Uno de esos días

Hay días que uno se amanece con el pijama del revés, la cama se hace aún más pequeña de lo que es. Se despierta comatoso y hastiado del vivir continuo y sin pausas, del café mañanero irrehabiltante, de la soledad de la ducha antidespejante. Sale del portal y se santigua por hacer algo (nunca por convicción) y sale en busca de la soldada como uno más de los cientos de miles. El sol vomita en su cara y se le contagian las nauseas (aumentando ganas de llorar). Recoge con desgana el 20minutos de algún otro pasajero del autobus que no aguantó tanto mal rollo y lo abandonó a su suerte. Ojea las páginas de deporte como si le importara la situación del Numancia en la tabla. Resuelve el sudoku de la contraportada, el fácil, con la pericia de Julian Ross, y la chica de al lado le sonrie y sus dientes podridos de tabaco le devuelven la fe en el ser humano (pero poco).
Llega a la cloafacina conteniendo el shock anafiláctico de su vida frente al trabajo (aumentando ganas de gritar). La silla roja su hogar durante un buen rato, el monotono pasar de las horas se torna en su banda sonora. Más tarde lleva el correo a la becaria de turno y su pelo, liso y fuerte como de rata, le revuelve las tripas de hambre de certeza (un poco más de fe para el fémetro).
La tarde se antoja de dioses en duración y su fiambrera sólo lleva chopped barato y pan de molde integral (sin bordes). Zampa como el que respita, más por necesidad que por gusto.
El rítmico tic-tac del reloj de su compañera de púpitre realza la necesidad de noches de heaven y pastillas de colores chillones (aumentando ganas de abandonarse). Trastea un poco por internet ,todo se sigue acabando.
Los jornaleros vueven a casa del campo (ganas de correr aumentando). Su compañera suelta un <¡hasta mañana¡> , evidencía hipertérrita.

Corre, corre, corre aporreando las aceras bajo la escasa luz de un sol estertórico. Grita, grita, grita ante la antenta mirada de los viandantes. Llora, llora, llora mientras abre la puerta de su casa. Vomita, vomita, vomita al contestador de cualquiera las penas del día. Se abandona, se abandona, se abandona mientras la certeza de vida humana le recuerda aquella sonrisa, aquel pelo, aquel adiós.
Se empalma, se empalma, se empalma ante la posibilidad de un nuevo día.

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