Autorretrato

¿Dónde vas con esas patillas?. Si, tío, no me mires así. Las patillas pasaron de moda. Las patillas ya no se llevan. No quedan bien. Vale que si, que tienes la cara alargada como Loquillo, Elvis y las demás momias del Rock. Pero, tío, esa peña esta muerta, enterrada y comida por los gusanos. ¿Eres una especie de momia tú también?.
Te crees que aún eres un chavalín. Como en tus tiempos de adolescente tardío cuando empezaste a fumar porros y a beber calimocho en el parque del instituto. Cuando creías en la amistad. Cuando el futuro era sólo una imagen de invasores alienigenas comeratas, una casa enorme llena de ordenadores de disquete y tías en bikini bañándose en la piscina del jardín de atrás al amparo de la fiesta continua que ofrecía el anfitrión; un anfitrión que ponía la música a todo volumén, invitaba a cerveza a los colegas y, de vez en cuando, iba a atusarse sus patillas de algodón negro al baño del dormitorio principal.
El problema es que ya no eres aquel chaval. No. Estás muy equivocado. Lo sabes tan bien como yo. Patilludo. No me mires con esos ojos. Esos ojos de niño no lo son tanto cuando están escudados por esas patillas y ese ¿tupé?. Tío, eres la viva imagen de un carcamal: patillas y tupé. El tupé no llego a estar de moda si quiera. Y el tuyo, tío, el tuyo es patético. Debajo de tu tupé hay una calva en ciernes desde hace años. Lo sabes. Ya te digo si lo sabes. Aún hoy, a veces, te lo engominas y sales a la calle en plan giggolo como en tu época universitaria cuando contabas los amigos con los de dedos de ambas manos. Cuando el futuro parecía estaba construyéndose con billetes verdes de mil pesetas en laboratorios de química orgánica etéreos con vistas a un despacho en la Quinta Avenida de Manhattan y un alambique que te haría volar más allá de ti mismo.
Tú lo sabes mejor que yo, no sé por qué me molesto en darte la chapa. Al final va a ser que me importas. Con tus patillas y todo. Aunque has de reconocer que hasta tú pasas ya del tupé. Reconoce que, las más de las veces, dejas que el flequillo caiga sobre tu amplia frente y, así, tape tu alopecia. Te ríes, mamonazo ¿eh?, sabes que no miento.

Y cuando me miras con esos ojos de cansado. Con esos ojos sin color definido, entre verde y marrón, tío, no haces más que darme la razón. Te quedas en el pasado o lo dejas a medias todo (incluso el color de tus ojos). No sé. Das a entender que estas cansado de mirar. Haz algo ¿no?.
Haz algo como cuando mandaste a la gente que te rodeaba, a los que llamabas amigos, a la mierda y te quedaste con los amigos de verdad (aunque los contaras con dos dedos). Haz algo, colega, como cuando después de ir de una entrevista a otra en el metro infestado de acorbatados y cansado de escuchar -Ya te llamaremos- mientras miraban tus enormes patillas decidiste meterte en una oficina a descolgar el teléfono a razón de tres veces por minuto. Sueldo seguro ¿no?. ¡A la mierda la utopía!. Mileurismo criminal y letras del coche deportivo a pagar hasta los treinta y tres. ¡Claro que si!, ¡La edad de Cristo!. ¿Sabes que te digo?. Claro que lo sabes. Si ese mamón melenudo se hizo tan famoso con los panes y los peces y ayunando cuarenta días en el desierto (por cierto que para ser melenudo hay que tener pasta); ¿qué no vas a hacer tú? que para llegar a fin de mes tienes que creer que comes todos los días pan y de pescado ni hablamos. ¿Qué no vas a hacer tú? que para no ayunar durante más de seis meses (los que hay entre paga extra y paga extra) tienes que ir a hacer la compra a casa de tus padres. No sé colega. ¿Sabes?. No te quites las patillas. Aún te queda mucho por hacer. Y ¿sabes? deberías de dejar de mirarte al espejo mientras te afeitas porque se te esta haciendo tarde y como llegues tarde a trabajar otra vez te van a despedir y como te despidan para pagar la hipoteca vas a tener que rehipotecar tus patillas.

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