Infierno terrenal

Todo empezó el día en que pedí matrimonio a María, mi actual esposa, que es de familia satánica de toda la vida. Pues bien, su familia que es muy conservadora, quería que María se casará con un satánico, como es tradición en su familia, y si era posible esperaban que fuese la madre del esperado anticristo. Esto último no me hizo mucha gracia pero bueno yo también quería ser padre así que acepte sus condiciones y me convertí al satanismo una fría noche de agosto. Tuve el honor de ser apadrinado por mis suegros y de que mi primera sodomización me fuera practicada por mi cuñado el de Teruel.
Me convertí, no sin reticencias, al satanismo. Y no es que lo considere una religión menor, en absoluto (es más si tengo que escoger entre alguno de los entes a los que adorar disponibles en el mercado religioso, me quedo con Satán que siempre me ha parecido mucho más divertido que el resto). No, no es que lo considere una religión menor, es sólo que debido a mi sobria educación laico-científica se me hace imposible creer en algo que no haya visto o que, al menos, me de alguna prueba real de su existencia. Claro que tampoco tengo, ni tendré en este caso, una prueba de su inexistencia, así que hasta que no tenga alguna prueba que me muestre la verdad, intento mostrar ante la comunidad satánica que tengo la misma Fe que cualquiera de ellos. Incluso más. Acudo a todas las fiestas organizadas por la congregación y participo y disfruto como el que más, en todas y cada una de ellas, ya sea un diabólico funeral, un funesto nacimiento, una desvirgación multitudinaria, una sodomización de iniciación o un sacrificio ritual, sea humano o no. Por supuesto que todos los lunes voy a misa negra.
Hasta aquí nada extraño un enamorado más que sólo por tener la cama caliente por las noches, compañía los domingos por la tarde y un par de chavales abraza la Fe de su amada y así no tener que dejar de abrazarla a ella nunca.
Solo que hace un año y medio mis suegros empezaron a ponerse pesados con lo del nieto - que si en otoño es la mejor época para engendrar al advenedizo, que habían organizado una bacanal infernal, que si, además, no se qué planeta entraba en la órbita de no se qué cometa y que todo indicaba que ese año sería engendrado, sin ninguna duda, el esperado hijo de Satán que traería el infierno a la tierra y todo sería odio, guerra, hambre y destrucción (tampoco es que fuera a cambiar mucho, pensaba yo). Total que nos apuntamos a la bacanal por no dar un disgusto a mis suegros. Y esta claro que si de María salía un niño malvado como el mismísimo demonio ya no tendría duda alguna sobre mi Fe y además Satán nos habría concedido lo único que le hemos pedido los satánicos desde el principio de los tiempos.
