La suerte llama a su puerta

Llamaban insistentemente. Jon estaba pegado al sofá haciendo círculos con el dedo índice en el borde de un vaso ancho mediado de licor. Subió el volumen del televisor, como demostrando al insistente toc toc que no pensaba despegar su espalda sudorosa del sofá de escai marrón para ver quién se encontraba tras la puerta.

Pegó otro trago al licor que le cayó por el gaznate surcándolo por la mitad en fuego. Encendió un cigarrillo. El pesado del golpe de nudillos no desistía y a medida que Jon subía el volumen del televisor, éste, hacía sus golpes contra la puerta más fuertes y constantes. Jon tenía las mismas intenciones de levantarse a ver quién era como de tirarse desde un vigesimonoveno piso al vacío, es decir, que igual podría estar bien para acabar con todo pero, Dios, que perezón.

Desde la cocina llegaba el aroma ácido del lecho de arena del gato, llevaba ya unos días rebosando, y entre éso y el programa de la televisión que iba por su enésima temporada la sensación de realidad rancia se le clavó en lo alto de la nariz, por dentro, allá donde está la base de los ojos. Pensó en levantarse y poner en el toca discos ese magnífico LP que había encontrado en La metralleta a precio de saldo. Pero aún le quedaban un par de tragos dentro del vaso y se tendría que levantar otra vez una vez agotado el licor. Demasiado esfuerzo. También estaba la posibilidad de dar un trago más largo de lo habitual hasta que llegará a su boca el sabor a licor diluido en hielo, en el último trago descafeinado, y aprovechar la necesidad de rellenar su vaso para darse el capricho de poner la pista número tres. Entonces, y sólo si el pesado que querría venderle algo o convertirle al cristianismo desapareciera, sólo entonces, podría disfrutar plenamente del dolce fare niente en que se había convertido sus días libres.

-¡Oiga! ¡Abra! Sé que está ahí.

La máxima esa que dice que siempre tiene que haber alguien dispuesto a joderte un buen día se cumple por necesidad. Sin duda. Jon pensaba que no era posible que aun habiendo decidido no salir de casa en un día libre, apagar el teléfono y el busca e incluso no hacer la llamada de rigor a su ex mujer para recordarla que le había destrozado la vida, que le había llevado al alcoholismo de los solitarios, que sus hijos ya tenían un padre y no necesitaban otro e incluso hacerla responsable de sus ataques de ira, no era posible, que después de todo esto le intentaran molestar de la manera que lo estaban haciendo. TOC TOC TOC

Pese a ser poco amigo de los tragos largos a cualquier tipo de bebida alcohólica,y muy buen amigo de traguitos cortos que dejen saborear el aroma de éstas, inclinó el vaso hasta que los hielos tocaron sus labios e hicieron de tope y, acto seguido se levantó apartando un poco la mesita del salón con el pie izquierdo. Decidió, al mirar desde la base de la botella el nivel de licor, servirse un buen trago para acabarla. Desde el mueble bar, y quizá debido a que estaba bastante alejado de la puerta de entrada, casi dejó de escuchar los golpes del cansino.

-¡Eh! Soy su suerte. No todos los días la suerte llama a su puerta.

Ni suerte, ni leches. Era su día libre y cuando alguien llama a tu puerta, salvo honrradísimas excepciones, es para meterse en tu vida y joder algún aspecto de ella aunque queden pocos que no estén ya más que podridos. Así que se acercó al toca discos y puso a todo trapo la pista tres. La que más le gusta. "Just a perfect day..." De fondo se escuchaba, cada vez más fuerte, el aporreo de la puerta, de un ligero toque de nudillos inicial sobre la puerta se había pasado a un abofeteo, a un aporreamiento, a un linchamiento. Fuera quién fuese estaba decidido a tirar la puerta abajo.
"Drink sangria in the park..."

-¡Oiga! ¡Abrame! Su vida va a dar un cambio. Sólo ábrame.

Lo único que quería ver abierto en ese momento Jon era la boca de este hombre mientras él introducía en ella su escopeta de caza. Puede que fuese la única forma de disfrutar de su copa, de la magnifica voz rasgada de Lou y, por ende, de su día libre. "Someone else, someone good.."
Su vida no iba a cambiar, por lo menos para bien. Nunca nada malo cambia a mejor, el único cambio probable en algo malo es a peor.
Se recostó de nuevo en el sofá, notando como su espalda se pegaba al escai con ese sonido tan característico, como de vacío, y cerró los ojos con fuerza buscando a su Jon interior, porque cada golpe en la puerta, cada grito de aquel energumeno intentando captar su atención solo le acercaba más al Jon colérico. "Oh, it's such a perfect day..." y lo único que le separaba de un día perfecto era ese toc toc.

-Abra no sea tonto. ¿Y si fuera a regalarle un décimo premiado de la ONCE?

Si así hubiera sido,primero, antes de recibir el premio le habría engrilletado la espinilla derecha a la caseta del perro y así se hubiera quedado hasta el fin de los días. La pista número tres iba llegando a su final y no la había podido disfrutar como hubiera querido. La imagen de la escopeta encima de la chimenea frente a su sofá se va haciendo más grande. Más necesaria. Los cartuchos están, bajo llave, dentro del mueble bar. Terminó su copa y se acordó del licor de patata que le trajo su madre de recuerdo de Galicia.

-¡Eh, Oiga!. No pienso irme de aquí hasta que abra.
-Lárguese de una puta vez. Dejeme en paz.
-¡Abra! Es por su bien se lo aseguro.

Mientras Jon contaba la cantidad de veces que los demás han hecho algo por su propio bien y llegó a la conclusión de que ese estado al que llaman "su propio bien" debe ser una mezcla entre la esclavitud en un algodonal y unas vacaciones de setenta años en un estercolero, pues en ese tiempo decía, ha llenado su copa hasta arriba de licor de patata, ha cogido un cartucho del mueble bar, ha apagado el televisor y el toca discos, ha bajado su escopeta de caza de encima de la chimenea, ha cargado dicha escopeta, se ha bebido de un trago el licor de patata y una arcada le ha recordado que odia los tragos largos y a la gente que no respeta sus días libres.

-Voy a contar hasta cinco. Lárguese o haré algo por mi propio bien.

Jon contó hasta cinco, cada número que salía de su boca iba acompasado por los toc toc y los ¡abra! desde detrás de la puerta hasta que Jon abrió la puerta y, sin mirar ni preguntar, el ¡Pum! de la escopeta acabó con la insistencia del intruso y con la cuenta.

Se acabaron los golpes en la puerta. Jon miró a la cara al intruso, desparramado en el suelo y con un boquete en el abdomen. Era el calvo de la loteria, con su cabeza sin pelo, su abrigo negro manchado de sangre y un décimo en su mano aún cerrado. Jon lo recogió y cerró, de nuevo, la puerta.

Jon se llenó la copa, puso la pista tres a todo volumen, se sentó cerro los ojos y disfruto de lo que quedaba de su día libre a sabiendas de que con el décimo que acababa de recoger todos los días, a partir de entonces, iban a ser un día libre más.

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