Requiem por un trabajo

Recibió la llamada hace unos días: -Grtimm ha muerto- Brret no pudo contener el llanto.

Desde su partida a Chechenia se habían visto poco (practicamente nada). Pero los años de enraizamiento y crecimiento juntos a todas horas habían creado en ellos un vínculo irrompible; seguían enviándose mails con regularidad, alguna llamada y en las mínimas visitas al barrio que Grtimm hacía por navidades, siempre, encontraba un hueco para él. Para sus cosas. Sus cerves. Sus risas. Sus insultos sin sentido. Sus confidencias públicas. Sus discusiones políticas. Su borrachera de Vodka. Sus cierres a todos los bares de la zona.

Desde hace unos meses los mails y las llamadas se habían ido espaciando cada vez más; primero fue uno por semana; al poco, uno cada quincena y en el último mes poco había sabido de Grtimm.
Le habían ascendido. Lo que siempre quiso. Grtimm no fue apollado por nadie cuando decidió irse de corresponsal extranjero al causaco, sus padres no querían que se fuera tan lejos y a un lugar tan peligroso, su mujer le abandono harta de "sus sueños infantiles de pirata", sus jefes no le dieron el paro (les interesaba un mileurista infravalorado más sin afán de prosperar); pero Brret. El ahí estuvo. Se apunto a clases de ruso y checheno para hacerle compañía. Le animo a buscar otro destino (sin intentar convencerle), le pago el billete de avión (tenía un buen trabajo y aún vivía en casa de sus padres), se llenó de moratones el cuerpo en las clases de paintball (simulacro de guerra), le regaló el chaleco antibalas y el casco, le llevó al aeropuerto. Despedida de amigos. Hasta siempre. Hasta nunca.

Ayer fue el entierro. La ex y la madre de Grtimm iban vestidas de plañideras. Su padre, de negro a juego con sus ojos. Sus hermanos no estaban (nunca entendieron su afán de aventura). Todos le miraban con ojos de rencor. Hasta el cura.

-No creo que él hubiera querido un entierro de este tipo- opinó Brret para romper el hielo. Su familia siempre demostró una autentica fobia hacía la jerarquía eclesial.

-No creo que se hubiera ido si tú no le hubieras metido tanta idea gilipollesca es la cabeza, ¿por qué no te fuiste tú?- Respondió la madre con el ceño fruncido sin mirarle ni un instante a los ojos.

-Bueno fue su decisión yo sólo le apoye en s...-no le dejaron terminar la frase

-Tienes gran parte de la culpa. Podría haberse quedado donde estaba. Le podrías haber convencido o incluso metido en tu periódico. Pero nunca tuviste huevos de nada.- Debía ser la primera vez que escuchaba al padre de Grtimm en toda su vida.

No dejaba de tener razón. Aún así él nunca quiso ser corresponsal de guerra y era jefe de redacción en el periódico local. Estaba bien. Cierto es que en sus años de universidad juntos siempre se mostraron, los dos, trotamundos y curiosos; fueron buenos estudiantes y cuando tuvieron aquella oportunidad de irse a Washington no lo dudaron ni un segundo; cierto es, también, que, una vez allí, cuando pudieron volver a España, sólo consiguieron una plaza y Grtimm prefirió quedarse allí con su recien desposada mujer (una diosa noruega de pelo moreno y ojos verdes de felina egipcia). Sus padres nunca lo entendieron. Y la plaza fue para Brret y poco a poco y tragando mucha mierda consiguió llegar a ser quién era, pero habría dado lo que fuera por tener la vida de Grtimm que una vez conseguida la nacionalidad norteamericana estuvo unos años viajando por todo el mundo, hasta que su mujer se quedó encinta y volvieron a España para estar más cerca de su familia; en aquel entonces Grtimm soñaba con cubrir alguna revolución de no se qué país centroamericano y cuando surgió la oportunidad Brret no dudó ni un segundo en recomendarle. Partió hacía allá y se tiró tres años siguiendo a un subcomandante medioidiota que llevó la revuelta al fracaso y a Grtimm al primer hospital de campaña que pisó en su vida. Balazo en el brazo. Pronóstico leve. La familia nunca perdonó a Brret.

Y entonces. Entonces Grtimm estaba en el ataúd. Cara cérea. Cabeza vendada. Brret pudo dejarle su puesto e ir él mismo a cubrir la guerra ruso-chechena pero el miedo le atenazaba y su buen amigo no dudó en irse a Asia en cuanto se lo propuso. Aún no había estado allí.

En el momento de las despedidas, coronas de compañeros de trabajo, amigos, familiares varios, el gobierno. Brret se acercó y tiró una rosa roja al hoyo. Cayó sobre la cruz de la discordia.

-Good bye, fucking ashole- La ex soltó un gruñido desaprovativo, sabía que era como se llamaban el uno al otro en su epoca USA.

Salieron del cementerio. La familia de Grtimm se dirigía a su casa a darle un último adiós; revisar sus fotos, repartirse recuerdos, llorar todos juntos.

-Es mejor que tú no vengas- dijó la ex con desgana en la voz e ira en la mirada- Mañana es la lectura del testamento. El quería que estuvieras aún no entiendo por qué.

Al día siguiente si aparecieron los hermanos, una herencia es el mejor antidoto del rencor. El albacea empezó a leer las últimas voluntades de Grtimm.

-Esto es para usted- Brret recibió un paquete. Dentro un chaleco antibalas agujereado y una nota: "Gracias. Fucking ashole".

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