Teatro

La función de tarde la empiezas como cualquier otra, demasido abrigado, demasiado cansado y sobre todo demasiado temprano. Unas cañas, unas tapitas y unas risas todavía sinceras.
Nada malo, hasta ese momento que llega todas las noches de función, y llega como llega el último día de las vacaciones escolares; por una parte lo esperas por volver a ver a tus amigos, por otra aborreces todo lo que eso conlleva. Da igual quién lleve el tema, a veces unos, a veces otro, otras veces tú mismo. Es la rutina, no puede faltar, como no falta el arroz en una boda.
Empiezan las procesiones al baño, de dos en dos, de tres en tres, siempre con vuestro santo a cuestas, cada vez más menguado, cada vez más adorado.
Recuerdas las primeras veces, los primeros escarceos, cuando cada sustancia nueva era una nueva aventura, otra forma más de no afrontar los problemas, una manera diferente de ver el mundo y de conocer otros mundos dentro de éste más grande, más uniforme y con más gris de mediocridad. Ahora todo es uniforme, todo es gris, gris oscuro casi negro; es más, es negro, negro y triste como el betún de un limpiabotas de la Gran Vía.
Quieres irte, pero ya no puedes, ya no te perteneces (si es que alguna vez lo haces), perteneces al Teatro de la Noche, eres un personaje más, sin ti la función no puede continuar. Te presentan a gente que ya conoces, pero trabajan en otra función, aunque esa función forma parte de otra más grande en la que también participa tu propia compañía.
Conoces a empresarios arruinados con cuentas en paraísos fiscales, a músicos y cineastas, a abogados y jueces, ex-presidiarios inquietantes de pasado oscuro, a toreros e incluso a toros ya lidiados. Actores, en suma, como tú. Sólo que tu pareces no llevar careta por eso siempre serás un secundario en estas representaciones.
La noche avanza y tú con ella. Os pasáis a algo más fuerte. Tienes ganas de bailar, no escuchas la música pero te mueves. Te pides otra copa mientras esperas la cola del baño, conoces a princesas que se convierten en rana en cuanto abren la boca y a príncipes con coronas del Burguer King, te dan besos con sabor a medicamentos y tu Panorámix particular nunca te dice que no, tú no te caíste en la marmita de pequeño. El baño esta hasta la bandera. Te invita alguien que conoces, aunque no sabes cómo se llama (eso si su nombre sale de tu boca, se nota que conoces el libreto), la semana pasada era piloto comercial, ésta dice ser pasante de arte. Agradeces la invitación y le preguntas cuándo hará el papel de gilipollas. Te zarandean. pierdes un poco los papeles.
Os vais a casa de alguien a terminar lo que queda. Es tarde. La música que no oías ahora suena en tu cabeza, te mueves a su ritmo por inercia. Te ríes con ganas de llorar. No paras de hablar, no tienes nada que decir.
Abres los ojos en tu casa, no sabes si has dormido, parece que lo intentaste. La diferencia entre sueño y realidad ahora más pequeña de lo habitual, podrías decir que son la misma cosa en este momento. Te duchas. Te afeitas. Te tomas un café. Te preparas, cual alquimista, lo último de la segunda función, o lo que es lo mismo, lo primero de la primera. Te pones la careta, ¿o te la quitas?.
Ahora empieza la función vespertina. Hoy como siempre tienes doble función.

No hay comentarios:

Publicar un comentario