hasta llegaban a casa sin ganas de dormir y contaban todas y cada una de las gotitas de gotelé del techo.

De vez en cuando se despertaban acompañados en sabanas ajenas con sabor a ceniza y almizcle en la boca. O metidos en el trabajo sin saber cómo habrían llegado allí. O con ganas de quedarse en la cama todo el día, toda la semana, todo el mes, toda la vida. Tampoco tenían nada mejor que hacer pues su vida, como siempre hablo desde el respeto, era una autentica mierda.

Podrían haberse quedado esperando al fresco a la pálida dama de la guadaña y lo único que habría cambiado en sus vidas habría sido la tersura de sus pieles y el color de sus cabellos. Pero tenían que salir durante ocho horas del letargo hogareño para acercarse a su tortura diaria, ocho horas de prostituir su propio tiempo a fin de evitar embargos y llamadas impertinentes de agentes telefónicos de créditos instantáneos, a fin de pagar comida, ropa de marca, cervezas, condones, analgésicos, zumo de naranja refrigerado y algo de cocaína (por sonreír de vez en cuando).
Si, es duro, lo sé, pero es costumbre trabajar para todas estas cosas e incluso para otras peores. Hay quién lo hace para pagar una hipoteca, para que sus domingos en familia sean negro oscuro casi negro (y mejoren un poco), para que sus familias estén orgullosas de sus propios éxitos, para poder ser fustigados en una casa de putas después de misa (hora feliz 2x1), para pagar vacaciones a plazos o incluso para pagar a los sindicatos.

Permitame tutearle a estas alturas amigo, pues en este momento, buen amigo, es cuando todo cambio de color, de olor, de sabor y de talla de pantalones. Una mañana coincidieron el el quiosco; ella compraba el Público; él el AS. Se miraron; ella ojos de gata profundos, sonrientes y penetrantes; él ojeras, desesperación y rojoporro. En la hora de la comida, eso de las tres, se sentaron en el mismo banco del mismo parque; ella termo de caldo, tupper de pechuga de pollo y yogur semidesnatado; él ensalada de apio, bocadillo de atun y manzana rojoblancanieves. Charlaron; ella veintinueve, diplomada y secretaria; él treinta, casililenciado y segurata. Quedaron en invitarse a un café a la salida. Ella llegó antes, café con leche, cigarrillo rubio y espera; él, tarde, gin-tonic, parlanchín y avergonzado.

¿Cómo son ahora?. Joder tendrías que verlos. Dan asco. Viven en un mundo de color de rosa o algo así.
Van al cine, al retiro, al rastro, a la compra, a las bodas de los amigos cansados de sus noviazgos, a la cama y, estoy seguro creeme, que serían capaces de irse a tomar por culo con tal de que lo hicieran junto.
Viven separados y se ven cuando quieren, tío, sólo cuando quieren. Se rien de todo y de todos, la verdad es que ésto lo admiro porque, ¿sabes?, ya son mayorcitos para andarse con tontadas ¿no? y bueno a quién le importa hoy en día el resto de la gente. No hace falta discutir a esas alturas, creo, y andarse con medias verdades, vamos que yo ya te digo que nunca creí en esas cosas del amor, ni el destino, ni ninguna de esas gilipolleces. Pero, colega, sólo hay que mirar sus caras para saber que igual el mundo no es tan fétido, asqueroso e injusto como creemos. No sé igual me equivoco pero siempre intento remitirme a pruebas de verdad antes de hablar, como buen empírico, y creo que esos dos demuestran la existencia del amor, el destino, el cariño, la pasión (si tio según dicen han destrozado alguna habitación de hotel) y todas esas gilipolleces. Por mi parte puedes pensar lo que quieras. Yo tengo claro lo que hay.