Patito feo S.XXI

Carlota, Lapecas estaba más que cansada de su mote. Todos los días volvía a casa llorando como una plañidera, con los puños cerrados y llenos de rabia. Corría por el pasillo de la casa y se encerraba en su habitación hasta la hora de la cena.

Lapecas. Lapecas. Lapecas. Todo el día pensando en lo mismo. - Hija mía, no le des importancia. Los niños son muy crueles- Solía decirle su madre. Pero a Carlota, Lapecas, poco le importaban las cosas que pudiera decir su madre: Tenía casi trece años. Era de estatura media. No sacaba malas notas. No fumaba. No era una machorra, ni una descarada; ni jugaba al fútbol con los chavales, ni, cuchicheaba con las chavalas. No insultaba a los profesores, ni hacía peyas. Llevaba los deberes hechos a todas las clases. Hacía corazoncitos en los puntos de las íes en la clase de caligrafía. Iba a clases extraescolares de natación e inglés. Era una chica de lo más normal. Salvo por sus pecas. En la cara, en la espalda, en los brazos...pecosa.


-Si, al menos, me hubieran crecido las tetas- pensaba Carlota, Lapecas, en su habitación mientras hacía las tareas del día (Matemáticas, Historia, Geografía) -De poco me servirán mañana. Mañana volveré a ser el centro de las burlas de la clase, a menos que haya un simulacro de incendio, un profesor sustituto, un alumno nuevo o, un cataclismo nuclear- Se decía a si misma contándose las pecas de la cara.


-Mañana no quiero ir al colegio- les dijo a sus padres a la hora de la cena
-Claro- respondió su padre cortando un trozo de bistec- yo tampoco voy a ir a trabajar.
-Hija mía, ¿Qué pasa mañana?- terció su madre que estaba en la cocina.
-Mañana nos llevan a la piscina en educación física- Carlota jugaba con las patatas fritas. No tenía ganas de cenar.
-Mira-volvió a tomar la palabra su padre-nuestra obligación es trabajar. No nos gusta lo más mínimo pero alguien tiene que traer dinero a casa. La tuya es estudiar. Que no te gusta: cuando tengas edad lo dejas.-pegó un enorme sorbo de agua para tragar la bola de carne y patatas que tenía en la boca.-No se hable más.

Y no se habló más. Se acabaron las natillas de postre. Sus padres se pusieron a ver la televisión antes de irse a acostar. Y Carlota, Lapecas, se encerró, de nuevo, en su habitación.

Aquella noche no durmió demasiado (por no decir nada). Cada vez que cerraba los ojos veía a sus compañeros mirando sus manchas oscuras de sus hombros, de su espalda, de sus piernas. Se veía ella como una gran peca. Mirala, mirala, lapecas no tiene tetas.- todos se rien mientras miran sus pequitas. Podrían reirse de las orejotas de fulano, o de las gafas de zutano e incluso de la leve cojera de mengana. Pero al día siguiente todo sería como siempre, Lapecas, Lapecas, Lapecas.

Llegó la mañana y se levantó, sin ninguna gana, de la cama deshecha, cansada de dar vueltas en ella. Preparó la mochila. Metió en ella su bañador favorito, sin ninguna gana. Bebió el colacao de las mañanas mojando en él unas magdalenas que se deshacían al contacto con la leche. Sin ninguna gana las engullía. Subió al coche de su padre, que la llevaba al colegio todos los días, y escucho la radio sin gana alguna.
Carlota, Lapecas, llegó al colegio desgana y cansada. Los chavales de su clase se arremolinaban alrededor del autobús que les llevaría a la piscina. Unos reían, otros corrían, algunos flirteaban entre ellos, los más pelotas hablaban con los profesores y Carlota, Lapecas, se escondía de sus compañeros -Si empiezan ahora, cuando lleguemos estarán más pesados. El día puede ser muy largo- pensaba mientras encogía el cuello como una tortuga, como si su cuerpo fuera un caparazón en el que esconderse.

Llegaron a la piscina y para sorpresa de Carlota, Lapecas, nadie se había metido aún con ella entusiasmados, como estaban, ante la novedad de un día fuera de las aulas, lejos de la pizarra y las tizas, sin escuchar aburridas explicaciones de teoremas matemáticos o de estirpes reales.
Aún no había escuchado ni una sola vez su asqueroso mote.

Carlota, Lapecas, se entretuvo antes de entrar al vestuario haciendo como que leía los carteles con las actividades ofrecidas por el complejo deportivo. Cuando entró a cambiarse todas las chicas estaban ya en la piscina. Se cambió con la tranquilidad que da la soledad y salió dispuesta a zambullirse en el agua a toda prisa con tal de que nadie se fijara en ella.

El agua estaba helada de primeras pero una vez acostumbrada al medio Carlota, Lapecas se vio como pez en el agua. Su cuerpo sumergido a salvo de miradas. Su pelo mojado pegado a la cara tapaba la inmensa mayoría de sus pecas. Buceó, nado a braza, a croll, a espalda. Olvidó, por momentos, sus miedos y subió al trampolín y se tiró varias veces. Nadie parecía estar pendiente de ella.
Carlota, Lapecas, cansada de tanto nadar y con los dedos arrugados como garbanzos salió del agua (tan rápidamente como entró) y se dirigió a su toalla. Solitaria. Detrás de un par de árboles. A la sombra lejos de miradas. Se tumbó en la toalla y cayó en un duermevela reconfortante.

-Hola ¿Estas dormida?-preguntó la voz de un chico.
-No. Estoy descansando-respondió abriendo los ojos y viendo a un compañero de su clase en el que nunca se había fijado demasiado.
-Soy Alberto. Llevo poco en el colegio. Nadas muy bien-le dijo mientras se sentaba a su lado.
-Hago natación-respondió sentándose ella también.
-Me hacen mucha gracia tus pequitas de los hombros. Te quedan muy bien-dijo entre murmullos.
-A mi no me gustan nada. Si pudiera me las quitaba- se tapó los hombros instintivamente.
-A mi me gustan. ¿Vemos quién aguanta más bajo el agua?- Se levantó y le tendió la mano.
Carlota cogió la mano de Alberto. Estuvieron todo el día para arriba y para abajo. Nadaron y rieron. Comieron y echaron la siesta. Jugaron a las cartas y volvieron sentados juntos en el autobús.

Lo cierto es que desde aquel día Carlota no ha vuelto a escuchar su mote. Seguro que se lo siguen llamando. Pero, sinceramente, ella no lo escucha.

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