Saco roto

Hoy me he despertado con la cabeza llena de buenos sentimientos y el intestino vacío de cuerpos inservibles y dolorosos. Debe ser por los yogures que anuncian en televisión, magia alimenticia que limpia mis tripas y mis bolsillos a la vez que llena los bolsillos de actores estreñidos. Es uno de mis propósitos de año nuevo: alimentación correcta y sana desde la salida del sol hasta que me canse de comer avena, alfalfa y derivados. Por ahora parece que va bien, ya empiezo a sentir los numerosos y alucinantes poderes metafísicos de la dieta del capullo amargado.
Otro de mis propósitos de fin de año ha sido dejar de fumar gradualmente, sin pasar el síndrome de abstinencia física. Parches y chicles de alcaloide vegetal adictivo, de venta exclusiva en farmacias. Sin necesidad de oler, ni tocar, ni esnifar un cigarrillo. Mañanas libres de esputos en mis manos, adiós cáncer, adiós lengua acafenicotinada mañanera, adiós bastón de mis pérdidas de nervios. Aire semi-natural en mis pulmones, no puedo olvidar la dieta.
Por último, me he apuntado a un gimnasio. Tengo que conseguir por cualquier medio que este tazón de espeso chocolate calenturiento que tengo por tripa solidifique en una tableta de simétrico milkybar, duro y apetitoso para mujeres y hombres. Seré un sex-simbol mundial. Las mujeres se mearán en las bragas a mi paso, unos hombres querrán parecerse a mí y otros, ver su culo cerca de mi cosa de orinar y viceversa. Saldré de mi casa sorteando periodistas y cámaras interesados por mi vida sexual-profesional. Igual hasta me caso con una agonizante folclórica y podré volver a dejarme barriga cervecera en cuanto doble.
Mientras llega ese momento voy disfrutando de lo poco que me queda de vida anónima y vulgar. Hoy, por ejemplo, he decidido dar una vuelta matutina por el barrio. Como en los viejos tiempos cuando no me ponía objetivos estúpidos que cumplir sólo porque la tierra hubiera dado otra vuelta más alrededor del sol.
Nada más salir del portal una manada de niños asilvestrados casi consigue hacerme vomitar mis pulmones , aun en rehabilitación,tras trotar unos metros para patear un balón perdido por los yanomami de la plaza.
- ¡Gracias señor!- me parece escuchar-, ¡qué coño señor ni qué hostias!- pienso contestar, pero la mirada punzante de su esbelta cuidadora, ojo avizor, y sobre todo su magnifica sonrisa me hacen contestar con una simple sacudida de mano al aire. Niños con un trauma infantil nuevo menos gracias a una educadora embriagadoramente bella. Algún día sabre a qué hora sale.
Me acerco a la valla de la eterna obra del parking subterráneo, parcelitas de terreno público vendidas al mejor postor para evitar heladas y robos de coches pagados en setenta y dos mensualidades de doscientos cincuenta euros cada una, aquí los jubilados pasan el rato mirando silenciosamente. Sólo hay que picarles un poco para que se suelten.-¡con ese cemento tan acuoso esa pared va a filtrar en cuanto los cimientos se asienten!.¡Ya no se hacen paredes como las de antes!- tertulia garantizada por un rato. Socialistas malos, extremaderechistas peor, que qué otros partidos, que si suban las pensiones de una vez, que si la seguridad social debería pagar la Viagra... Cosas de viejos. Interesantes y superficiales. Profundas y complejas.
Me encuentro a la vecina de mi abuela, la que me vio llorar mientras crecía como tantas otras. -¡cómo no me voy a acordar de usted!-no tengo ni idea de cómo se llama pero su cara se arruga aun más con la leve sonrisa postiza que muestra ante mi cumplido. ¡Unos p'arriba y otros p'abajo!- suspira amargamente. Ley de vida querida vecina aunque discrepo de su teoría pues todos vamos hacía abajo desde que nacemos, me gustaría contestar. Pero sólo contesto con un leve y despreocupado asentimiento de cabeza, no vale la pena amargarle sus últimos e inútiles días sólo por una cuestión de cursilería romántico-nihilista por mi parte.
Llego al banco de mi adolescencia, perdida entre parques y bares en igual proporción, y observo pasar a la gente. Todavía me queda un rato para ir a entrenar. Recuerdos de risas, llantos, peleas, partidos de fútbol, primeros besos, borracheras, fumadas. Desparrames varios. Momentos lejanos en el tiempo y muy cercanos en la memoria. A lo lejos se acercan dos de mis compañeros de correrías, lloros y descojones y seguramente compañeros también el el absurdo juego de las buenas intenciones de después de navidades.
Decidimos, por abrumadora mayoría, que mejor irnos al bar que allí hace más calor y puede que haya alguna guapa estudiante del instituto tomando un café con su grupo de feas amigas durante una ausencia no justificada a clase de latín.
Aquende estamos cuando me doy cuenta de que llevo tomados cinco botellines de cerveza mahou, no laker como debiera; sus cinco pinchos compañeros de trabajo, morcilla de burgos, jamón serrano con tomate, aceitunas aceitosas rellenas de anchoa, patatas con fuerte salsa ali-oli y unas crujientes y finas chips acompañadas de unos ácidos boquerones en vinagre; he comprado un paquete de Camel y ya he chafado unas cuantas colillas contra el suelo ante la ojeada incisiva de la camarera que acababa de poner un cenicero en nuestra mesa y se me ha pasado la hora del entreno. Además son casi las dos y empiezan Los Simpsons, tengo ganas de una siesta y de cenar comida basura.
He vuelto a caer antes de llegar a la meta. Otro año perdido. Pesadumbre.
Debo empezar a pensar en el año que viene, tengo blanqueamientos dentales que probrar, crecepelos que untarme en el cuero cabelludo para brillar menos, yes-estenderes que encargar y horas de salida de niñeras que averiguar.

1 comentario:

  1. jajaja que mejor sitio que un bar Sergi...
    y aprovechando la ocasión ... ¿hace cuanto que
    no visitamos uno together desgraciau?
    Martucky

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