Amar en tiempos de nadie

Posiblemente el lector no se lo crea pero yo tampoco lo hubiera hecho. Tiempo atrás era un incrédulo pero ahora. Ahora. ¿Existe el ahora?, o ¿es un estúpido adverbio de tiempo más? No es mi intención entrar en discusiones filosóficas con usted, se lo aseguro. Sólo pretendo contar un pequeño cuento que aconteció hace algún tiempo, no me acuerdo bien de dónde fue si en Gijón, Almeria o Villarrobledo.


Los detalles del principio de este pequeño embrollo realmente puede que interesen pero es que ni los mismos protagonistas se ponen de acuerdo de en qué momento él, ella o el mismísimo Cupido dieron la señal disparando la pistola al aire. Porque aquello fue una carrera, aunque no lo parezca lo fue, se lo aseguro. Una carrera de obstáculos, eso es, larga y cansina como la que más, de ésas que la gente abandona a medio camino o llegan a la meta sudando mentiras y hediendo a falsos sentimientos. Pero ellos llegaron a la meta en plenas condiciones físico-mentales y en edad de merecer. O eso parece ahora cuando les veo con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos buscando avídamente la mirada gilipollesca (para el resto del mundo nunca para ellos) que visten desde que todo se desencadeno.


¿Cómo era su vida antes de conocerse? no tengo ni idea de como era la de ella, pues realmente sólo soy amigo de él. Es más que probable que fuera bastante parecida pues hoy día, o al menos yo lo veo así, no hay muchas diferencias entre unos y otros; la lucha de clases fracasó y se dedicarían a esa forma de esclavitud que los directores generales y los políticos suelen llamar trabajo.

Por las mañanas se levantaban con el culo apretado sabiendo que al final de la tarde se lo habrían abierto unas cuantas veces a razón de unos diez euros la hora. Se irían a casa con la pesadumbre de vida solitaria y sin esperanzas en el horizonte dándole collejas en la nuca con la mano mojada (para que picara aún más). Se echaban la siesta sabiendo que el sofá babeado era uno de los pocos momentos del día en que compartirían su saliva con alguien más que con su propia lengua. Y después él (no sé que haría ella) se metía a internet a masturbarse compulsivamente en cualquier pagina en la que hubiera alguna tonta a las tres en tetas. Veían como Paquirrín se hinchaba a follar y se hartaba de ir de juerga mientras sus vidas se reducían a cuatro paredes estresantes de mañana y otras cuatro, agobiantes y cada vez más pequeñas de tarde. Puta vida. Puto curro. Putas ilusiones de románticos por parte de padres hippies rotas en mil pedazos desde que se les quitó el acné, ella tuvo la menarquia y él se quito su primer y atercipelado bigote.


Estudiaron. Si, lo hicieron. Como todos los nacidos después de que se aprobara la constitución postfranquista y los que pudieron ir a votar se creyeran que algo cambiaría para sus hijos, pero lo único que cambió fue que se podían ilusionar y ya saben: las ilusiones en la mayoría de los casos sólo traen falsas esperanzas. ¿De qué vale estudiar hoy día? En mi humilde opinión de nada. ¿La universidad? seguramente la pasaron, como el noventa por ciento de las personas que crecieron entre Fraggle Rock y Barrio Sésamo, fumando porros y jugando al mus en el pasillo de la facultad sabiendo desde el primer día, desde la primera matrícula, que no tenía ningún sentido estar allí metidos (sus padres no eran ni Zaplana, ni Aguirre, ni nadie que les impulsara a un pelotazo en forma de triquiñuela inmobiliaria).

No tenían ganas de madurar, seguro que no, ¿quién las tiene?. Se emborrachaban los fines de semana y, a veces, hasta llegaban a casa sin ganas de dormir y contaban todas y cada una de las gotitas de gotelé del techo.

De vez en cuando se despertaban acompañados en sabanas ajenas con sabor a ceniza y almizcle en la boca. O metidos en el trabajo sin saber cómo habrían llegado allí. O con ganas de quedarse en la cama todo el día, toda la semana, todo el mes, toda la vida. Tampoco tenían nada mejor que hacer pues su vida, como siempre hablo desde el respeto, era una autentica mierda.

Podrían haberse quedado esperando al fresco a la pálida dama de la guadaña y lo único que habría cambiado en sus vidas habría sido la tersura de sus pieles y el color de sus cabellos. Pero tenían que salir durante ocho horas del letargo hogareño para acercarse a su tortura diaria, ocho horas de prostituir su propio tiempo a fin de evitar embargos y llamadas impertinentes de agentes telefónicos de créditos instantáneos, a fin de pagar comida, ropa de marca, cervezas, condones, analgésicos, zumo de naranja refrigerado y algo de cocaína (por sonreír de vez en cuando).
Si, es duro, lo sé, pero es costumbre trabajar para todas estas cosas e incluso para otras peores. Hay quién lo hace para pagar una hipoteca, para que sus domingos en familia sean negro oscuro casi negro (y mejoren un poco), para que sus familias estén orgullosas de sus propios éxitos, para poder ser fustigados en una casa de putas después de misa (hora feliz 2x1), para pagar vacaciones a plazos o incluso para pagar a los sindicatos.

Permitame tutearle a estas alturas amigo, pues en este momento, buen amigo, es cuando todo cambio de color, de olor, de sabor y de talla de pantalones. Una mañana coincidieron el el quiosco; ella compraba el Público; él el AS. Se miraron; ella ojos de gata profundos, sonrientes y penetrantes; él ojeras, desesperación y rojoporro. En la hora de la comida, eso de las tres, se sentaron en el mismo banco del mismo parque; ella termo de caldo, tupper de pechuga de pollo y yogur semidesnatado; él ensalada de apio, bocadillo de atun y manzana rojoblancanieves. Charlaron; ella veintinueve, diplomada y secretaria; él treinta, casililenciado y segurata. Quedaron en invitarse a un café a la salida. Ella llegó antes, café con leche, cigarrillo rubio y espera; él, tarde, gin-tonic, parlanchín y avergonzado.

¿Cómo son ahora?. Joder tendrías que verlos. Dan asco. Viven en un mundo de color de rosa o algo así.
Van al cine, al retiro, al rastro, a la compra, a las bodas de los amigos cansados de sus noviazgos, a la cama y, estoy seguro creeme, que serían capaces de irse a tomar por culo con tal de que lo hicieran junto.
Viven separados y se ven cuando quieren, tío, sólo cuando quieren. Se rien de todo y de todos, la verdad es que ésto lo admiro porque, ¿sabes?, ya son mayorcitos para andarse con tontadas ¿no? y bueno a quién le importa hoy en día el resto de la gente. No hace falta discutir a esas alturas, creo, y andarse con medias verdades, vamos que yo ya te digo que nunca creí en esas cosas del amor, ni el destino, ni ninguna de esas gilipolleces. Pero, colega, sólo hay que mirar sus caras para saber que igual el mundo no es tan fétido, asqueroso e injusto como creemos. No sé igual me equivoco pero siempre intento remitirme a pruebas de verdad antes de hablar, como buen empírico, y creo que esos dos demuestran la existencia del amor, el destino, el cariño, la pasión (si tio según dicen han destrozado alguna habitación de hotel) y todas esas gilipolleces. Por mi parte puedes pensar lo que quieras. Yo tengo claro lo que hay.

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