Reencuentro senil

Dice mi hermano que a la vieja se le está yendo la cabeza. Cada día más. Desde que se murió el viejo vive en la inopia. No se entera de nada. Empezó con pequeñas pérdidas de memoria, no se acordaba dónde había dejado esto o cómo se llamaba aquella vecina. Cosas sin importancia la verdad. Yo siempre pensé que empinaba el codo a escondidas. Pero mi hermano dice que igual es alzheimer o alguna de esas mierdas seniles.

Lo cierto es que el otro día concidimos en un bar del barrio y me dijo que debería pasarme por casa para verla y tal. "Ve a verla, colega, creo que ya no se acuerda ni de tu nombre, mamón", creo que además de ir encogorzado había esnifado algo porque normalmente es muy cuadriculado a la hora de hablar, incluso conmigo.

La vieja y yo ultimamente no nos hemos llevado demasiado bien. Fue, más bien, cosa del viejo que le comía la oreja a todas horas con sus comparaciones entre mi maravilloso hermano y yo. "Se debería fijar más en su hermano. Carlos si que sabe de qué va la vida. Y no el capullo de tu hijo pequeño todo el día de juerga con los amigotes. No ha sido capaz ni de sacarse el graduado. Toda la culpa es tuya que le mimaste demasiado con la tontería esa de el benjamín de la casa". Poco a poco mi madre se convirtió en un ser casi tan despreciable como el hijoputa del viejo. Empezó por dejar de hacerme la cama. Al poco, y por petición expresa del jodido viejo, dejó de hacerme la comida y después me pidió pasta ¡Por vivir en mi propia casa! "Entiendelo, hijo,- me dijo- tu hermano pone dinero cuando cobra y, bueno, no es mucho pero da para comprar las cosillas que necesitamos" Maldita vieja chocha. Qué les jodan-pensé- y a los dos días cogí mis cosas y me piré de allí.



No volví a verla hasta el funeral del viejo. Como dos años atrás y tres después de largarme del redil. Estaba mucho más delgada y arrugada como una pasa. Los médicos le deberían haber embutido todo tipo de tranquilizantes. Cuando llegué estaba cogida del brazo de mi hermano. De riguroso negro los dos. Qué patéticos, lloraban por haberse quitado un peso de encima. Un puto peso obeso y grasiento. Y desde entonces, la verdad, hemos coincidido poco. El bautizo de Carlitos, las navidades pasadas y alguna vez que nos hemos cruzado en el super del barrio. En la sección de bebidas alcohólicas para más datos.



Me da una pereza de la hostia acercarme a casa. Y me suda las narices que esté perdiendo la olla entre otras cosas porque no me lo creo. Tiene un problema con el alcohol. Fijo. Fijo que si. De alguien he tenido que heredarlo yo. Pero lo cierto es que necesito pasta y aunque nuestra relación esté más estancada que el agua apestosa del lago de la casa de campo creo que aún puedo tirar de chantaje emocional ¡qué coño soy el benjamín de la casa!. Aunque la vieja es un poco tacaña es la primera vez que le pido pasta desde que no está el hijoputa.

La casa está bastante cerca de la mía, la de mi casero mejor dicho. Así que, aunque estoy amuermado viendo telebasura, me visto y salgo en dirección a casa de la viejuna.
El portal no ha cambiado ni lo más mínimo desde que yo era cani. Siguen sin poner ascensor. Siguen sin pintarlo. Sigue oliendo a zotal. Y nada más poner un pie aquí dentro siento que he retrocedido a la adolescencia de nuevo. Si la vieja no está en casa me haré una manola para rememorar viejos tiempos. Llamo a la puerta deseando que no halla nadie pero escucho un "¡Voy!" y a la mierda mis sueños onanistas.

Cuando abre la puerta un hedor de tres pares de narices me noquea como un directo de Tyson a las narices. La vieja me abraza en un tufo de orines y sudor. ¡Joder, qué asco!. Si hubiera comido algo habría hechado hasta el bazo ¡lo juro!.

-¡Qué alegría verte, hijo mio! Me tienes abandonada - me quedo sin palabras.

-Ehh, joder, madre. Al final va a tener razón tu hijo y se te esta yendo la olla -Tampoco quiero darle tregua.

-¡Ese malnacido?-me dice y pasamos al salón donde me invita a sentarme

-¿Cómo dices eso de tu hijo?-Le pego un trago a la cerveza que acaba de traer. Ella debe tener resaca porque se bebe una infusión.

-Ese mal hijo, desde que se fue de casa... Mira que tu padre no quería pedirle dinero que entre lo que él ganaba y lo que tú ponías teníamos suficiente. Pero yo pensé: no. Porque no era justo y además ya estaba bien de chupar de la teta. ¡Ni benjamín ni leches!. Tú padre, que en paz descanse, se llevo un buen disgusto cuando se fue. Y ya sabes como estaba del corazón. Cría cuervos... Ojala se hubiese parecido en algo a ti. Siempre fue el ojito derecho de tu padre, como bien sabes y el pobre se fue a la tumba tuerto...-Se queda mirando la fotografía de la boda de mi hermano, esa en la que estamos todos, parece estar en trance pero lo que está es en babia ¡Joder! que no soy Carlos¡¡¡. Tengo que aprovechar la coyuntura.

-Si menudo cabroncete ha sido siempre- respondo aguantado la risa-Oye, madre, solo he venido de paso. Verás el cajero se me ha tragado la tarjeta y como estaba por aquí cerca he pensado que igual me podrías prestar algo- El bueno de Carlos le pide dinero a su querida mamá-esta misma noche vengo con el niño, así lo ves, y te lo devuelvo.

-Hijo no te preocupes- se rebusca dentro de su enorme escote y me tiende tres billetes amarillos- pero tráeme al niño que la próxima vez que lo vea se va a ir a la mili a este paso -finjo una carcajada.

-No digas eso madre. Bueno que voy con prisa. Luego te veo - Se acerca para darme un beso y noto, de nuevo, su olor avinagrado. Me aguanto una arcada y la doy un beso en su mejilla áspera y con unos acantilados tipo finisterre.

-Te quiero Carlos- me dice antes de cerrar la puerta.

"Y yo a ti asquerosa. Y yo a ti. Aunque no sea Carlos"

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