Chimenea glaciar

Entraron en la cabaña y lo primero que hizo él, antes de quitarse los calcetines empapados, los guantes, la bufanda y el gorrito de pololo, fue encender la chimenea. Más bien, intentar encender la chimenea. La madera estaba húmeda; a saber cuánto tiempo llevaba cubierta por la espesa nieve alpina. Los fósforos no duraban lo suficiente como para acercarlos a la chimenea, no había gran cantidad de gasolina y la poca yesca que había en la casa se reducía a un par de hojas de periódicos retrasados
El aliento se le escarchaba en las gafas. Se estaba más calentito en la nieve que dentro de la cabaña y hasta que no lograra hacer lumbre en la chimenea seguiría así.

Ella, por su parte, se recostó en el sofá adiamantado como si fuera un diván y ella, una reina.
-¿Me sirves un Coñac?-se arropaba con una manta- Si tengo que confiar en tu maña para que la casa se caliente...-Sonrió con picardía.
- Blanca, cariño, ¿por qué no dejas de tocarme la narices?- se quitó con sumo cuidado uno de los guantes y se masajeó las sienes con los dedos como carámbanos - ¡En qué hora vinimos aquí a pasar las vacaciones! Odio el frió y lo sabes.
-Mira que eres picajoso ¿hay algo más romántico que una cabaña perdida en la montaña, con riesgo de incomunicación, repleta de víveres y habitada por una pareja de enamorados?-dijo ella mientras se dirigía a paso de pingüino al mueble bar- ¿Qué quieres? Tontín.
-Entrar en calor. Bueno y un bourbon- dijo él mientras amontonaba en el interior de la chimenea unas cuantas virutas de leña que había conseguido raspando la húmeda corteza de un tarugo-Déjame un mechero.

Ella se acercó a la orilla de la chimenea y dejó el vaso de bourbon sobre el revellín. Le quitó a él el gorro y le enredó el pelo con las manos. En un principio él se sintió a gusto con el crepitar de sus pelos escarchados contra su cuero cabelludo. Pero al poco, y ante la impaciencia de no conseguir ni una chispa del ansiado fuego reconfortante, apartó las glaciares manos de su cabeza con un seco movimiento de cuello. Dejó de sentir los dedos de los pies en ese instante y decidió que mejor quitarse los calcetines.

-Los dedos de los pies son lo primero que se congela (y lo primero que te amputan) en situaciones como esta- dijo mientras se frotaba los guantes contra los pies, haciendo que la fricción les hiciera coger algo de temperatura.
-Qué exagerado eres. Tampoco hace tanto frío, además tenemos vino suficiente como para entrar en calor sin que tengas que hacer fuego- Se quitó el plumas y se lo puso a él por encima de los hombros- Venga friolero anímate.
- Podemos ponernos ciegos de vino sin más y mañana despertarnos congelados y con una resaca de campeonato.- Cerró los ojos y meneó la cabeza en señal de negación- Deberíamos haber ido a un resort de las canarias. A gastos pagados. Más barato. Más caluroso...
-Tampoco te gusta la playa cariño. Demasiado calurosa.- Acababa de apurar la copa de coñac y abría una botella de vino- Disfruta de las vacaciones. Desconecta de cualquier obligación. Disfruta del frío. Mañana compraremos una manta eléctrica. Todo tiene solución.

Él no respondió tragó el último dedo de bourbon y estiró las piernas apartándose de la inoperante chimenea.
Recordó cuando de pequeño se iba de campamento con el colegio- Lo mejor para no tener frío por las mañanas es dormir desnudos dentro del saco- Solían decir los monitores. Se acercó al dormitorio. El día había sido largo y desde que aterrizaron no había dejado de nevar. No pensaba irse a la cama hasta tener un buen fuego. El edredón nórdico del dormitorio le trajo a la cabeza la necesidad de una buena siesta. Pero ni de coña se tumbaría sin antes ver una llama. La mesita del dormitorio era de Ikea, de madera seca y desmontable. Quitó la lampara de encima de ella y se la llevo a la chimenea.

Ella tenía, ya, la botella mediada. -¿Dónde vas con la mesa?-
- Voy a hacer un fuego- Se llenó una copa de vino- Por mis cojones que esta noche vamos a asarnos.
- Estas fatal- se quitó toda la ropa- Te espero bajo el edredón. Cabezón.- Sus pezones se pusieron duros al contacto con la gélida atmósfera. La piel de gallina. Sus dientes castañeaban. Corrió hacía el cuarto esperando que él fuera detrás como hubiera hecho unos años atrás.
Él se quedó desmontando la mesa y echando las patas y los tableros y los cajones a la chimenea. Roció el interior con gasolina y acercó el mechero.
Al rato se quedó dormido viendo duendecillos salir de la chimenea.

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