La bacanal se celebró en un bosque tétrico y húmedo. Para que contar, imaginad, pentagramas invertidos, monjas católicas (para el sacrificio de invocación), la invocación, unas cuantas vírgenes (o eso decían ellas) y por supuesto un macho cabrío. Y después, sexo. Sexo animal, claro. Sexo que manaba desde lo más hondo de nuestro espíritu animal. Sexo con mi María. Sexo con mi María y otra mujer (poco importa su nombre). Sexo con otros hombres. Sexo con dos hombres y tres mujeres y por supuesto con el macho cabrío (que en mi caso fue el más placentero). En fin que lo malo era bueno y lo bueno seguía siendo bueno. Así que nos dejamos llevar por el ambiente.
María fue la única que se quedó encinta, así que toda la comunidad dio por hecho que llevaba al anticristo en sus entrañas.
Aquí empezaron los verdaderos problemas; tuve que dejar mi trabajo porque tenía que cuidar a la madre del hijo de Satán (mis suegros me pusieron un sueldo mensual), me mude de mi pisito de soltero en el centro a la casa que la congregación nos ofreció, apartada del mundo, todos los días teníamos visita de algún pastor satánico, tuve que aceptar que mi hijo no se pudiera llamar Jesús, como mi difunto padre, ya que se tenía que llamar Belcebú y además no he vuelto a practicar sexo con María, ya que la madre del advenedizo, según decían no sé que escrituras, tenía que haber sido la más puta hasta que se quedara encinta desde entonces quedaría inmaculada para siempre.
Con la vida en este punto, un dieciocho de julio nació el pequeño demonio. Para mi sorpresa no tenía cuernos ni rabo. Tenía la misma cara de chimpancé arrugado que tienen todos los niños pequeños y su piel olía a algodón de azúcar. No se parecía a mi, cosa que vi normal ya que a efectos espirituales se supone que no es mio, pero tampoco a su madre. Claro que a mi todos los bebés me parecen iguales ya sean hijos de Satán, de mi hermano o del vecino del tercero. Lo único que puede hacer sospechar que no es humano del todo es el fétido olor de sus excrementos que huelen a elefante macho en celo y los gritos que da cuando tiene hambre que sólo pueden ser emitidos por un ser que venga desde el mismísimo infierno.
A día de hoy, han pasado tres meses y medio del nacimiento, aun sigo sin estar seguro de si realmente o no es el enviado. Lo que tengo claro es que hijo mio no es, cada vez se parece más al gordo bigotudo que participó en la bacanal, y que mi vida ha cambiado radicalmente, tengo que mimarle y consentirle todo, si no lo hago no será un perfecto cabronazo de mayor, mis suegros se han mudado a vivir con nosotros, mi madre no quiere ver al niño porque le da miedo, hemos salido en todas las televisiones de ámbito local, tengo reporteros en la puerta de casa a todas horas y sigo (y seguiré) sin mantener relaciones sexuales con María.
Amén de todos los gastos que conlleva un bebé, ropita, carrito, sillita de coche, pañalitos, papillitas, cunita en forma de ataúd...por no hablar de las noches que llevo sin dormir del tirón.
No sé si de mayor traerá el infierno a la tierra o no y si el mundo cambiará demasiado con eso. Por ahora va por buen camino a mi vida ya lo ha traído.

