Risperdal

Estuve tres meses en la UCI. Cuando me subieron a planta dicen que hacía semanas que ella había dejado de aparecer por el hospital, también dijeron que nunca podré volver a pronunciar correctamente la palabra televisor y algunas otras igual de corrientes. De aquellos tres meses no guardo apenas recuerdos, olía a desinfectante, tenía los pelos pegados a la almohada y un respirador eléctrico me mantenía vivo. Al mes y medio abrí los párpados por primera vez desde el accidente. Llamaron al médico. Cuando se presentó le echó un vistazo a mis constantes, me apuntó directamente con una luz en los ojos y palmeó con fuerza el bulto que formaba mi pierna derecha bajo de la sabana. Dijo que había tenido suerte. Los dos íbamos en el coche.

Ella se había empeñado en conducir los últimos cien kilómetros del trayecto de vuelta. Paramos a repostar y cuando volví de pagar ya estaba en el asiento del piloto con la primera metida. El atestado de la Guardia civil de tráfico dice que el accidente se produjo por una distracción, también dice que gracias a la rápida intervención del equipo de bomberos y a la cercanía del hospital se pudo salvar la vida del copiloto.

La habitación que me tocó en suerte estaba frente a la sala de rehabilitación. La comida era escasa y apestosa, amén de que necesitaba un asistente para llevarme la cuchara a la boca. Entre unas cosas y otras perdí unos treinta kilos. Daba pena verme. Aún sigue dándola. Con estas costillas tan pegadas a la piel, estas piernas tan huesudas, tan delgadas, y la cicatriz de la cara. Son cosas que pasan. Los nervios tampoco ayudan a coger peso.

Al poco empecé con la rehabilitación. Aprender a hablar de nuevo, a reconocer ciertos objetos, a tragar... No puedes dejar tus articulaciones quietas aunque sean completamente inservibles, no puedes dejar de querer que dejen de movértelas.



Y ahí andaba yo un día, bueno lo de andar es un decir, en la sala de ejercicios. Arrastrando mis pies por el suelo mientras mis brazos tiraban de toda la parte baja de mi cuerpo haciendo fuerza contra las barras paralelas. Odiaba esas sesiones. Y cuando ella abrió la puerta las odié aún más.
Podría decir que me miró con una leve sonrisa dibujada en la cara pero, además de ser demasiado kitsch, estaría mintiendo. Porque se partió el culo al verme. He de reconocer que yo también lo habría hecho en su situación, si bien lo habría hecho una vez en casa o así. Realmente la imagen debió de ser patética.

Dijo que me veía muy bien mientras me pasaba la mano por detrás de la cabeza. También dijo que se iba a casar en agosto y que aunque le gustaría que fuera al convite y tal, pues no creía que los médicos.
Cuando se fue había dejado dicho que el tío le hacía muy feliz, también dejó dicho que había vendido nuestra casa y que al parecer mi parte no daba para pagar el total del importe de las facturas del hospital.

La enfermera que vinó a por mi después de esto dijo que si me hubiera sujetado bien a las paralelas mi fémur no se abría partido, también dijo que era una estupidez que me hubiera negado a llevar pañales desde el principio.

1 comentario:

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