La vida sin Ella

Me despierto a eso de las cinco de la tarde. Hace meses que suspendí la tertulia literaria en el bar de la esquina con los chavales. No tengo ganas de escribir, nunca las tuve. Ahora sólo tengo ganas de que Ella me responda a alguna llamada, nunca las tuve.

Abro la ventana y hace un frió que me pone los pezones como escarpias. Enciendo un cigarrillo y aspiro al son de mis botezos (humo directo a los bronquiolos). Esputo un mocarro verde aceituna en su lado de la almohada, sin querer, ahí ya no duerme nadie. Desayuno un trozo de pizza mohoso y repugnante de hace unos días, retiro la parte mordida por el gato.

Me lavo los dientes con un poco de mistol y aún así no sale toda la mierda de los huequecillos de entre las muelas superiores. Por qué seguiré con esa puta manía es una gran pregunta; hace meses que no salgo de casa, no recibo visitas, hago la compra por Internet, mi planta de maría me da la autosuficiencia porril necesaria como para no tener que bajar a pillar en una buena temporada, hace meses que no veo la televisión, me como los mocos de vez en cuando y, a veces, hasta me pongo pañales. Pero sigo lavándome los malditos dientes. Por si las moscas, por si Ella vuelve.

Mi enorme panza sigue creciendo a buen ritmo. Ahora hago menos deporte aún, ya ni el polvete de las mañanas, no tengo ganas ni de pelármela ni, dinero para putas. Me introduzco a duras penas el segundo cigarro por el anticulo. Mi boca ya solo es lo opuesto a mi culo, huele igual de mal, solo la abro para expulsar gases o solidos en forma de vómitos y no quiero que nadie acerque sus labios a ella, salvo Ella. Anticulo. Antisocial. Antitodo. Antídoto. Antianti. Eso si, dientes blanco nuclear. Sonrisa Profident.

La mañana sigue su ritmo, el ritmo que alguien quiso dar a sus horas. Largas y lentas. Sesenta minutos que duran veinticuatro horas. Me sorprendo mirando el vació de su ropa en el armario, la soledad de mis calzoncillos desde que no están sus tangas, los pelos enganchados a su esponja en el baño. Solo queda su maquillaje. Algún día tendrá que venir a buscarlo. Soledad, maldito tesoro.
Me miro al espejo y no me reconozco; barba de nosecuantos días, ojeras hasta media cara, mi nariz es enorme y esta roja (creo que ayer me caí por las escaleras), el pelo me tapa las orejas (de todas formas no quiero escuchar a nadie), mis piños a juego con mis ojos. Necesito más tabaco. Llamo al telepizza y pido la pizza más barata y un paquete de Nobel, no saldría de casa ni por un desahucio.

Me echo la siesta. El sueño es turbio e intranquilo. Me despierto cada poco. Me tomo un Orfidal y mañana espero que sea otro día.
Una vez redespertado de mi sueño narcótico me sorprendo, de nuevo en el espejo. Me he afeitado media cara y me he pintado como ella solía hacerlo.

Por fin hablo con ella, con su cara, con sus ojos arrimelados, con su boca de fresa. Sociabilidad.
La pido perdón pero aún así sigue sin responderme, sin mirarme de verdad, sin atender a mis llamadas. Me lleno un vaso de whiskey con agua del grifo y brindo con ella en el espejo. Unas lágrimas recorren su rostro reflejado en el cristal.
Me bebo varios vasos, vacío la botella y abro una cerveza caliente. La beso en el espejo.

Suena el teléfono y no lo cojo, y salta el contestador y la escucho "por favor, deja de llamarme", y corro hacía el teléfono, y ya ha colgado, y lo arranco de la pared y lo tiro por la ventana.

La miro una vez más en el espejo, desesperado, la beso con pasión e intento abrazarla. Me lavo la cara.
Cada día soy más gilipollas.

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