El descubrimiento de Europa

Cautemoch baja corriendo la empinada escalera del templo Mexica de Tlacaelel, hábilmente llamado hoy día pirámide azteca por historiadores y agencias de viaje, atraviesa como un rayo los extensos y dorados campos de maíz, hábilmente llamados hoy día biodiesel por políticos y economistas, sus zancadas hacen caer algunas hojas de los arboles de tabaco, hábilmente llamado hoy día veneno por oncólogos y fabricantes de chicles de nicotina. Finalmente, jadeando y con la lengua fuera, vislumbra a lo lejos, allá donde el mar y el cielo pierden sus nombres para llamarse simplemente horizonte, las tres naves que se acercan.
No hay duda, hoy es el gran día. Cautemoch recupera el aliento, se frota los ojos no acaba de creer lo que ve, siempre se mostró escéptico ante las enseñanzas del sumo sacerdote Totocapetl. El tenía razón, él nunca se equivoca. Predijo las señales, la erupción del volcán Toahiuk de hace siete lunas, el eclipse solar de hace una y la maravillosa lluvia de estrellas de anoche.. Todo estaba escrito. Estaba escrito en las columnas de los templos y lo decían también los calendarios solares. Pero esas escrituras sólo podían ser leídas e interpretadas por Totocapetl y si Cautemoch hubiera osado leerlas o interpretarlas, al no pertenecer a la clase sacerdotal, habría visto sus ojos reducidos a cenizas. Era por eso su escepticismo, ¿cómo creer a Totocapetl?, ¿quién sabía que él tenía razón?.
Hubo unos cuantos, más escépticos aun que Cautemoch, que un día decidieron dejar de esperar a sus ancestrales dioses, de nombres impronunciables pero tremendamente musicales, que infundían miedo y temor a todos los Mexica sin excepción. Y se fueron al interior y fundaron una gran ciudad, de nombre también impronunciable pero cuya musicalidad le hace recordar, a Cautemoch, al sabor de los mangos recién cogidos o de una buena infusión de chocolate. Estos renegados hoy iban a pagar por su falta de Fe. Mira que creer que nuestro buen y cruel dios Queztalcoatl se ha reformado. Y mira que creer que cuando regrese vendrá a traer prosperidad y poder a la ciudad de nombre impronunciable pero tremendamente musical cuyo nombre ahora le recuerda, a Cautemoch, al sabor de los tubérculos y de la miseria. Y mira que creer que vendrá convertido en un Mexica más (sin plumas de colibrí, ni dientes de jaguar o escamas de serpiente), eso si más alto, más pálido y sobre todo con pelo en la cara. ¡JA!.
Cautemoch ahora siente remordimiento por no haber creído del todo a Totocapetl por aborrecer, en parte, los sacrificios humanos y animales, por no sentirse parte del pueblo elegido. Supone que todos han sentido alguna vez esa sensación de vacío que oprime la boca del estomago y que es síntoma de falta de Fe y que lleva a plantearse todo lo establecido por las sagradas escrituras y el mismísimo firmamento. Tampoco era una falta total de Fe, eso lo tendrán en cuenta seguro. Suele asistir a los sangrientos sacrificios de esclavos y ganado, y también observa ensimismado los partidos de pelota que honran a los que les crearon, y siempre cumple religiosamente con la cantidad de víveres, impuesta por Totocapetl como ofrenda, cada media luna.
Todos y cada uno de los Mexica han estado esperando este momento desde el principio de los días.
Por fin vienen los dioses de nombres impronunciables pero tremendamente musicales. Por fin vienen a buscarles. Y agradecerán toda la sangre derramada por ellos, exterminando a todos sus enemigos. Y serán muy felices cuando vean los enormes y lustrosos templos que han construido sus esclavos para honrarles y por eso les llevarán con ellos a su autentico lugar de origen, Chicomotoz, el lugar de las siete cuevas, donde nadarán en la abundancia de manjares y las vírgenes sacrificadas les esperan para acabar de una vez con su eterna virginidad y todos los días habrá barra libre de ambrosía y mezcal.
Los dioses sabrán agradecer la enorme dedicación que los Mexica les han ofrecido, el no haberlos olvidado nunca y el no haber esperado más que su regreso.
Cautemoch observa como de las tres naves han bajado muchas más, más pequeñas y éstas se acercan poco a poco a la orilla del mar, hábilmente llamado hoy día resort vacacional de lujo en el Caribe por empresarios y caciques locales, donde espera todo el pueblo. Expectante. Casi todos vestidos al uso de los dioses, unos llevan plumas de colibrí en los cabellos, otros máscaras que les dan aspecto de feroces jaguares y los más atrevidos muestran orgullosos sus tatuajes de escamas de serpiente.
Ahí están ya, a menos de quince pasos. Los dioses desembarcan y se acercan a los Mexica, hábilmente llamados hoy día indígenas por colonos y viajeros.
Se hace el silencio. Cautemoch empieza a sentir esa sensación, olvidada hace horas, de opresión en la boca del estomago que se hace aun más aguda cuando ve de cerca a uno de los dioses. Parece un Mexica más (sin plumas de colibrí, ni dientes de jaguar, ni escamas de serpiente), cualquiera de ellos es más alto y más pálido que Cautemoch y además tienen una asombrosamente espesa mata de pelo recubriendo sus pálidas caras.
La sensación de Cautemoch se hace mucho más aguda, incluso le hace caer de rodillas al suelo. Le viene a la cabeza sin saber por qué la ciudad de nombre impronunciable pero tremendamente musical que ahora le recuerda, a Cautemoch, al sabor del ají picante y al de nopal con espinas.

