Fotografía de familia

Justo antes de morir Padre, Madre, quiso que todos nos hiciéramos una foto de familia. No es que Padre tuviera una enfermedad larga (murió en un accidente de trafico completamente borracho) es más que Madre tenía un sexto sentido o algo así.
Nos vistió a todos, los cinco hermanos, con el traje de los domingos. Nos llevó a la tienda de fotografía de la calle principal. Todos posamos con la vergüenza de los antifotogénicos que quedó plasmada en una fotografía llena de sonrisas forzadas y ojos rojos semientornados.

Pues bien al día siguiente, Padre, tuvo el accidente con las venas cargadas de ginebra y su cerebro empanado en alcohol no fue capaz de pisar el freno. Adiós Padre.

Madre sonrió por primera vez, después del funeral, cuando fue a recoger la fotografía. Todos pensamos que había perdido la cabeza. La fotografía era un desastre. Todos los hermanos salíamos borrosos y en segundo plano como si no perteneciéramos a ella. En el medio de la fotografía Padre y Madre (agarrados de la mano) y un borrón blanquecino con forma humana justo detrás del hombro derecho de Padre. Este ente nos ponía a todos los pelos de gallina. Madre parecía no verlo. Se pasaba las horas muertas mirando la fotografía, que puso presidiendo la mesa del salón. Hablaba con Padre continuamente, no salía de casa ni para comprar el pan, nos abandonó en vida pues no se dirigía a nosotros directamente nunca. Sólo hablaba con la fotografía. Después de la muerte de Padre y la recogida de la fotografía lo único que salió de su boca dirigido a nosotros fue: - Nadie, en esta familia, volverá a hacerse una fotografía-

Un año más tarde tuve que mudarme a la capital para terminar mis estudios. Cuando cogí el autobús de La sepulvedana vi a Madre, que había salido de casa, consumida, huesuda, cerea y encogida en sus recuerdos. Sacaba un pañuelo y se secaba las pocas lágrimas que brotaban de sus ojos que, seguro, sólo veían la fotografía. Ésta había degenerado, puede que por el desgaste de la mirada de Madre, en un dibujo difuminado de todos nosotros en el cada vez se veía más al ente y las manos de Padre y Madre. Mis hermanos, a sabiendas de que el futuro de la familia dependía, en gran parte, de mi prometieron cuidar de Madre y hacer desaparecer la Fotografía lo antes posible a fin de que Madre volviera su ser lo antes posible. No fue así.

Los años en la facultad se sucedieron entre clases teóricas, prácticas, disecciones, morges, septiembres apurados, becas por los pelos y cartas a Madre. Periódicas. Solía contarle, todo por curarla de la pérdida, que el Colegio de médicos estaba lleno de fotografías, bien hechas, de promociones, ya licenciadas, en algunas de ellas salía Ramón y Cajal (como decano del colegio). Le relataba cómo me gustaba mirar aquellas fotografías sin imperfecciones, con personajes ilustres, sin color ni borrones, con afán de historia desde el click de la cámara. Ella nunca contestaba.
Cada vez que volvía a casa, en navidades y semana santa, veía a Madre menos definida, menos presente, menos viva en fin. Por su parte, la fotografía (que seguía presidiendo la mesa del salón pese a la promesa de mis hermanos) estaba, cada vez, mas nítida en las manos de Padre y Madre y en el ente que se parecía cada vez más a la pálida dama portando su guadaña.

Llego el día, varios años después, en que iba a licenciarme y Madre salió de casa por segunda vez desde el maldito deceso. Vino a la capital justo el día en que estaba programada mi orla.

-No debes salir en esa fotografía- sus ojos traspasaban mi cuerpo y parecían mirar más allá de todo lo real.
-Debo hacerlo Madre. Es el día.- abracé su cuerpecito huesudo.
-Debo hacerlo yo, Hijo. Quiero acabar con esto.- palabra de Madre. No quité mano.

Cedí mi puesto en la orla a Madre. Por primera vez en más de cien años de historia del Colegio de médicos ese año hubo que repetir la Fotografía varias veces. Salía movida. Cada vez Madre ocupaba mi lugar.
A cada repetición la sonrisa de Madre se hacía más grande y tambien cada abrazo que la daba más carnoso y sentido. Finalmente desistieron de más repeticiones.

Madre murió con una sonrisa en la cara. Al poco fuí a recoger la orla. Lo único que se definía en ella era a Madre de la mano de un borron humanoide que preside la mesa de mi salón.

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