La buena educación

El otro día, volviendo de mi clase de relajación semanal, me encontré con un antiguo amigo de la universidad. Hacía que no nos veíamos siglos (o más). Estaba un poco demacrado, no sé, más calvo, más gordo, menos juvenil digamos. Llevaba traje, corbata y maletín a juego (cosa que me hizo bastante gracia).

-¿Qué tal todo, tío? Parece que te va bien, ¿no?- dije sin darme cuenta de la cantidad de años que no hablaba con él. Es más puede que no hubiera hablado con ese imbécil en todos los años que estuve en ese antro de universidad. En aquella época me pasaba el día fumando canutos y apostando cervezas al mus. Creo que fue el pringado que me dejó los apuntes de contabilidad II o alguna de esas absurdas asignaturas. Pero, que coño, hacía años que no le veía. Y esta es una situación similar a cuando te encuentras a tu vecino de rellano, con el que evitas subir en el ascensor todos los días, en Torrevieja o Benidorm y acabas cenando con él mientras su jodido niño te pringa de helado de chocolate y el putón de su mujer parece insinuarse. Es una obligación. Una cuestión social. Vamos, creo yo.

Pasó un buen rato hasta que me reconoció, si es que lo hizo el muy mamón. Yo iba en chándal, zapatillas de deporte y estaba echándome un piti (eso si que relaja y no la mierda esa del Jacobson, los médicos no tienen ni puta idea de lo que hacen).
- Eh eh, ¿que tal?. Yo bien, bueno no me puedo quejar, soy director de una sucursal de La Caixa aquí cerca, trabajo mucho. ¿Pero no es lo que buscábamos?. Estoy casado y tengo dos maravillosos hijos, el mayor cumple tres años la semana que viene. ¿Y tú, cómo te va?- Que inútil, pensé en ese momento mientras me radiografiaba con sus lentes como si fueran de rayos X. Una vida tirada a la basura. Buen estudiante. Buen trabajador de una multinacional. Buen padre. ¿Buen marido? (¿quién lo es?). Basura, eso es lo que era su vida: basura de la peor calidad y de la mas apestosa y putrefacta.

-Genial, ahora mismo vengo del gimnasio, hay que estar en forma ¿ya sabes?-mentí, él miraba como se consumía mi cigarrillo con los ojos llenos de instinto asesino- Lo estoy dejando, ¿sabes?, pero el estrés y el volumen de trabajo, es difícil, ¿quieres uno?- negó con la cabeza- bueno ehhehh trabajo en una consultoría propia, me va bien, nunca quise ser empleado de nadie, tuve varias ofertas interesantes de algunos bancos y tal. Pero me decanté por lo difícil- mi nariz empezaba a crecer- vivo aquí cerca- evité entrar en detalles engorrosos sobre la vivienda que compartía con mis padres (tarde o temprano sería mía a fin de cuentas).
Deberíamos quedar un día, o algo así, para hablar de los viejos tiempos y todo eso.
-Si podría ser buena idea- abrió su cartera y me dio su tarjeta. Su tarjeta ¡Por Dios! qué anacronismo. Eso si dentro de la billetera pude atisbar el rostro de la que, supongo, sería su mujer. Joder, que buena estaba.

No me habría importado lo más mínimo acabar con los pantalones llenos de helado de chocolate, de babas lechosas o del contenido del pañal del hijo pequeño de aquel mamón, con tal de dejar que aquella belleza me sugiriera una velada a solas para hablar de lo mal que iba su matrimonio. Con su marido fuera de casa todo el día. Con los niños llorando a todas horas. con Ana Rosa por las mañanas y Jorge Javier por las tardes. Con ganas de sentirse viva, de que la hicieran reír. En fin todas esas mierdas de casadaamargadaporquelotienetodo.

Sí, habría estado bastante bien. El caso es que le estuve llamando todos los días durante una semana al número de su tarjeta. Incluso llegué a dejarle mi teléfono a su secretaría (seguro que se la estaba beneficiando). Pero no contestó a mis llamadas. Que mal gusto. Hay gente de la que es mejor no fiarse. No saben nada sobre normas sociales.

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