Dos años, siete meses y un día

Juan Manrique, al que todos llamaban el quince meses, era una persona normal vivía en casa de sus padres en el mismo barrio de toda la vida, uno de esos barrios de las afueras construido en los años cincuenta y que en los setenta estaban a reventar de niños jugando por sus calles.
Juan Manrique, al que todos llamaban el quince meses, era también una persona de costumbres fijas, todas las mañanas desayunaba café con leche y tostadas con mermelada de naranjas amargas en el bar del Toneti, un amigo de toda la vida que había puesto un bar en el barrio y había conseguido que estuviera lleno todos los días, a cualquier hora. Después iba a trabajar al centro y por la tarde se dedicaba a hace el vago y a beber cervezas en el bar del Toneti, cada fin de semana era nochevieja y de vez en cuando quedaba con alguna amiga de pago.
Juan Manrique, al que todos llamaban el quincemeses, sólo podía poner una pega a su vida de treintañero adolescente, y no era otra que su mote. El quince meses. El, que en su vida había roto un plato, pasó quince meses de su vida en un reformatorio por una chiquillada en la que hacía falta un cabeza de turco. Quince meses en un reformatorio fue como hacer el servicio militar pero con duchas en plan carcel. Ya sabeís jabón, preadolescentes, hormonas...No fue fácil pero los quince meses se pasaron volados con sus cosas buenas y sus cosas malas. Una de esas cosas malas fue el sobrenombre que le puso el fanegas nada más salir. Y tener un mote como el quince meses no es fácil en un sitio en que todos te conocen.
Juan Manrique, al que todos llamaban el quince meses, era una de las personas más temidas del barrio - ha estado en la cárcel-decían de él unos- en cuanto pone un pie en la calle, ya tiene otro en el maco- decían otros. Y como los bulos corren como la pólvora en esta clase de barrios, Juan Manrique, al que todos llamaban el quince meses, se labró, sin haber dado nunca una voz más alta que otra, una fama en el barrio de matón, busca-problemas, vago y maleante en general. Las viejas se cruzaban de acera al verle, los niños desaparecían de los parques en cuanto le olían y su vecina la del quinto nunca quería subir con él en el ascensor.
El quince mes...perdon Juan Manrique, al que todos llamaban el quince meses, ya estaba harto de esta situación y un día dispuesto a cambiar su mala fama decidió hacer algo por el mundo y así hacer ver a sus vecinos que no era el sicario que ellos creían, cogió dos mudas limpias y las metió en un hatillo cargado también de esperanzas. Se fue a Palestina donde ejerció de mediador internacional (no me preguntéis cómo consiguió el puesto con sus antecedentes) y su ayuda fue crucial para que se firmará un tratado de Paz definitivo, ese año ganó el Premio Nobel de la Paz. Y escribió un libro, después, con sus vivencias en Oriente Medio y ganó el Premio Nacional de Narrativa por él, e iba a fiestas con los prohombres de la ciudad e inauguraba museos, bibliotecas y bingos. Y conocía a gente importante y salía en las portadas del papel couché. Y trabajaba en las tertulias de por las mañanas en la televisión. Y se presentó a alcalde y ganó por mayoría absoluta y llevó el metro a su antiguo barrio. Y se presento a presidente y fue el primer ex presidiario presidente del país. Y pidió la mano de la princesa heredera, y se la concedieron, y una vez se casaron abdicaron a favor de la gente y proclamaron la República. E hicieron una película basada en su vida, protagonizada por él, y ganó un Oscar y hasta un Goya. Y pusieron una estrella con su nombre en el Paseo de la Fama. Y le pusieron una calle en Leganés. Y participó en un reality show y ganó. Y finalmente donó la suficiente cantidad de dinero como para acabar con la pobreza en el mundo.
Juan Manrique, al que todos llamaba en quince meses, decidió entonces volver al bar del Toneti y allí estaban todos, el Toneti, el Fanegas, el Pitufo, el Cara chiste, el Cojo, el Sin calzones, el Rompe bragas, estaban hasta el Vaquilla y el Torete. Nada más verle y asombrado como el que más en el bar del Toneti, el Dientepocho dijo-¡coño quince meses, últimamente has salido mucho por la tele ¿no?-
Juan Manrique, al que la gente ya no sabía como llamarle, cogió una botella y la estrelló contra la cabeza del Dientepocho que tuvo la mala suerte de caer con su nuca sobre un palillo que había caído de punta en el suelo y murió.
Juan Manrique, al que nunca nadie le volvió a llamar el quince meses, fue juzgado y condenado por homicidio y alteración del orden público con el agravante de ensañamiento, le cayeron dos años, siete meses y un día.

