La satisfacción ante el deber cumplido

Ella era una antigua actriz del destape que la lanzo, primero al cielo de las alfombras rojas y, después al infierno del night-club. Todos en el pueblo la conocíamos y todos, sin excepción, intentamos desvelar el misterio de su cadencia de caderas y lo buscamos sin cesar, por turnos, bajo sus bragas durante un tiempo. El tiempo necesario que le llevaba encontrar otro aventurero decidido a encontrar el Santo Grial y darnos la patada. El vivía al otro lado de la frontera,se dedicaba al contrabando de drogas blandas entre países, le buscaban las policías de ambos lados de la divisoria y le gustaba referirse a si mismo como pasante internacional, toque exótico. El cabrón se lo montaba bien, todo hay que decirlo, tenía propiedades por doquier, plantaciones de cientos de hectáreas más allá de las montañas, cientos de críos harapientos dispuestos a distribuir su mierda desperdigados por cada esquina y, los más importante, su paradero había sido desconocido hasta la primera vez que lo vi con ella disfrutando de su intimidad a las orillas del estanque amarillo. Todas las noches se encontraban en aquel lugar situado en la sierra de cebollera, paraje natural declarado reserva de la biosfera por la Unesco y ubicado en los mapas justo encima de la linea que delimita sus dos países.Yo los veía desde mi garita de vigilancia y hacía la vista gorda a cambio de su silencio cómplice frente mi masturbación nocturna durante sus fugaces encuentros.
Ella parecía haber encontrado en él al pirata que andaba buscando pues el tiempo pasaba y no le daba bola. Las mujeres en el mercado decían que se la veía más feliz que nunca como si hubiera recuperado su juventud perdida entre cámaras y hostales sucios de carretera secundaria. Siempre andaba con una sonrisa dibujada en su preciosa y lasciva cara y había dejado de ir en busca de posibles sustitutos del furtivo.
Esto me hacía hervir el esperma más que la sangre por que sólo junto a ella logré encontrar una yegua que satisficiera a muerte mis más negras perversiones sexuales y siempre pensé que ella y yo acabaríamos compartiendo techo, comida y lúbrico amor.
Pese a todo, pensaba disfrutar de una noche más con ella y además la iba a marcar para siempre, nunca se iba a olvidar de mi. Ellos sabían que sus citas furtivas dependían sólo de mi silencio, yo vigilaba la frontera y el tráfico de personas entre ella y yo era el único que sabía dónde encontrar, cada noche, a uno de los amigos de la libertad pública a elegir con qué contaminar sus cuerpos.
Hace varias noches, durante el transcurso de uno de sus encuentros limítrofres de país en país, (el cabrón se lo montaba bien no hay duda, cada noche aprovechando lo incierto de la oscuridad se la llevaba a una nación diferente, toque de clase) bajé de mi puesto de vigilancia y les ofrecí un trato: no delataría la posición del huido y les dejaría seguir viéndose a cambio de que durante las siguientes seis horas, lo que me quedaba de turno, ella se mostrara cariñosa conmigo bajo la atenta mirada de su amado sin que el pudiera hacer nada pues pensaba atarle a un árbol. Ella accedió sin dudarlo un solo segundo (no era la primera vez que daba sexo a cambio de algo querido o necesitado). El, sin embargo, se mostró indignado ante mi petición y se quiso interponer a mis planes lanzándose a por mi con rabia y puñetazos pero le encañoné a la vez que cogía con mi mano libre el walkie y entonces, y sólo por petición de ella (que cabrón, toque valiente), cedió a mis peticiones. Le amarré bien amarrado a una enorme encina y me pase toda la noche desentrañando el secreto de la pelvis armónica ante la atenta mirada llorosa de su queridísimo fugitivo.
Terminaron mis seis horas de gloria cogí mi antes amenazante walkie y llame a mis compañeros de la central: ¡le tengo!-dije.

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