Plagas

La historia de los oroscefros es una historia peculiar. El reino vegetal no les aceptaba del todo y se quedaron a medio camino entre animales y plantas. Poseen esa cualidad única de las plantas de alimentarse de agua y luz (lo cual les hace autosuficientes) y se reproducen por arrejuntamiento sexual (si bien el producto de sus orgías son semillas y no fetos).
Estas semillas (ojos de gusano a escala humana) son resistentes a mohos acidófilos y a hiedras trepamuros. A simple vista parecen de geranio pero si fijamos la mirada y acercamos los ojos a su parte más puntiaguda podremos observar el rumor de sus neuronas, vestigios inservibles de animal, en busca de una gota de agua en que germinar.

De hoja perenne. Siempre verde. Crecimiento continuo. Arriba, arriba hacía las nubes.

Sus brotes primerizos son endebles, blanquiverdes y acachiporrados. Aparecen por San Blas, junto a las cigüeñas, normalmente en iglesias románicas abandonadas del pirineo ilerdense. Inmunes al frio y la nieve, a pulgones y pisadas.
Los ejemplares adultos alcanzan alturas superiores a secuoyas, pero normalmente son podados desde edad temprana ya que es la sola manera de que cedan a sus intenciones de tocar el infinito. Los troncos leñosos de su especie son una estupenda madera abojada y contienen corazones enormes, tambien en valores.
Florecen en primavera, al final justo del invierno, cuando la escarcha mañanera se deshace en rocio y las niñas se ponen falda y los niños persiguen escotes. Sus flores son anaranjadas mientras crecen, aunque se tornan negriverdes a la madurez del verano, y son preciadas exquisiteces de la industria perfumera.
Por las noches, los oroscefros, van en busca de comida. Devoran la luz con sus cloroplastos abetacarotenados. Sólo luz de luna que empaña los cristales con vaho del cielo.
Y he ahí el problema pues las noches cerradas (sin Selene, sin estrellas, nada más que cúmulos de vapor en el firmamento) hacen surgir de las profundidades de la tierra sus raices piernágudas y buscan fotones que juntar con dióxido de carbono que sólo encuentran en las fuertemente iluminadas masías de la zona.

Siempre, en la de Bartolomeu, encuentran buena mesa y mejor conversación pues el viejo, viudo desde hace años, se gusta de hablar con toda la fauna y la flora de los alrededores. Quebrantahuesos y marmotas. Robles y buganvillas. Todos serán bienvenidos.

Pero no siempre van a parar a esta protectora morada pues la zona esta plagada de urbanizaciones y de chalets y de familias numerosas advertidas de extraños y de habitaciones con recién nacidos de luz calórica que es su luz preferida. En estos casos, los padres (guardianes de la tranquilidad hogareña), olvidamos, con frecuencia, el buen corazón de estos seres. Los intentamos pisar o talar, los regamos con vinagre y salitre, gritamos y encendemos fuegos. Todo en vano. Pues todos estos estímulos no hacen si no acrecentar su hambre y sed de luminosidad. Se vuelven agresivos y pueden acabar facilmente con una manada de moscas de la fruta.
Y es por ello, padres del mundo, que debemos tratarlos siempre de la mejor manera posible, todo sea por el bien de nuestra prole y de la biodiversidad biodegradable. Lo que más les gustaría sería que les dejáramos una habitación centelleante y cálida, con incienso de mirra encendido desde medianoche y Nina Simone de fondo, sólo de fondo. Les encanta.

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