Teatro

La función de tarde la empiezas como cualquier otra, demasido abrigado, demasiado cansado y sobre todo demasiado temprano. Unas cañas, unas tapitas y unas risas todavía sinceras.
Nada malo, hasta ese momento que llega todas las noches de función, y llega como llega el último día de las vacaciones escolares; por una parte lo esperas por volver a ver a tus amigos, por otra aborreces todo lo que eso conlleva. Da igual quién lleve el tema, a veces unos, a veces otro, otras veces tú mismo. Es la rutina, no puede faltar, como no falta el arroz en una boda.
Empiezan las procesiones al baño, de dos en dos, de tres en tres, siempre con vuestro santo a cuestas, cada vez más menguado, cada vez más adorado.
Recuerdas las primeras veces, los primeros escarceos, cuando cada sustancia nueva era una nueva aventura, otra forma más de no afrontar los problemas, una manera diferente de ver el mundo y de conocer otros mundos dentro de éste más grande, más uniforme y con más gris de mediocridad. Ahora todo es uniforme, todo es gris, gris oscuro casi negro; es más, es negro, negro y triste como el betún de un limpiabotas de la Gran Vía.
Quieres irte, pero ya no puedes, ya no te perteneces (si es que alguna vez lo haces), perteneces al Teatro de la Noche, eres un personaje más, sin ti la función no puede continuar. Te presentan a gente que ya conoces, pero trabajan en otra función, aunque esa función forma parte de otra más grande en la que también participa tu propia compañía.
Conoces a empresarios arruinados con cuentas en paraísos fiscales, a músicos y cineastas, a abogados y jueces, ex-presidiarios inquietantes de pasado oscuro, a toreros e incluso a toros ya lidiados. Actores, en suma, como tú. Sólo que tu pareces no llevar careta por eso siempre serás un secundario en estas representaciones.
La noche avanza y tú con ella. Os pasáis a algo más fuerte. Tienes ganas de bailar, no escuchas la música pero te mueves. Te pides otra copa mientras esperas la cola del baño, conoces a princesas que se convierten en rana en cuanto abren la boca y a príncipes con coronas del Burguer King, te dan besos con sabor a medicamentos y tu Panorámix particular nunca te dice que no, tú no te caíste en la marmita de pequeño. El baño esta hasta la bandera. Te invita alguien que conoces, aunque no sabes cómo se llama (eso si su nombre sale de tu boca, se nota que conoces el libreto), la semana pasada era piloto comercial, ésta dice ser pasante de arte. Agradeces la invitación y le preguntas cuándo hará el papel de gilipollas. Te zarandean. pierdes un poco los papeles.
Os vais a casa de alguien a terminar lo que queda. Es tarde. La música que no oías ahora suena en tu cabeza, te mueves a su ritmo por inercia. Te ríes con ganas de llorar. No paras de hablar, no tienes nada que decir.
Abres los ojos en tu casa, no sabes si has dormido, parece que lo intentaste. La diferencia entre sueño y realidad ahora más pequeña de lo habitual, podrías decir que son la misma cosa en este momento. Te duchas. Te afeitas. Te tomas un café. Te preparas, cual alquimista, lo último de la segunda función, o lo que es lo mismo, lo primero de la primera. Te pones la careta, ¿o te la quitas?.
Ahora empieza la función vespertina. Hoy como siempre tienes doble función.

La creación

El hombre creó a Dios a su imagen y semejanza, un sábado por la tarde que no tenía nada mejor que hacer. Viendo que lo que había creado le gustó, lo metió en una caja de zapatos que dejo bajo su cama, porque como lo viera su mujer acabaría tirándolo, como hacía con todas sus tonterías.

Dos veces por semana, coincidiendo con las clases de pilates de su mujer, le llevaba hojas de morera para comer.

El hombre sentía que no tenía todo el tiempo que querría para dedicarle a Dios y lo veía bastante decaído, seguramente necesitaba compañía. El hombre pensó en quitarle una costilla a Dios para de ella crear una copia del mismísimo Dios, pero lo descarto dada su fobia a la visión de la sangre, y bajo a comprar arcilla, de la misma marca con la que hizo al primer Dios, así evitaría futuros reproches sobre la calidad de la materia de cada uno de ellos. El hombre compró demasiada arcilla, dada su condición de adinerado, y tuvo suficiente para crear algunos dioses más.

El hombre descubrió, perplejo, que al ponerlos en contacto algo fallaba, no terminaban de congeniar. ¿quién sabría por qué?. Cosas de dioses. Rencillas eternas. Pero de ahí a que soltaran plagas e hicieran surgir desastres naturales bajo su cama no pasaría mucho tiempo. Y a partir de eso qué más contar; rayos y truenos, héroes y profetas, meditación y guerra, misericordia y justicia, cielos e infiernos, bien y mal, tormentas de arena y tumbas de sal. Todo ellos en grado sumo. Al hombre le parecieron demasiadas cosas para meterlas bajo la cama, pero en fin ¿qué iba a hacer con ellos?.

Con todo así, la mujer del hombre un día se deshizo de todas las tonterías del hombre, su ropa, su caja de zapatos y su matrimonio.

El hombre, con lo poco que le quedo, se mudo a la cálida costa del Egeo, allí regenta un chiringuito de playa.

¿Qué fue de la caja de zapatos?...Habladurías, se escucha que algunos de sus habitantes se hicieron de oro montando iglesias, sectas y cadenas de televisión, de otros que desaparecieron para siempre a manos de sus propios congéneres, algunos son controladores aéreos o cosmonautas y otros se mudaron a la cálida costa del Egeo.

