Renacer

Mi segundo matrimonio se acababa de venir abajo, llevaba un par de semanas con el insomnio tocándome las narices a eso de las dos de la madrugada, tomaba ansiolíticos y tranquilizantes como pipas, tenía siempre la boca seca y los ojos rojos, comía poco y fumaba aún más. Para colmo volvía a vivir en casa de mis padres con casi cuarenta años, hacía turnos dobles para poder llegar a fin de mes pagando la manutención de mis dos hijos.
Estaba bastante desmejorado, todo hay que decirlo. Era un despojo social. Todo el que podía se aprovechaba de mi.

Y de vuelta a casa tras la última bronca con mi nueva ex-mujer, con la visión de la cama ya en la retina, luces azules y blancas, tres coches parados haciendo una especie de chicane en mi salida de la autovía. Un control de policía. De policía municipal.

Los coches que iban delante del mio se detenían bruscamente, íbamos en fila india. Las luces azules, blancas y rojas de freno me aturdían los sentidos y me sentí mareado, todo daba vueltas. Una espiral de colores con centro en mi nariz, al fondo unos monigotes de azul moviendo de arriba a abajo un panel luminoso, para enlentecer el tráfico; más al fondo, al otro lado de la calle, me esperaba mi cama como la botella de agua al salir de un desierto (hasta las dos en que se convertía en un potro de tortura).

Llegó mi turno. El agente me hizo señas de parar, aparté el vehículo hacia la izquierda de la calzada y me apuntó directamente a los ojos con una linterna. Después de dejarme completamente ciego iluminó el resto del utilitario. No había nada. Me hizo una señal para que continuara con la cabeza. No me dirigió la palabra.
Metí primera hacía el segundo punto de vigilancia, esa vez el buen guardián de la ley no me hizo señal alguna así que continué de frente hacía el último señor funcionario que se puso en medio de la calzada de un salto con los brazos en cruz, agitándolos, gritando que debería haberme parado atrás, en el lugar donde no me dijeron nada, supongo que dieron por supuesto que me estaba dando a la fuga, o que era un delincuente común, o que iba drogado, o tendrían que hacer unos cuantos registros al azar para encontrar a algún ladrón de joyerías caras, o que mi maletero iba cargado de goma2, o simplemente querrían encontrar algo de costo para fumarse un porrito y que la noche se les hiciera más amena. No iban a encontrar nada.

-¡Lo primero apaga el motor!- Gritó un postadolescente vestido de azul.
-Buenas noches, señor agente- Inquirí yo ante la falta de educación de ese perro rabioso.
-¡Dame los papeles, tu carné de conducir y bájate del coche!- No me pareció que estuviera teniendo una buena noche, seguramente un chaval de su edad preferiría estar poniéndose ciego de cualquier sustancia que haciendo el mono por las calles disfrazado de Sheriff.

Le dí todos los papeles (en regla por supuesto) menos el carné de conducir que perdí hace ya unos meses. Esto le hizo menos gracia aún ya que tendría que hacer una llamada para ver si estaba en vigor. Me amenazó con multarme y me dio un poco la risa floja (por dentro estaba bastante asustado, mis tripas se movían en todas direcciones, mis piernas flojeaban y no era dueño de mis actos). Salí del coche trastabillado pues mis rodillas estaban convertidas en gelatina.

-¡Sácate todo lo que lleves en los bolsillos y déjalo encima del coche!- Ahora me hablaba el patrullero cómplice del pequeñín, tenía cara de haberse comido un huevo podrido.

Dejé en el techo, todo lo que se suele llevar en unos bolsillos normales: chatarra, llaves, cartera y móvil. El ponemultas crecido empezó a cachearme a lo bruto, quiero decir empujones, cachetes, algún insulto cuando encontró una moneda de diez céntimos en el fondo de un bolsillo -¡¡Te dije que sacaras todo!!- me pareció que berreaba (aun no hablaba mongolo).
Mientras yo era zarandeado y empezaba a hiperventilar ante la falta de ansiolíticos su compañero, el caracerdo, inspeccionaba todo lo que había en mi coche: papeles, tickets de gasolinera, colillas, tabaco sin usar, cd´s, me lo dejó todo hecho un cristo crucificado.
Empecé a temblar (ya no sabía que más querían), de detrás de un árbol salieron dos maderos, supongo, de paisano.

-¡Por qué está tan nervioso!- no era una pregunta.
-Es mi primer cacheo- poco más pude decir, estaba desubicado. Tres coches de policía. Dos polis malos. Otros dos peores. Y la gente mirando. Y yo creyendo que acabaría durmiendo en alguna celda inmunda con el insomnio haciéndome compañía.

Después de dejarme el interior del coche hecho unos zorros y de dejar mi autoestima por el suelo pisada como una lata de cerveza sólo quedaba que me hicieran un tacto rectal para asegurarse al cien por cien que no llevaba nada ilegal (salvo mis pensamientos homicidas hacía todos los integrantes de las fuerzas de seguridad del estado allí presentes).
No tendrían ganas de mancharse las manos.

-¡Vete!- dijo carahurón. Todos tenían una expresión de poder en sus caras que me irritaba. Estaba hecho un flan de vainilla. Ellos deberían sentirse como si le hubieran dado al botón rojo del despacho oval, triunfantes, llenos de satisfacción, hediendo a orgullo. Habiendo humillado sin razón a un contribuyente más. Pensé en mi ex, en mis hijos, en mi jefe y la miseria que me pagaba por las horas más que extras, pensé en el caramono destrozando mi vehículo.

Me quedé quieto. No sé quién sacó de mi fuerzas:

-Me podrían dar su número de placa, por favor- Pedí educadamente.

Sus caras se tornaron grises y arrugadas. El carajabalí perdió su juventud. Hice unas fotos del interior del coche con la cámara del móvil. Los dos "maderos" de paisano habían desaparecido del mapa.

-Di-disculpe, sólo hacemos nuestro trabajo- Esta vez lo dijeron en mi idioma.
-Estoy en mi derecho- aún no sé quién dirigía mi voz.

Me lo facilitaron y me fuí con destino al descanso.
Satisfecho como un niño con zapatos nuevos. Poco me importaban mis ex, menos, tener que pedir dinero a mis padres para la pensión de sus nietos, no me acordaba de mis pastillas, ni del tabaco, cené como un oso al llegar a casa, mandé un e-mail a mi jefe para decirle que al día siguiente haría mis ocho horas reglamentarias.
Esa noche dormí del tirón.

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