Caminos divergentes

Se puso el tanga de leopardo y salió a comerse la noche. Se perdió por las callejuelas del centro arrimando cebolleta a las posaderas de las guiris borrachas en los bares más apestosos de la gran ciudad. Se bebió todo tipo de brebajes. Se empachó de hielos y bebidas chispeantes en busca de la inhibición de su vergüenza. Se infló los pulmones con el humo de los cigarrillos rubios y de los cigars enriquecidos en vitamina C. Se inflamó las neuronas con yeso adquirido en bolsitas de a sesenta el gramo. Se notaba a metros de distancia el bulto dentro de su bragueta deseando salir a pasear.
Cuando yo me lo encontré, estaba dando botes al son de Bisbal, o Bustamante, o cualquier otro artista enlatado en medio de un grupo de jamonas comebolsas deseando chupar un prepucio a cambio de unos tiros de escayola nasal.
Llevaba bastante tiempo sin verle, es cierto, pero un amigo de la infancia es un amigo de la infancia con todas las letras en mayúscula. Yo volvía a casa con el puntillo. Había dejado a la parienta cuidando al nene. No quería llegar tarde. Pero tampoco podía dejarle allí haciendo el mandril. O al menos eso pensaba yo.

Saqué al saco de mierda de aquel garito (El Barticano me parece que se llamaba) con la intención de llevarle a tomar un café despejante.

-Estás hecho un piltrafa. No has cambiado nada- le dije mientras estiraba de su brazo.
-¿Para que hacerlo?- Fue lo único entendible que dijo en su jerga de topedo mientras intentaba zafar su muñeca de mi llave de judoka experto para volver a entrar dentro del bar.-Estaba a punto de hacerme a la pelirroja- añadió con los ojos entornados.
-Anda. No seas capullo; se estaban riendo de - alguien tenía que hacer de padre.
-¿Y tú que quieres?, ¿un tiro?, ¿una copa?, o ¿tienes complejo de ONG?- parecía estar volviendo en si, toda vez alejado de la música, los chochitos y las copas.
-No te pongas tonto conmigo- dije mientras le soltaba el agarre- Por mi como si te dan por culo. ¡Ven! te invito a un café.
-¡Qué te den tío! Hoy mojo si o si.- dijo mirándome a los ojos con las luces largas.
-¿Cuántos años tienes, colega?-
No contesto. Se perdió entre la gente de camino hacía la cueva de dónde le saqué. Yo me fuí a casa.

A las siete de la mañana del día siguiente el cachorro nos despertó con puntualidad inglesa reclamando su dosis de leche. La parienta me despertó para que preparara el desayuno mientras ella se duchaba y se arreglaba para ir a trabajar.
Me quedé solo con el chinorri. Viendo los dibujos.
Al rato sonó el timbre. Me levanté con toda la pereza del mundo sobre mis ojos a abrir la puerta.
Y Ahí estaba tambaleándose y con una pelirroja subiendo a gatas las escaleras.

-Sólo eres un mes mayor que yo- dijo antes de echar la primera papilla en el descansillo.
Preparé café y la restform en el cuarto de la plancha.
-Nunca desperdicies una invitación- me dijo mientras me daba los buenos días en un abrazo y se iba a la cama en tanga.

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