¡Hasta nunca!

La primera vez que la vi, y de esto hace ya bastante, me quedé atontado con su mirada a lo Brigitte Bardot con esos ojos oscuros flanqueados por maquillaje más oscuro aún, su risa sempiterna y sus andares chulescos y fuertes. Pasó a mi lado y mi cuello se torcía poco a poco, siguiendo cada uno de sus pasos. Cuando me quise dar cuenta tenia la nuca donde debería estar mi cara que seguía, entonces, el movimiento acompasado de sus nalgas embutidas en una minifalda vaquera. Lo curioso es que no me dolía. La visión me anestesiaba los músculos.

Pasaron unos cuantos días hasta que coincidimos de nuevo. Estábamos sentados bastante cerca en un bar de jazz. Y entonces descubrí su boca y su lengua. Esa apetitosa lengua que sólo se dejaba ver cuando abría su preciosa boca de almendra. Un par de dientes minimamente separados. Y cuando me habló (por fin) yo ya estaba enamorado de ella. Aunque hacía tantísimo tiempo que había dejado de creer en el amor que lo único que hice fue reírle las gracias. Y la verdad es que hizo unas cuantas la jodia. Me lo pasé bien, todo hay que decirlo.

Al poco empezamos a quedar. Borracheras. Cines. Restaurantes. Drogas duras y para dormir, blandas. Más borracheras. Y muchas, muchas risas. Al día siguiente siempre teníamos, aún, agujetas en la tripa y aún así no podíamos parar de reírnos. Poco contaba de su vida, practicamente nada. Pero me daba igual. Era divertido. Eso es lo importante ¿no?. No sé, eso decía ella. Su lema Carpe diem. En mi opinión poco adecuado (la rosa de su juventud había empezado ya a marchitarse). Pero lo que ella dijese era palabra de Dios. Amen.

Creí estar enamorado, creí que me quería. Incluso llegue a saber que yo a ella, si. Como un ciervo en celo gritaba a los cuatro vientos mi amor por ella. La gente me miraba extrañada. Pero me daba igual. La quería. Ella entre borrachera, resaca y alguna que otra humillación busco piso por internet y nos vimos viviendo en un cuchitril del centro. No habían pasado ni dos meses desde que la conocí. Pero creí que mi vida había llegado a su cima. La quería. La amaba. La necesitaba a mi lado.

Sabía que no era correspondido, ya te digo si lo sabía, cualquiera que nos conociera lo sabía. Pero me daba igual que ella negara lo nuestro, me importaba un comino que me insultara, me daban más ganas de luchar por lo nuestro cada vez que me amenazaba con irse con otros (solo ella sabe si lo hizo).

Supuse que era normal que hablara mal de mi a sus amigas. Yo qué sé a Bibi, por ejemplo, la solía decir lo mal que me comportaba con ella y Bibi, aun sin conocerme, me ponía verde oscuro a mis espaldas, entonces ya estaba seguro de que si nos encontrábamos por la calle no sería capaz de reconocer mi cara pero cuando tuve que ir a su casa a poner un cerrojo de dos martillazos (no fuera ella a romperse las uñas) acudí con mi mono de faena y todas mis escasas, por no decir nulas, aptitudes para el bricolaje. Todo por mi Dulcinea de Chamberí. Por demostrar que mi vida era suya, que yo era suyo, que era su esclavo, su padre, su caballero andante capaz de perecer en cualquier batalla o humillarme de rodillas ante cualquier siervo leproso con tal de que ella me lanzara una sola mirada de amor. Amor compasivo. Amor fugaz. Amor, coño, amor.

Pero ni amor, ni hostias en vinagre. De ella no salía nada. Por más que le regalara una flor diferente cada día(un jardín para mi hada), la dejara notas de amor en la almohada cuando yo me iba a trabajar y ella aun roncaba burbujas de vodka, recogiera la casa antes de irme dejando su cojín del sofá mullido y sin restos de tabaco, hubiera comprado el pan y hecho la comida y hubiera dejado preparada la cena y al camello avisado de que iría a hacerle una visita a eso de las seis de la tarde. Todo daba igual. Pensé en ponerla una estatua en la plaza de cascorro pero es que mi esquilmada economía no me hubiera permitido hacerla ni de plastelina.

