El hijo prodigo

Zeús esta harto de su anodina vida de Dios de dioses, encerrado todo en el día en el monte Olimpo, rodeado de bellezas divinas, cansado de embriagadoras y dulces botellas de néctar y ambrosía, cegado por las puertas de su templo en oro puro, hastiado de la sensación de poder máximo, impotente ante las orgías sin fin de Dioniso, decaído en los consejos de ministros decidiendo el destino de la humanidad, extenuado ante los ataques de ira en forma de rayos saliendo de sus dedos, necesitado, en fin, de una baja médica indefinida por alguna enfermedad fingida.
Se acerca al ambulatorio de Apolo, dios de la medicina y la curación, y finge sufrir una inventada aflicción que para algo tiene infinitos poderes divinos. Apolo le da la baja, no sin objeciones ante la apocalíptica visión de un Olimpo gobernado por un dios menor, y le recomienda reposo a ser posible en un lugar alejado del estrés diario y de las compañías redundantes y poco aconsejables en su estado.
Como tiene familia en Benidorm decide ir a pasar unos días a la orilla contraria del mediterraneo dejando a su hija favorita, Athenea, al mando de la nave celestial y con el bastón en forma de relámpago a su cuidado.
Encuentra allí sol perpetuo, playas atestadas de jubilados del inserso, paellas precocinadas con demasiado azafrán y con una relación calidad/precio inapropiada para cualquier habitante habitual de la zona, locales nocturnos con luces rojiverdes insinuantes, bingos abiertos venticuatro horas diarias con la actuación de algún cantante venido a menos por las noches a la luz de las velas mientras sostiene un buen gin-tonic en sus gloriosas manos, y un currito de repartidor de pizzas tranquilo en invierno y mal pagado en cualquier estación del año.
No sabe aún cuánto tiempo se quedará, lo que puede durar su recuperación es una incógnita ante la falta de datos documentados sobre sus rara dolencia (síntomas, tratamiento y curación) de todas formas, y al ser él quién es, seguramente se le pase cuando le salga a él de los huevos que para algo ha sido tantísimos años cabeza de panteón griego.
Su trabajo a tiempo parcial no le quita el suficiente intervalo como para evitar salidas nocturnas y borracheras matutinas a base de anís y coñac mezclados en igual medida, aunque si es con un poco más de coñac mejor que mejor. Y como el terreno esta infestado de alemanas solteronas embriagadas de alcohol y otras sustancias perniciosas necesitadas de sexo humano, corto e insatisfactorio, y él puede darles sexo sin limite y satisfactorio hasta la extenuación de su perecedero recipiente de vida casi inteligente, pues se tira todo el día de bar en cama de desconocida con acento nórdico y sexo arrugado y seco, y de esos sucios camastros de motel barato a bares calientes y acogedores en busca de otro catre en que dormir previo paso por bajos de hominidas postmenopausicas.
Le encanta esta sensación de estancia pasajera que le están brindando estas vacaciones, harto como estaba de la eterna eternidad.
El regusto que se le queda en la úvula y alrededores cada vez que tumba a beber a algún loco hambriento de emociones fuertes que quiere pelea de chupitos de tequila es la mejor sensación que ha sentido en su larga vida. Decide dejar su trabajo de pizzero y hacerse bebedor profesional se siente adicto a la victoria alcohólica frente a simples mortales con metabolismo limitado por su pequeña cantidad de enzimas hepáticas. El no tiene problemas con eso, sintetiza a su antojo estas moléculas que convierten el alcohol en energía, alegría y orina en grandes cantidades.
Pasan varios años y un día Zeús se mira al espejo, se ve viejo y arrugado, con poca vida por delante. Siente últimamente nauseas ante todo lo que ingiere si ésto no tiene algun contenido, por mínimo que sea, de etanol. Quizá la falta de néctar y ambrosía le ha hecho perder su vida eterna. Se acerca al hospital público de Alicante y después de siete largas horas de espera le diagnostican una incipiente cirrosis irreversible debida sin duda a la gran cantidad de bebidas ingeridas en los años anti-estrés apartado del Olimpo que se ha pegado.
Decide que es hora de volver a casa. Seguramente un buen tratamiento a base de bebidas sólo aptas para deidades pueda revertir el proceso de envejecimiento y dejar su órgano destilador sin rastro de untuoso paté celestial. Además seguro que sus familiares, que son muchos, le están echando en falta de más.
Llega a casa hecho unos andrajos, con dolores abdominales y en silla de ruedas, su vida se marchita por momentos.
Una vez en casa nadie ha notado su falta. Athena, diosa de la sabiduría y la inteligencia, ha ejercido tan sumamente bien su cometido interino que hasta Dioniso ha dejado de beber; ya no se ostenta como en sus tiempos, las puertas del templo son de contrachapado barato; ya nadie siente ira contra la humanidad, ahora las cosas se piensan antes de mandar destrucción a los mortales; los consejos de ministros ya no deciden el destino de nadie, han dado libre albedrío a los tristes; hace años que no fabrican ambrosía ni néctar, los vicios están mal vistos en el nuevo orden. Desearía poder marcharse de nuevo, pero la muerte le acecha en la falda del Olimpo, si baja muere. Si se queda arriba ¿qué le espera?¿ la vida del viejo cuentabatallas de sus años mozos? ¿la, del viejo ex-presidente mete patas?, no quiere ninguna de las dos.
Se acerca a la franquicia de UPS que ha montado Hermes y le pide que le lleve un quintal de vino a la semana a su casa, sabe que puede confiar en él. Lo poco o mucho que le quede lo pasará de la mejor manera que ha conocido: borracho como un humano en la costa levantina.

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