556

Hace ciento treinta y siete días que no la veo. Todos los días, hasta hace ciento treinta y siete, la veía en el metro. Nos subíamos y nos bajábamos en la misma parada, mañana y tarde.

La primera mañana que la vi no la hice mucho caso, la verdad. Era lunes de hace seiscientos noventa y dos días y el fin de semana había sido lo bastante duro como para tener aun algunos achaques de resaca solteril, aun así la vi y tuve la impresión de que algo dentro de mi se movía como nunca antes lo había hecho.

Por la tarde, y ya de vuelta a casa, mientras esperaba en la estación, ahí estaba ella y entonces entendí esa sensación que me había acompañado durante todo el día. Mi ciclo vital ya no solo se reducía a nacer, crecer y morir, ahora acababa de saber que existía la persona con la que me quería reproducir.
Todos los días durante los veinte minutos de trayecto que compartimos durante quinientos cincuenta y cinco días me preguntaba qué podría haber cambiado dentro de mi, por qué no podía dejar de mirarla embobado, a veces de una manera realmente obscena. Y seguía sin entenderlo.
No es (porque para mi sigue sigue y seguirá siendo) una chica guapa, más bien todo lo contrario, es bajita, un poco regordeta, estrábica, con unas enormes gafas que ocultan sus maravillosos e ínfimos ojos de color invierno frío, una leve sonrisa de rata con sus pequeños dientes amarillos relucientes como el sol, sus movimientos lentos y torpones, como si a cada paso fuera a acabar en el suelo. Su aspecto deja mucho que desear, su magnifica cabellera de potro salvaje parece no saber lo que es un peine, repite ropa muy a menudo, sobre todo esa preciosa falda de floripondios que traía la primavera al gris del metro matutino. Desde ese día, desde ese día vivía para esos veinte minutos de trayecto.


Poco a poco, y casi sin darme cuenta, empecé a preparar nuestro próximo futuro juntos. Empecé reformando la casa, necesitaríamos, como poco, una habitación más, íbamos a tener varios hijos y nuestra habitación tenía que ser más impresionante que un bungalow sobre en Indico. Continué pidiendo un aumento de sueldo, ahora que iba a ser padre no me lo podían negar. Compraba revistas de decoración y visitaba el Ikea a menudo. Las revistas de futuros padres me enseñaron cómo se cambia un pañal y hasta la temperatura óptima para el baño de nuestro pequeño Pablo, que sería el primero de muchos más.

Más tarde deje de salir los fines de semana, tenía que estar preparado para mi futura vida de marido y padre serio y responsable. Mis amigos no daban crédito, precisamente yo, el más calavera de todos, el que no quería compromisos, que odiaba a los niños y a las parejas estables. Les costó pero respetaron mi decisión, ya sólo me llaman para bautizos, comuniones, bodas y funerales, como se espera de unos amigos de toda la vida una vez que maduras y haces las cosas con la cabeza.

Empecé a buscar nuestra casa de los fines de semana, en la sierra como Dios manda, allí disfrutaríamos de nuestros fines de semana, sería nuestro nidito de amor, cuando mis suegros o mis padres se quedaran con los niños, y allí pasaríamos nuestras vacaciones invernales (Para las estivales cada año iríamos a un sitio diferente, nos esperaban, Marruecos, Indonesia y Las Sheyschelles). También busqué perros y gatos, una familia no es nada sin si animal de compañía.

Incluso dejé reservado el viaje de novios a Zanzíbar.


Así todo, el día quinientos cincuenta y seis estaba preparado para hablar con ella y decirle todo lo que sentía, contarle todos nuestros planes y empezar nuestra pequeña relación de anécdotas que tanta gracia nos harían unos años después.

Pero ese día no apareció. La primera semana pensé que estaría enferma y no podía ir a trabajar. A partir de la segunda, empecé a ponerme nervioso y no dormía por las noches. En la tercera, empecé a serla infiel en las infernales noches de excesos hace tiempo olvidadas. La cuarta semana fui consciente de que no la volvería a ver, nunca volvería a verla aparecer por el anden de la linea cuatro con su libro de autoayuda semanal, me quedaría con las ganas de decirle que nunca más los necesitaría, que hay estaba yo, que nos íbamos a querer siempre y que la felicidad saldría de nuestra casa con la fuerza de un alud en el Himalaya.