En esta situación me encontraba: el veneno de su indiferencia corría por mis venas y un enorme tumor crecía en mi sistema amatorio. Sé que tuve que poner fin mucho antes de lo que ella lo hizo pero necesitaba más de esa mierda. Más ponzoña para que mi cerebro se autofustigara echándose la culpa de todo (¿qué todo?). Era adicto a ella. A su mandanga mal cortada. Intenté dejarlo varías veces pero siempre volvía a caer, amistades comunes, lugares habituales, vicios compartidos y esa jodida mirada que me volvía más loco que una drag queen el día del orgullo.

La última vez que la vi era miércoles. Un miércoles soleado y de libranza. El perfecto miércoles en que, en mi anterior vida, habría dado un gran paseo por el retiro antes de irme de cañas por lavapiés y terminar borracho como una cuba con cualquier fresquilla que se ofreciera a compartir catre conmigo. Pero aquel miércoles de los infiernos bajé a por el pan y El Jueves esperando una tarde "en familia" haciendo recaditos para mi amargo amorcito -!tráeme unas natillas!, ¡Baja a por chuches!, ¡Vete a la habitación, déjame sola un rato!, ¡Hazme un masaje en los pies!, ¡Pon una peli!, ¡Liame un canuto!. Joder eran las tres de la tarde y tenía un cansancio digno de una rave. Y aún me quedaba otro día de tortura. Y la tarde. Y la noche. Y ya quería cagarme en Dios.

Ella se quedo dormida después de comer. La casa desprendía un magnifico olor a sueño que me llevo a planchar un poco la orejilla en mi sofá, ya que ella no quiso que me tumbara con ella. Pese a no esta abrazado a ella los diez minutos que duró la pestañica fueron muy reparadores. Me despertó la melodía de su móvil. A ella también. Cogió el teléfono mientras se quitaba las legañas y se fue al baño a hablar. Aún no sé quién la llamó, alguno de sus amigos internautas de las múltiples páginas de contactos a las que era ciberadicta.

-Me voy. Tengo que hacer unas cosas- soltó nada más colgar mientras se vestía y se atusaba.

-¿A dónde?- ingenuo de mi.

-A ti que te importa- Y soltó su maliciosa sonrisilla de putilla en celo que me sacaba de quicio.- Jijiji-

-Pierdes tú. No yo.-esto sólo me lo dije a mi mismo.

Cogió la puerta y se piró. Supuse que me iba a costar más. Pero no sé, igual había llegado ya al límite de mis fuerzas, o, igual, me daba por vencido, puede, incluso, que hiciera tiempo que ya no quisiera más basura en el cubo de la ropa sucia. Puede que la hubiera dejado de querer hacía ya. ¿A la primera?. Igual nunca la quise y sólo necesitaba sentirme querido por ella. No tengo ni idea. El caso es que me dormí sin problema. Me desperté a eso de las ocho de la noche. Sólo. En el salón de la despedida.

La llame pero su móvil estaba apagado. Siempre hacía lo mismo. Huir. Huir. Huir.

La mandé un mensaje: "asta nunk".

Aquella noche de miércoles hice mi petate. Dejé las llaves encima de la mesa y me fui a dormir a casa de unos amigos. Los mismos amigos que había dejado de ver desde que me quede prendado de aquellos ojos. Tan oscuros como faltos de humanidad. De vez en cuando recibo una llamada suya. Supongo que no tiene otro plan y dejo el móvil en silencio. La última vez que hable con ella, si es que a sus rebuznos se les puede encontrar algún sentido de la comunicación, lo único que repetía es que era un cobarde.

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